Normatividad y liberación del deseo
¿Cuándo se empezó a legitimar el sexo no reproductivo, y en qué momento dejó de ser la religión el árbitro supremo de las conductas sexuales? En esta ponencia Carole Vance, antropóloga, epidemióloga y directora del Programa de Sexualidad, Género, Salud y Derechos Humanos, de la Universidad de Columbia, advierte sobre los diferentes usos potenciales del concepto salud sexual, lo sitúa en su contexto histórico, y lo relaciona estrechamente con una sexualidad centrada en el placer.
El discurso de la salud racionaliza la sexualidad, despojándola de su carga de pasión y deseo, convirtiéndola en instrumento para alcanzar metas como la reducción de la morbi-mortalidad y de los gastos médicos. La retórica de la salud sexual elimina el placer de la discusión. |
Carole Vance
Con el ingreso en el habla cotidiana del concepto
de salud sexual se pone en evidencia el modo en que salud y sexualidad
van de la mano. A pesar de que este término ha sido usado desde
1975 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), su mayor influencia
aparece en los años noventa al cambiar los términos "control
de población" y "planeación familiar", a "salud reproductiva"
y luego a "salud sexual y reproductiva". Por otro lado, el énfasis
en la prevención del sida y las infecciones sexualmente transmisibles
(ITS) introdujo el concepto de "sexo más seguro". Pero la salud
sexual tiene una historia compleja, usos contradictorios, potencialmente
liberadores o represivos. Los progresistas han usado ese término
a nivel institucional, económico y político, a través
de un activismo comprometido y estratégico. Muchos grupos de derechos
humanos lograron introducir el término salud sexual en conferencias
internacionales importantes. El cambio del monólogo sobre control
poblacional y planeación familiar al diálogo sobre salud
reproductiva fue muy importante. Pero con todo, la salud sexual y reproductiva
sigue limitándose a considerar la reproducción en pareja
y la crianza de los niños, a pesar de que la definición del
término salud sexual incluye también el derecho a estar libre
de enfermedades sexuales, a una información no prejuiciada, a servicios
de salud, a la no discriminación, a tomar decisiones informadas
sobre control natal, aborto, ITS, infertilidad y VIH, y a vivir una cultura
sexualmente democrática, pluralista, y respetuosa.
¿Qué hemos entendido hasta hoy por salud sexual?
Aunque el término es reciente, no lo es la estrategia de argumentar sobre salud con referencia al sexo. Hay al menos 150 años de políticas sexuales y de salud. En este lapso ocurrieron dos cambios históricos mayores: primeramente, el cambio en el estándar para legitimar una relación sexual, que inicialmente fue una lucha por el sexo heterosexual, y que pasó del objetivo de la reproducción al consentimiento y el placer. Ese fue un cambio histórico, por el cual la gente luchó, y que ahora damos por sentado.
La otra gran tendencia histórica es la declinación de la religión como árbitro de la sexualidad, en tanto la medicina se fue consolidando como interlocutora válida en este campo. Las batallas por la sexualidad también se libraron como asuntos de salud, y tal fue el caso de las enfermedades llamadas venéreas, la prostitución, el control natal y el aborto. Estas batallas se dieron entre tradicionalistas que defendían el sexo "natural" y reproductivo, y postulantes de maneras nuevas de legitimidad sexual, como el consentimiento y el placer. Estos últimos utilizaron exitosamente la salud como apoyo, por lo que los tradicionalistas tuvieron que remplazar el lenguaje de la moral por el de la salud. Así, el debate desafiaba a las autoridades morales y religiosas, para las que la prevención ideal contra las ITS eran el celibato prematrimonial y la fidelidad, por lo que cualquier intervención sanitaria era indeseable, pues aliviaba las consecuencias del pecado y los infractores merecían morir.
La facción en pro de la salud reconoce la fragilidad humana y el realismo. Este abordaje, racional, empírico y científico, hace a un lado el dogma religioso. Aunque también hablaba de infracciones sexuales, su desaprobación era más suave. El debate planteaba estas preguntas: ¿Las mejorías en la salud pública permiten la inmoralidad y la mala conducta? ¿Proveer condiciones de salud desata el placer o el deseo?
A pesar de las diferencias entre la religión y la biomedicina emergente, ambas posturas naturalizaron la sexualidad, abordándola como si fuera conformada por factores intrínsecos y uniformes. Para la religión, la forma de la sexualidad estaba dada por Dios. Para la ciencia médica, por la biología humana y las funciones del cuerpo. El debate entre religión y biomedicina es entre dos naturalismos. El reto a un esencialismo dominante por parte de otro menos poderoso, pero también menos punitivo, puede ser una jugada estratégica y progresista. Sin embargo, el poder relativo de una religión fuerte y una biomedicina débil cambia al entrar el siglo XX. El lenguaje de la salud va penetrando en estos debates, y los opositores al control natal hablaban de familias antinaturales, no unidas por la reproducción, lo cual reducía a las mujeres al papel de prostitutas. Mientras tanto, quienes lo apoyaban, proponían familias con niños y madres más saludables, mayores espacios, relaciones más felices y menor tasa de divorcios. Los argumentos sobre la salud proveyeron un lenguaje alternativo, fuera de la religión o la moral, y en pro de cambios en conductas y leyes sexuales.
