Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 17 de noviembre de 2002
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Política

Silvia Ribeiro

Percy somos todos

Percy Schmeiser, agricultor de Saskatchewan, Canadá, fue acusado por la multinacional Monsanto de haber "robado" la semilla de canola transgénica de esta compañía e infringido su patente monopólica. Percy, ahora de 71 años, nunca compró estas semillas ni las plantó: su campo se contaminó con polen de campos vecinos y plantas que crecían espontáneamente en los caminos aledaños. La canola que invadió sus campos fue manipulada genéticamente para hacerla resistente al herbicida glifosato. Percy no usó el herbicida en sus cultivos, ya que no sabía de la contaminación.

En un juicio histórico, que asestó un duro golpe a los derechos de los agricultores de todo el mundo, un juez canadiense dio razón a Monsanto en marzo de 2001, alegando que Schmeiser había violado la patente. Monsanto lo demandó por más de 100 mil dólares, pero el juez sentenció a Percy a pagar 19 mil dólares, por no tener pruebas de que Schmeiser hubiera obtenido ilegalmente la semilla. El razonamiento del juez fue sorprendente: Percy debía haber avisado a Monsanto que en su campo podría haber contaminación y pedirle que retirara esas plantas. Al no hacerlo, fue considerado culpable. Este año Percy Schmeiser fue condenado a pagar a Monsanto otros 153 mil dólares por los gastos del juicio. El caso va ahora a la Suprema Corte de Canadá.

En Estados Unidos y Canadá hay más de 2 mil casos similares pendientes de resolución. Cada día hay nuevos casos de contaminación transgénica en campos de agricultores que nunca quisieron cultivarlos. Agricultores orgánicos en Canadá y Argentina han iniciado a su vez juicios contra las empresas por hacer imposibles sus actividades.

De los cuatro cultivos transgénicos mayoritarios aprobados comercialmente, la canola (colza comestible) es el más "promiscuo": tiene la mayor capacidad de cruzarse con otras plantas de la misma especie o especies emparentadas. También el maíz y el algodón tienen alto grado de cruzamiento, ya que son todos cultivos de polinización abierta (intercambian polen por medio del viento e insectos, fecundando otras plantas). En todos los casos se ha comprobado contaminación mucho más lejos y en mayor porcentaje de lo que los especialistas creían. Uno de los que más han llamado la atención mundial es el trágico caso de la contaminación de maíz campesino en México. La soya, el cultivo que ocupa casi 60 por ciento del área cultivada con transgénicos en el planeta, es considerada autógama (se autofecunda), pero ya se ha comprobado contaminación en campos vecinos. Pese a que todas las empresas y la mayoría de los científicos dicen que esto no es probable, Pierre Gaudet, agricultor orgánico de Quebec, tuvo la terrible comprobación de lo contrario: al enviar su producción para certificación orgánica, la rechazaron por tener 4 por ciento de contaminación transgénica. Gaudet perdió 33 mil dólares ese año y no pudo demandar a nadie por las pérdidas: sus vecinos que plantan soya transgénica habían seguido las regulaciones vigentes en cuanto a distancia del cultivo con respecto a otros.

Los casos de agricultores contaminados involuntariamente son cientos o quizá miles en Estados Unidos, Canadá y Argentina (que juntos producen 96 por ciento de los transgénicos a nivel mundial). En Canadá se ha comprobado que la contaminación transgénica en canola ha llegado incluso a las llamadas "semillas de pedigree", que son usadas como "padres" para las semillas certificadas.

Más allá de la acalorada polémica sobre los riesgos de los transgénicos, estos ejemplos realzan dos aspectos incontrovertibles que implican enormes impactos económicos para los agricultores y de salud para todos en tanto consumidores.

El primero es que un puñado de empresas (Monsanto, Novartis, Dupont, Dow, Bayer, Basf) controlan 100 por ciento de la venta de semillas transgénicas (Monsanto sola más de 90 por ciento). Esas mismas, junto a la trasnacional mexicanan Grupo Pulsar, controlan más de 75 por ciento de las patentes agrobiotecnológicas. Si se cambian las actuales regulaciones de patentes sobre seres vivos para hacerlas similares a las de Estados Unidos a nivel global -tal como presiona ese país para que se avance en la próxima reunión de la Organización Mundial de Comercio en Cancún en 2003-, los campesinos contaminados ilegalmente por maíz transgénico en México, o cualquiera de los agricultores vecinos de los que plantan legalmente algodón y canola transgénica por ejemplo en Sonora, Baja California, Tamaulipas y otros estados tienen altas probabilidades de terminar como Percy, demandados y condenados por violación de patentes.

El segundo es que una vez en campo, es inevitable la contaminación. En Estados Unidos se denunciaron recientemente más de 300 sitios secretos -aunque legales- que producen maíz, canola y otros cultivos modificados genéticamente para producir fármacos, espermicidas, abortivos, plásticos, adhesivos y otros productos industriales. A la luz de la cada vez más grave incontinencia genética de las empresas: Ƒcómo van a contener todos estos productos para que no contaminen campos vecinos y se difundan a toda la población en los alimentos?

Percy Schmeiser estará en México la próxima semana, invitado por organizaciones de agricultores y ambientalistas. Su experiencia muestra que la "contención" no existe. Frente a estas realidades las llamadas normas de "bioseguridad" no han jugado más que un papel de legalización de la contaminación. Lo único sensato, si los campesinos y la salud importan, es la aplicación general del principio de precaución: ante la duda, abstenerse. Y con los casos aquí narrados, ni siquiera quedan dudas.

La autora es investigadora del Grupo ETC

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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