Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 6 de noviembre de 2002
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Política

Arnoldo Kraus

Promesas

En la infancia, se dice, nacen las promesas y se cultivan las esperanzas. Esa época, cuando la ingenuidad tiene pies y la inocencia cabeza, es el tiempo en que el prisma de la mirada debería iluminar el mundo de colores. Eso se comentaba, eso se repetía. El mundo naif de ayer se acabó hace tanto tiempo, que la memoria no alcanza para rescatar y contarle a los hijos que los mundos de las hadas, de los gnomos y de los países encantados sí existieron. El mundo real de hoy deviene niños y niñas en situación de calle, niños que pelean en guerras y venden su vida e inocencia al negocio de la prostitución o alguno de sus órganos cuando son raptados.

Otros son abandonados en la calle -eutanasia social-, demasiados padecen sida y hambre e incontables no finalizan la primaria. Muchos son esclavos modernos y para incontables el futuro es entelequia. Otros viven sumidos entre la realidad del miedo, la certidumbre de las guerras que van y vienen, pero que nunca dejan de estar, y la infancia truncada por las muertes vecinas. Tal es el caso de los niños y niñas palestinos y de sus similares israelíes. Promesas, película de Justine Shapiro, B. Z. Goldberg y Carlos Bolado ilustra, bajo el poder de una lente no maniquea, la vida de siete niños y su visión de uno de los conflictos más viejos y dolorosos de la Tierra.

El documental narra la historia por medio de escenas que reproducen la realidad y que se generan en el habitat natural de los niños. Carece de maquillaje y se aleja del melodrama. Muestra fragmentos de la historia de esa tierra, las infranqueables diferencias entre la visión de los judíos religiosos y los laicos -"no entiendo a los religiosos. Prefiero a los árabes"-, el odio que se siembra desde una escuela primaria en Palestina cuando se exalta el valor de la raza palestina (sic) y la certeza de que los judíos traicionaron a Mahoma. Enseña la mirada ciega de los judíos ortodoxos que desean eliminar a los árabes y la convicción de un niño admirador de Hamas, quien convencido afirma que entre más israelíes mueran, mejor.

Promesas basa su argumento en la inocencia de la infancia y en la apuesta de que los niños hablan, en muchas ocasiones, primero con el corazón y después con la razón. Prometer implica compromiso y cambio. En el filme, el tiempo, el peso de la verdad, la carga de la historia y los intereses políticos sepultan la mirada de los niños y la carga moral que conlleva el acto de prometer.

Filmada entre 1997 y 2000, la película recorre algunos fragmentos de la vida de niños seculares y religiosos, fanáticos y taimados, cuyas edades, me parece, oscilan entre los 11 y 12 años. Niños que entremezclan la vitalidad del juego y la lucha por la madre tierra. Niñas que hablan con sinceridad, sin guiones, sin compromiso, sin pactos. Niños que se muestran como son -"observo quién está en el camión y me bajo antes por si explota una bomba"- y lo que piensan de sus vecinos -"odio a los judíos porque en los retenes nos humillan". Todos hablan con la certeza de lo que son: los religiosos y fanáticos envuelven sus argumentos, bajo las lentes de la intolerancia, y quienes han crecido en hogares "normales", lo hacen cobijados por el deseo de que la esperanza no muera. Asegura uno: "el Corán afirma que Jerusalén nos pertenece"; "los judíos nos expulsaron". Otro comenta: "los árabes nos quitaron nuestras tierras".

Tras muchos esfuerzos y una gran labor de convencimiento, uno de los productores -BZ- logra reunir a dos gemelos israelíes con los niños palestinos. Ahí los protagonistas muestran sus mejores caras. Por medio del juego, de la sencillez, de la labor de un observador desinteresado -BZ-, quien les había hablado "de los otros" y de la magia de "ser niño", los protagonistas encuentran puentes fáciles, sea pateando una pelota, hablando o comiendo. Pueden ser amigos. Pueden ser "el otro".

El final del documental aplasta: dos años después de haberse iniciado la filmación, los actores confirman que la infancia es una pequeña luna de miel y que a Montaigne le sobraba razón cuando aseguraba que la condición humana era un jardín imperfecto. El envejecimiento de los niños es prematuro. Al cambiar sus prioridades en la vida, restan importancia al encuentro con el vecino y sepultan la visión esperanzadora que sembraron mientras corrían tras la misma pelota.

Promesas muestra cómo el odio se engendra in utero y cómo el sinsentido de la violencia germina desde la niñez.

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