LETRA S
Noviembre 7 de 2002

Subvertir los géneros en el combate al sida

ls-rasurandoseAna Luisa Liguori y Marta Lamas
 
 

El análisis de la epidemia de sida desde una perspectiva de género permite a investigadores y activistas discernir las consecuencias que tienen las construcciones culturales de lo "femenino" y lo "masculino" en la transmisión del VIH y en sus efectos. La simbolización cultural de la diferencia sexual ha dejado una profunda huella en la existencia humana. Aunque las diferencias sexuales forman la base de una distribución particular de los papeles sociales, la mayoría de las actividades humanas catalogadas como masculinas o femeninas no las denominan "naturalmente" factores biológicos. Por el contrario, estas clasificaciones se denominan socialmente mediante el proceso de construcción de género.

Las construcciones de género no niegan la existencia de diferencias biológicas entre los sexos, sino van más allá para subrayar que estas diferencias, como tales, no justifican el desequilibrio de poder y la desigualdad social entre hombres y mujeres Quizá el papel del género se entienda mejor como un conjunto de normas, creencias, proscripciones y representaciones culturales que una sociedad establece respecto de la conducta masculina y femenina. Éstas varían de acuerdo con el periodo histórico, la sociedad y la clase social, pero siempre marcan la diferencia entre lo que se espera de los hombres y de las mujeres.

Los sistemas de género establecen estereotipos y normas distintas para mujeres y hombres. Casi en todas partes del mundo, los sistemas de género dominante niegan a la mujer el derecho a una sexualidad placentera, imponen estereotipos y crean dobles raseros que dividen a las mujeres entre las consideradas como socialmente dignas de la maternidad, dentro de la institución santificada del matrimonio, y aquellas que se espera satisfagan los apetitos sexuales de los hombres y son clasificadas como prostitutas. Las mujeres "buenas" deben casarse, llegar vírgenes al matrimonio, ser monógamas, ser inocentes en cuestiones sexuales y en la cama, y en varias situaciones culturales y no deben disfrutar de las relaciones sexuales.

Por el contrario, e igualmente en casi todas partes del mundo, el imperativo de la masculinidad es que los hombres deben proveer a sus familias y deben ser, entre otras cosas, sexualmente activos, fuertes, indiferentes, valientes, audaces y agresivos. Los datos estadísticos internacionales muestran el precio que pagan los hombres para cumplir las prescripciones que reafirman su hombría: entre las principales causas de muerte de los jóvenes están los accidentes y los asesinatos, acontecimientos que suelen ir acompañados del consumo de drogas o alcohol.

Muchas culturas creen que los hombres tienen un apetito sexual más fuerte que el de las mujeres, y en la mayoría de las sociedades la socialización de los niños y jóvenes está orientada para que sean sexualmente activos a temprana edad y tengan una vida sexual activa con muchas parejas. Aunque quizá esto se aliente menos después del matrimonio, por lo menos se tolera. Las investigaciones sobre la masculinidad indican que la identidad del hombre tiene que reafirmarse continuamente y que las aventuras sexuales se encuentran entre los medios más comunes para lograr esta reafirmación, junto con la degradación de toda conducta considerada como femenina. En muchas culturas, mofarse de la homosexualidad (real o supuesta) se vuelve un factor importante para definir la identidad masculina.

La difícil negociación sexual

En el contexto del VIH y del sida, las construcciones de género dominante tienen graves consecuencias. En todo el mundo, las mujeres, como grupo, carecen de la fuerza para rechazar las relaciones sexuales que podrían ser de alto riesgo, o para negociar prácticas sexuales con mayores precauciones. Muchas mujeres, incluso mujeres independientes desde el punto de vista económico, que han cuestionado los papeles y conductas tradicionales que de ellas se esperan, han encontrado particularmente difícil modificar los códigos de conducta sexual dominantes. Por temor a ser señaladas como mujeres "fáciles", encuentran difícil tomar la iniciativa en sus relaciones sexuales. Muchas de ellas se avergüenzan tanto que no compran preservativos o, aún peor, no sugieren que se utilicen, en especial con un compañero nuevo. Creen que si en su primera cita le dicen al hombre que llevan preservativos, él pensará mal de ellas por haber planeado sostener relaciones sexuales. Rara vez acostumbran las mujeres decirle explícitamente a los hombres que desean tener relaciones sexuales, y esto es cierto también respecto al uso del preservativo.

Muchos hombres que sucumben a la presión del grupo para reafirmar su hombría se ven obligados a tener relaciones sexuales que no desean. Los antropólogos han documentado testimonios de jóvenes que no deseaban iniciar su vida sexual pero se vieron obligados a hacerlo por presiones de sus familiares y amigos. Por el contrario, los hombres que desean a otros hombres pueden descubrir que no tienen las condiciones externas propicias ni la fuerza interior necesaria para enfrentar a una sociedad que los rechaza. Algunos no llevan preservativos cuando piensan tener relaciones sexuales con otro hombre, porque esto supone cierto nivel de aceptación, planeación y conciencia de su propia conducta. Muchos otros se casan y llevan una doble vida secreta.

Sexismo y homofobia

Una perspectiva de género abre una nueva manera de interpretar la igualdad entre los sexos y la diversidad sexual, y es crucial para la creación de formas discursivas y de comunicación que puedan desnaturalizar los conceptos de hombre y mujer, y su vida política, laboral, sexual e íntima. Una perspectiva de género nos fuerza a reexaminar el poder de lo social y lo simbólico, y abre posibilidades para transformar costumbres e ideas.

Al analizar los procesos de diferenciación, dominación y subordinación entre hombres y mujeres, y la discriminación en contra de aquellos que se comportan fuera de las normas heterosexuales, una perspectiva de género ofrece una explicación de las acciones y pensamientos humanos como simbólicos y, por lo tanto, susceptibles de transformarse.

Una idea clara de qué es el género y cómo funciona le ofrece a los individuos argumentos sólidos para cuestionar las representaciones tradicionales de lo que se considera "natural"; las personas pueden entonces confrontar la falsa uniformidad heterosexual y reconocer la diversidad global de las prácticas o identidades sexuales. Hoy día, las exigencias democráticas de una nueva ciudadanía sexual basada en el respeto a los derechos humanos están unidas a las estrategias culturales indispensables para combatir el VIH/sida. Por bien de todo el mundo debe ganar legitimidad un nuevo discurso cultural que cuestione los dobles raseros, acepte la sexualidad femenina y reconozca las prácticas sexuales y el amor entre personas que no siguen las normas heterosexuales. El "heterosexismo" y la homofobia, intrínsecamente vinculados con los papeles de género domi-
nantes, dificultan la aceptación de las personas con deseos homosexuales; conllevan grandes riesgos para las mujeres que son incapaces de ser asertivas en 1o sexual por temor a hacerse de una mala reputación, y para los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres que no han aceptado abiertamente sus prácticas. La magnitud de las consecuencias de lo que harán las personas por evitar que se les asignen identidades marcadas por un estigma pueden apreciarse en un número creciente de hombres y mujeres VIH positivos.

El sexismo y la homofobia son los dos lados de la misma moneda y se desprenden de una lógica de género que, en el contexto del sida, resulta mortal. Modificar el discurso cultural dominante y promover la diversidad, la tolerancia y el derecho a ser distinto, debe ser una prioridad del programa democrático para crear una nueva ciudadanía sexual. Enfrentar el sexismo y la homofobia no sólo son respuestas urgentes basadas en los derechos humanos, sino que tienen profundas implicaciones para impedir una mayor propagación del sida.