Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 16 de noviembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política

Enrique Calderón A.

Inflación, bienestar y crecimiento

Durante muchos años, los mexicanos padecimos los efectos de la inflación, que todos sentíamos en el encarecimiento constante de las cosas y que llegó a su clímax durante los sexenios de José López Portillo y Miguel de la Madrid, cuando los precios subían cada semana y la inflación anual llegó a superar los 70 puntos porcentuales.

Aquella crisis dio lugar a la aplicación de toda clase de medidas para reducir la inflación a toda costa, con el objetivo de que el aumento en los precios dejara de impactar los bolsillos de la gente, especialmente de los más pobres. Unos años después la meta del gobierno de Carlos Salinas de Gortari fue reducir la inflación a menos de 10 por ciento, y luego de otros ocho años se habla ahora de lograr una inflación anual de 3 por ciento o menos, como sucede en los países con las economías más avanzadas. La inflación ha dejado de ser un problema, y la verdad el aumento en los precios a nadie preocupa ya, aunque ahora la capacidad de compra sea menor, por el desempleo y la falta de dinero. Lo que a casi nadie le queda claro es que una cosa va ligada a la otra: la pobreza y el desempleo, en nuestro caso, están íntimamente asociados a las bajas tasas de inflación. Vale la pena analizar por qué sucede esto.

La inflación es esencialmente el resultado de desequilibrios que se dan entre la oferta y la demanda de bienes, en particular cuando existen menos bienes que los que el mercado demanda y para los que cuenta con dinero para adquirir. Estos desequilibrios no son generalizados, sino que pueden ocurrir en una región específica del país o en un sector particular de la economía, desde el cual se extienden, contaminando a otros sectores. En las economías más desarrolladas, como la de Estados Unidos, los desajustes son reducidos, y sus desequilibrios, también; cada empresa sabe lo que debe producir y distribuir para evitar desabastos, y cuenta con los recursos para lograrlo.

No ha sido este el caso de México, cuyo aparato productivo ha tenido siempre ineficiencias y fallas para producir y distribuir lo que los otros sectores de la economía necesitan y los usuarios finales demandan. Dos instrumentos han sido utilizados con bastante éxito para corregir los desequilibrios por faltantes. Uno ha consistido en importar productos y servicios del exterior para satisfacer la demanda, lo que obliga a los productores nacionales a bajar los precios de sus productos para poder competir con los nuevos (aun cuando sus proveedores mantengan altos sus precios), lo cual lleva necesariamente al cierre de algunas empresas nacionales, y al desempleo de muchos trabajadores.

El otro instrumento consiste en restringir la demanda hasta niveles incluso inferiores a los de la oferta y la capacidad de producción existentes, lo cual induce también a los productores a bajar sus precios, para incrementar, o al menos mantener, sus volúmenes de venta. El resultado es similar: las empresas se ven obligadas a quebrar, o a disminuir sus costos reduciendo personal. El desempleo y los bajos ingresos son, de cualquier modo, el resultado final del proceso.

Así, cuando en México la inflación se reduce, no se debe a mejoras en el sistema productivo, sino a medidas externas a él, que sí son exitosas en reducir la inflación, pero que tienen efectos secundarios muy graves, como el desmantelamiento del sistema productivo interno, con propensión a la generación de nuevos desequilibrios, cada vez mayores, en el abastecimiento de la demanda.

No obstante el conocimiento del fenómeno, el gobierno ha venido practicando estas políticas "monetaristas" ufanándose de sus resultados, como si se tratara de logros decisivos para el bienestar de la población, y ocultando por todos los medios posibles los negativos resultados colaterales que se generan, como si ellos no existiesen.

Por su parte, los organismos financieros internacionales no cesan de felicitar a nuestro gobierno, mostrándolo como ejemplo a seguir por el éxito de sus medidas, al grado que resulta sencillo inferir que las metas maravillosas de inflación mínima son en realidad definidas por esos organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Aquí vale la pena hacerse estas dos preguntas: Ƒpor qué una inflación de 3 por ciento anual es la que conviene a México, y por qué no una de 8 por ciento o 12 por ciento, que siendo manejable, no golpease a la economía mexicana tan severamente? La otra es: Ƒcuáles son las conveniencias o razones del FMI para imponernos una inflación de 3 por ciento anual?

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año