Pero el discurso benigno de la medicina decreció mientras su autoridad aumentaba. Su autoridad acerca del sexo encierra una paradoja: por una parte, la medicina se alejó del dogma y promovió la discusión racional, que señala una cierta apertura, pero por otra parte, logró una gran autoridad sobre la sexualidad, en conexión con las enfermedades: un marco de referencia totalmente negativo. Los primeros biomédicos, a fines del siglo XIX desarrollaron nuevas categorías para describir una serie de desviaciones, perversiones y sexualidades invertidas. Al conceptuar a la sexualidad como una arena para la patología y amenaza a la salud, contribuyeron a su estigmatización. Mezclando psiquiatría y sexología, los médicos desarrollaron una escritura de autoayuda, que tuvo una gran influencia entre el público, promoviendo una visión de la sexualidad como amenaza a la salud, describiendo intensamente las consecuencias negativas de las infracciones morales y el pecado. La intervención de la medicina fue determinante en la patologización de la homosexualidad y la supuesta delincuencia sexual de mujeres jóvenes, encerradas en manicomios sin juicio previo, por haber tenido actividad sexual premarital. Mientras el discurso, la práctica y la autoridad médica sobre la sexualidad se incrementaban, los marcos de referencia de lo normal y lo patológico, lo perverso y lo desviado se incrementaron del mismo modo.
La regulación institucional
El interés del Estado en normar la sexualidad y la salud ha sido intermitente. El Estado se involucra para alentar o desalentar el aumento de la población, para fines militares o de colonización. Diseña leyes sobre el matrimonio, edad para casarse, impuestos y penas, que privilegian formas de contacto sexual y reproducción, desalentando otras, de acuerdo con criterios discriminatorios sobre clase, casta y raza.
Así, en la Alemania nazi se igualaba a un individuo fuerte y puro con una familia fuerte y pura y con una nación fuerte y pura. Sin embargo, esto no es exclusivo del fascismo; se encuentra en muchos desarrollos nacionales. La exhortación a la salud involucra conductas y regímenes sexuales, no sólo para crear individuos sanos, sino para crear naciones simbólica y sexualmente puras, limpias, no corrompidas. En Gran Bretaña y Estados Unidos, muchas políticas de "higiene" describían a los "buenos ciudadanos" de acuerdo con su apropiada conducta sexual y de género. Estos esfuerzos por mantener la pureza sexual nacional, también trazan fronteras entre lo interno y lo externo. Los ciudadanos propios y los "otros", desviados externos, ya sean grupos culturales dentro de la nación o extranjeros peligrosos en la frontera. La noción de pureza sexual y su conexión con el nacionalismo facilita movilizaciones políticas en donde la patología sexual, la enfermedad y la deslealtad definen al enemigo.
No hemos heredado situaciones idénticas a las descritas por el término salud sexual del siglo XIX, sin embargo, en el discurso y el activismo observamos acuerdos continuos, y la forma como la salud sexual puede ser cooptada por proyectos reaccionarios. También vemos los encantos y peligros de instrumentalizar. Es decir, la instrumentalización por el Estado es clara y peligrosa per se. Pero los usos instrumentales de la salud y el sexo por los activistas también necesitan repensarse. La forma en que la salud sexual puede ser usada por los progresistas sexuales, sin admitir su interés por el placer sexual, tiene sus pros y sus contras. Los progresistas deben reconocer que en muchas culturas, la sexualidad tiene un estatus desacreditante, vergonzoso e ilegítimo.
Contra esta visión, el proyecto y el activismo sobre salud sexual usan la palabra "salud" y los valores aunados a ella, para desexualizar y desestigmatizar los tópicos sexuales confiriéndoles un propósito y un valor más alto. La salud convierte a la sexualidad en un asunto serio. O como dice un libro de los militares de Estados Unidos sobre las ITS: "días de combate perdidos". Esos son los razonamientos que los progresistas sexuales usan para hablar de ITS contra los conservadores religiosos.
