APRENDER A MORIR
Hernán González G.
¿Heredar en vida?
Cuidado, suele haber sorpresas muy desagradables
Dos historias casi increíbles
LA RICA FOLCLORIZACION de la muerte suele ir en
detrimento de conceptos lúcidos y más humanos en torno de
la ruptura definitiva del individuo con este mundo. No son sólo
los millones de pesos que cada 2 de noviembre la sociedad mexicana gasta
en recordar a sus muertos, sino sobre todo en la escasa atención
que esa sociedad presta al problema de la muerte, con el consiguiente pánico
que le sigue generando.
ENFRENTAR Y ACOMPAÑAR nuestra condición
de mortales exige más que ofrendas con calaveritas, veladoras, tamales,
pan de muerto, calabaza, mole, dulces, bebidas y juguetes preferidos por
el difunto, flores de cempasúchil, papel de china y demás
elementos de la liturgia popular, así como un increíble despliegue
artesanal y de mendicidades diversas. Todo ello soslaya o difiere esa condición,
mientras creencias, costumbres y prácticas variopintas dificultan
una actitud más natural hacia la muerte, todavía considerada
tabú.
ESTOS MIEDOS ACUMULADOS de la persona ante su muerte
-morir en un hospital, solo, con sufrimientos, hambre, indignidad o malos
tratos- con frecuencia pretende disminuirlos mediante decisiones tan precipitadas
como perjudiciales, entre otras heredando en vida a seres queridos o de
mayor confianza, con la intención, casi nunca externada, de ser
atendidos por ellos siquiera en el último trance o etapa terminal,
cuando el deterioro de una o varias funciones vitales del organismo es
irreversible e incurable.
SAMUEL GAITAN, SOLTERO de 81 años, hace
seis heredó su casa a un sobrino, hijo de una hermana que vivió
con Samuel sus últimos años y a la que éste cuidó
hasta su muerte. Animado por la idea de honrar la memoria de su hermana
tomó esa decisión, dejando de lado a otros dos hermanos y
a sus hijos.
EL RESULTADO NO pudo ser más contraproducente:
El sobrino beneficiado, con la herencia segura, se desentendió por
completo de su generoso tío, mientras que los hermanos y sobrinos
restantes, al ser excluidos del testamento, no consideraron "justo" interesarse
por el estado del anciano, quien en compañía de su gato sobrevive
con una insignificante pensión y eventualmente es asistido por algunos
vecinos.
ARTURO ARREDONDO Y su esposa, en otro gesto de
previsión inadecuada, heredaron en vida a sus dos únicos
hijos. A él, la casa cuya planta baja habitaban y a ella una casa
contigua. Con el tiempo, el hijo que vivía con su familia en la
planta alta de la casa paterna, requirió de más espacio,
por lo que pidió a sus padres que dejaran el inmueble. Al no estar
ellos de acuerdo, el hijo entabló un juicio de desahucio, y logró
sacarlos de "su" propiedad. Tamaño gesto provocó al poco
tiempo la muerte de la afligida madre y meses después y la de don
Arturo.
LA FALTA DE actualización de leyes y legisladores
determina en gran medida el tremendo rezago legal del país ante
las realidades cotidianas, por lo que la tentación de heredar en
vida ha de sopesarse al máximo.