José Cueli
Los poetas malditos hablan
el mal y la destrucción son las dos caras de una misma moneda. El mal y la parte humana más negra que en nuestros días vemos aparecer en diversos escenarios y diferentes latitudes a lo largo y ancho del planeta. Y entonces la palabra de los poetas parece emerger con una fuerza descarnada y con una verdad que a todas luces ya no podemos ocultar ni menos negar. Convendría escuchar a los poetas, a los poetas malditos que al ''mal-decir", al decir del mal lo hicieron sin concesiones y además de un talento excepcional mostraron sin reticencia el dolor, la desesperación, el vacío y la desesperanza que cohabitan con el mal en las profundidades del alma humana.
Los poetas malditos Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Artaud, Allan Poe, Dylan Thomas, Maiakovski, Apollinaire, como bien los entiende y describe Francisco Umbral, son la representación de ''un ser desarraigado, un desclasado, un ser que sufre complejo de autodestrucción y que hace de ese complejo y esa autodestrucción su obra de arte... es una fuerza centrípeta de destrucción y con respecto a la sociedad, una fuerza disolvente".
En mi opinión, es el prototipo del ser que vive al margen, en el margen, en las fronteras, en el límite entre la cordura y la racionalidad, como visionario inmerso literalmente en un mundo de visiones y que sin ambages se sumerge y a la vez es un sujeto que encara y encarna sin hipocresía el fatalismo de la tragedia humana, la lucha entre la vida y la muerte, el bien y el mal, la luz y la sombra y es así, sin maquillaje, como se revela y rebela.
Cabe aquí recordar el final de la cruda pero realista dedicatoria que hace Baudelaire al lector en su libro Las flores del mal: ''šEs el tedio! -Anegado de un llanto involuntario,/ Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba,/ Lector, tú bien conoces el delicado monstruo,/ -šHipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!"
Y a propósito del mal, es Rimbaud quien hace una magistral descripción en su poema de dantescas escenas que hoy se reproducen sin medida en distintos escenarios del orbe, y que avasallados por el horror nos dejan perplejos y pasan ante nuestra mirada con una horrenda y sorprendente cotidianidad que nos desborda y se torna inasible, incomprensible, inasimilable: ''Mientras los escupitajos rojos de la metralla /silban todo el día en el infinito del cielo azul;/ mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón/ se desploman en masa los batallones bajo el fuego;/ mientras una espantosa locura machaca y hace de cien millares de hombres una pila humeante/ -špobres muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría/ šoh Naturaleza!, tú que hiciste a esos hombres santamente-...
Ante la ensordecedora realidad pareciera que los hombres hemos olvidado preguntarnos sobre el mal y sus consecuencias sobre nuestra propia maldad y la del prójimo, y sin reflexión apostamos por la destrucción. Para ayudarnos a reflexionar aparece un crudo poema, también de Rimbaud: ''Corazón mío, Ƒqué nos importan las capas de sangre/ y de brasa, y los mil crímenes, y los interminables gritos/ de rabia, esos llantos de cualquier infierno que derriban/ cualquier orden, y el Aquillón gimiendo aún sobre las ruinas,/ y venganza alguna? šNada!"
Al mostrarnos el horror de la parte negra quizá puedan darnos luz para tender puentes (si es posible) hacia el rescate de la parte luminosa de la naturaleza humana, para no tener que aseverar, como García Lorca, que ''la vida no es noble, ni buena, ni sagrada".