Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 14 de noviembre de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Los justos

Albert Camus escribió Los justos en 1950 como un dilema ético, mismo al que tuvo que enfrentarse pocos años después cuando el Ejército de Liberación Nacional de su natal Argelia combatió al colonialismo francés del que él mismo era un producto. Llevado por su temor a lo que llamaba la dictadura de las ideologías y repugnado por el terrorismo de los argelinos, se negó a tomar partido, lo que le fue muy reprochado por muchos de sus contemporáneos, entre ellos Jean Paul Sartre. Camus ya propugnaba que los tempranos terroristas rusos (''Quizás lleguen otros que fundarán su autoridad en nosotros para matar y que no pagarán con sus vidas", dice Dora en un momento dado de la obra) darían pie a los crímenes del estalinismo, olvidado de que los primeros bolcheviques rechazaron el terrorismo porque para ellos los medios deberían ser tan limpios como los fines. Camus ejerció su libertad de no tomar partido en una lucha que le era cercana y quedó con las manos limpias, pero el problema, hoy más que nunca, está en pie.

Es evidente el vacío moral de los terroristas actuales que, a diferencia de los de la obra, no tiemblan en matar civiles inocentes, niños incluidos, pero también es evidente que sus raíces se hunden en una injusticia social o política, las más de las veces de orden colonial. La condena a sus acciones criminales no debe dar lugar al rechazo de toda forma de lucha por un mundo más justo. En el programa de mano de esta versión libre de Ludwik Margules a la obra de Camus, se nos dice que ''opone la crudeza de un catastrofismo orwelliano, y hay que recordar que el rabioso anticomunismo de Orwell lo llevó a ser un delator, denunciando a miembros de la más bien inofensiva Sociedad Fabiana como George B. Shaw. En un mundo en que el terrorismo se ha vuelto un peligro real y en que la lucha en su contra da lugar a toda clase de brutales excesos, no cabe que el repudio a los medios haga olvidar la justicia de los fines.

Margules, con toda razón, opone al terrorismo decimonónico el contemporáneo y, por otra parte, juzga que el desprecio a la vida humana lleva al totalitarismo, llámese nazismo, llámese estanilismo. Es esta contradicción ética de nuestro tiempo la que está presente en su versión libre de la obra y la que afecta al espectador.

El teatrista elabora su propuesta de dos maneras, dramatúrgicamente con añadidos al texto y escénicamente con el manejo de los espacios, con los tiempos y con la doble presencia de Arturo Beristáin como el revolucionario Boris Annienkov y el carcelero Skurátov, con lo que confirma su tesis de que los luchadores de hoy llegan a ser los represores de mañana. Son muy notorios los añadidos del principio, en que Annienkov lee un supuesto diario de la época en el que se relata el atentado contra el duque Sergio con toda suerte de horripilantes detalles, la descripción de un parque en el verano cuyo clima tranquilo y amoroso contrasta con el destino de los conjurados y muchos parlamentos, sobre todo el monólogo de Alexei Vóinov en la cárcel.

Mónica Raya crea una austera escenografía, a base de dos paredes transversales de un material metálico y gastado, con un rectángulo marcado de blanco sobre el piso negro, donde se concentrará la acción de las casas de los conjurados, que se abre para la escena de la prisión. Margules y su codirectora Hilda Valencia prescinden casi del trazo escénico. Mantienen a sus actores en absoluta cercanía con el público en posiciones casi siempre estáticas, ya sea en el cuadrángulo apoyados en la pared, ya sea de pie en la cárcel, con Alexei contra la pared lateral, y Foka, Skurátov y la duquesa en diferentes posiciones erguidas con distinto grado de cercanía al preso. El tiempo de la cárcel es lento, sobre todo en el habla del carcelero, que cae como piedras en el ánimo del preso. El vestuario de Beatriz Russek, muy fuera de época aunque con elementos de ella, uniforma a los terroristas, incluida Dora.

No todos los actores salen por igual librados en la audaz propuesta. Yo destacaría a Arturo Beristáin, a pesar de su extraño acento, a Luis Rábago en su actuación más certera de las últimas fechas y a Emma Dib y Claudia Lobo como Dora y duquesa.

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