Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 11 de octubre de 2002
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Cultura

José Cueli

Yucatán y Campeche: más duelo

El estudio de la mayoría de los mexicanos nos conduce irremisiblemente a la profundización de la tan sabida miseria nacional, es decir, la miseria de los miserables, a las medidas a tomar, que nunca se adoptan y que han hecho de nuestra vida tan sólo sobrevivencia; escriturándose como lo más significativo de lo mexicano: rasgos, ademanes, gesticulaciones y partículas tan inasibles de nuestro proceder que nos han impedido acceder a una identidad. A ello se agregan los duelos históricos no elaborados y las características geográficas del territorio nacional ya mencionadas por el historiador Silvio Zavala; la montaña, siempre la interminable montaña.

Mexicanos que con sus pesadas herencias a cuestas se han configurado de unos caracteres y perfiles diferentes de los nacidos en otros países, al margen de las condiciones sociopolíticas favorables o desfavorables, sin ánimo para modificar el contexto, sin poder acceder a la búsqueda de su clave más honda, es decir, el secreto vivir de su ser. Mundo cristalizado, cerrado, que intriga e inquieta en la pregunta y en la definición. Incesantes ''porqués" mientras la tierra se empobrece y la indefensión profundiza, tragedia de esos mexicanos que han vivido y viven en el margen, al margen, en las fronteras, en la exclusión, en la fragmentación, exiliados de la tierra y de sí mismos, intentando sobrevivir.

Mexicanos campesinos que hace 25 años representaban 75 por ciento de la población y que en la actualidad, números más o menos, debido a su movilización hacia las ciudades no llega a 20 por ciento. Lo mismo el norteño, el del altiplano o el del sur pasan hambre, frío, vejaciones; sufren el desarraigo de su tierra, su lenguaje, sus símbolos y sus costumbres y así, expulsados del campo y alienados en las urbes a las que arriban, lo único que los define es la sobrevivencia.

Marginados, sobreviven inmersos en un sistema de esclavitud impuesto a la mayoría, para convertirlos en minoría (a pesar de ser tantos millones) aplastados (Nezas y sus anexas rodeando las grandes ciudades) y así, en espectral escenario de pobreza -desastre- lo que se vive son crímenes, saqueos, secuestros, torturas, mutilaciones, promiscuidad, fuerza bruta, desnutrición. Ni siquiera una lengua en común se posee, pues ésta fue arrebatada en la Conquista. Grupos y etnias indígenas sobreviven a costa de la marginación y de los cercos de la palabra y la violencia que se erigen en torno de ellos, para silenciarlos, agotarlos y segregarlos cada vez más, en la espera de que se extingan con el tiempo o el tiempo se extinga para ellos. Y así, para ellos, en las selvas y serranías sólo queda un desierto doloroso.

Campesinos en las ciudades, muchos sin lengua en español, solos, al servicio de las clases poderosas, inmóviles, dormidos, soñando; en plenitud de resonancias culturales cumplidas, cristalizadas y, por tanto, sin ánimo de ser modificadas, incluso si lo mexicano se puede definir a partir de la lengua española, desde ahí, cerca de 10 millones de mexicanos se encuentran en el exilio. Lo mexicano desde ese ángulo se nos revela como transparencia en el aire, vestido de sueños, formando parte de una trama invisible, decididamente cristalizada. Lo mexicano proyectado desde su historia azteca-española produce un espectro que lo desmaterializa. Presencia acuciosa y seductora del mestizaje, a quien no le interesa la industrialización, la globalización, fenómenos éstos que otras naciones echaron a andar desde principios de siglo.

Lo mexicano quijotesco vive otro tiempo, un tiempo perdido entre los tiempos, suspendido, que se estanca sin estancarse, que se desliza en otro tiempo, receloso de lo que puede acontecerle afuera, una trepidación que no comprende, pues su mundo es el de los sueños.

Este compás de espera les deja una profunda tristeza (a la manera de la melancolía descrita por Freud, en la que el sujeto sufre, la sombra del objeto cae sobre él, pero ni siquiera sabe lo que ha perdido), sabedores de que se van a ir por el tiempo. Un tiempo que no es el de la globalización; es el de la supervivencia enlazado a sus sueños. Un tiempo en el que no existe el ritmo de la máquina y menos el de la electrónica moderna o la cibernética.

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