Sí, el sexo también es carnal
La salud y la retórica de la salud sexual fortalecen al hablante para abordar la sexualidad y sus colindancias públicas, de las que normalmente no se habla, porque la urgencia cívica así lo requiere. El fortalecimiento del discurso sexual, y la defensa o apología de la sexualidad eran, en la Inglaterra Victoriana, como una violación a la delicadeza y traspasaban la frontera entre lo público y lo privado, al hablar de prostitución o de las ITS en público, pensando en la salud de los hijos y la propia. Recientemente, en Estados Unidos, los ministros de Salud usaron el mismo argumento para educar acerca del sida. La salud lo requería. La salud libera al hablante de la vergüenza: autoriza no sólo un discurso sino también promueve el ascenso de nuevos interlocutores y nuevos tipos de información acerca de sexualidades subordinadas. Particularmente en el sida, hubo quienes reclamaron espacio, basados en sus nuevas habilidades y urgencias. Gente trabajando fuera de la medicina, como los grupos gay, intervienen en discusiones médicas y de salud pública, afirmando: "nosotros tenemos información que ustedes no tienen y eso nos da autoridad como expertos".
El discurso de la salud racionaliza la sexualidad, despojándola de su carga de pasión y deseo, convirtiéndola en instrumento para alcanzar metas como la productividad, la eficiencia, el uso de anticonceptivos, reducción de la morbi-mortalidad y de gastos médicos. Pero sobre todo, la retórica de la salud sexual elimina el placer de la discusión, o lo disfraza con valores sociales. Dialogando sobre salud sexual, observamos que este término opera exactamente como El Vaticano esperaba: un discurso subterráneo sobre el placer.
El placer es un objetivo importante de la reforma de la salud, pues muchos contemporáneos piensan que es un derecho ciudadano, y esta es una "desventaja" del término salud sexual. A pesar de las claras ventajas de dicho término, la evolución del poder de la medicina entre los siglos XIX y XX, ha cambiado su modo de operar.
La desinformación conservadora
La medicina ha ganado un enorme poder desde el siglo XIX. Pero en salud sexual sus objetivos son distintos a los de los progresistas. La medicina es muy importante para el control social, y la salud se discute en un lenguaje normativo y prescriptivo. El uso de los términos "saludable", "no saludable" sobre las preexistentes categorías morales y religiosas, se ha venido dando de manera muy sutil, y muchos médicos expresaban opiniones morales convencionales acerca de la inferioridad de la mujer y la perversión sexual, en un lenguaje médico-científico. Paradójicamente, los grupos más maltratados por la biomedicina, las mujeres y las minorías sexuales, son aquellos donde el movimiento por la salud sexual es más fuerte.
Sin embargo, el potencial para resbalar en el lenguaje de la salud sexual sigue siendo muy alto, y me pregunto si contiene elementos de normalidad y normatividad y si al hablar de salud sexual, le damos todos el mismo significado, pues podemos dar un paso terrible y terminar usando el término "sexualidad no sana"; o un término muy prescriptivo que ahora se usa mucho: lo normal, y que sigue siendo herramienta para controlar y juzgar, aunque suele aparecer como un término meramente estadístico. Así, el término salud conserva diversas connotaciones. Puede significar al mismo tiempo salud individual, social, familiar, o nacional. La ecuación histórica entre familia y nación sigue siendo poderosa y graves ofensas a los derechos humanos se cometen en nombre de la salud sexual nacional. Los grupos de derecha de Estados Unidos han desarrollado una nueva táctica para afectar la educación sexual. En el pasado se oponían a cualquier tipo de educación sexual en las escuelas públicas. Conforme pasaba el tiempo, su oposición parecía más anticuada y ridícula, de modo que inventaron sus propios métodos educativos: la educación para la abstinencia que no provee a los niños de información ni de servicios y a menudo está llena de desinformación médica engañosa, pero de este modo aparentan estar a favor de la educación sexual.
Esta historia muestra una serie de advertencias. El que algo sea etiquetado como salud sexual no determina quién habla acerca del tema, y con qué autoridad lo hace, cuál puede ser la solución o quién gana o pierde con la solución sugerida. Sabiendo esto, ¿qué asuntos podríamos revisar en las campañas de salud sexual para ser más críticos y ver cómo pueden ser cooptadas por la derecha? ¿Es posible desarrollar un marco de referencia, que comprenda el concepto de placer sexual para no estar siempre escondidos bajo el término de salud sexual? Este objetivo también requiere considerar que el término salud sexual confiere legitimidad y respetabilidad, y sin embargo este logro constituye también una desventaja al retardar formulaciones más abiertas acerca de la legitimidad de la democracia, el pluralismo y el placer sexual.
A pesar de todo, las victorias de la salud sexual han sido ganadas duramente. Son el resultado de un trabajo tremendo a nivel global. Los programas de salud sexual han tenido resultados significativos que no quiero minimizar. Sin embargo, nuestra relación entre intelectuales y activistas acerca del término salud sexual debe retener un grado de escepticismo y distancia crítica para que la palabra saludable tenga un mejor significado.