Luis Linares Zapata
Corporativismo, su derrota
Acontrapelo de la generalizada opinión, expresada por la crítica en medios, del desatino político del gobierno cuando empató la solicitud de desafuero de los líderes petroleros con la huelga planteada en Pemex por la revisión salarial, en ese momento en curso, ahora se revela y asienta como punto crucial en la lucha contra la corrupción emprendida por el régimen actual. Y también solidifica la confianza en el mando del presidente Fox, antes en entredicho, dándole el crédito de haber vencido a un enjambre poderoso de intereses sesgados de aquellos que, con una huelga en Pemex, alegaban defender.
La coincidencia entre los analistas condenando la acción de la PGR y del mismo Fox resultó abrumadora, pero ciertamente errada. Sólo cuando la reacción del público en contra de los dirigentes sindicales y sus aliados del PRI empezó a tomar cuerpo y salir a flote fue que se cambió de enfoque del fenómeno completo e hizo la corrección del error de juicio. Sin embargo, los priístas perseveraron en la defensa de los acorralados líderes uniéndose de lleno a la condena popular.
El acuerdo de posturas entre los diputados del PRD y el PAN para iniciar el juicio de procedencia en el Congreso fue el toque postrero que selló la debilidad de la defensa ensayada por el antiguo régimen para frustrar el proceso indagatorio. La contraofensiva pretendía resguardar a los legisladores impugnados con el fuero constitucional. Un leve recule posterior, ensayado desde el CEN del Institucional, fue suficiente para modificar las perspectivas, prevalecientes hasta ese momento, recayéndose en el valor de la ruta gubernamental.
La marea había crecido en sentido contrario a la intentona de los inculpados en el caso Pemex-STPRM-PRI por plantear una factible huelga en la paraestatal. La palanca lucía formidable para su defensa. Pero no se aceptaron, ni aun como simple posibilidad, las consecuencias de paralizar la empresa, que es, sin duda alguna, la espina dorsal de la economía nacional y, más todavía, uno de los cimientos de la vida organizada del país. La huelga en Pemex se vio entonces como lo que efectivamente es: una amenaza a la paz y tranquilidad de la nación. Y todo por esquivar el eventual castigo a los líderes del STPRM, acusados de peculado y otros delitos adicionales.
La sola pretensión de ejercitar tal poder por parte de los que detentan, de manera por demás cuestionable, los mandos sindicales, los llevó al borde del precipicio de donde no han podido retirarse. De aquí en adelante el corporativismo, esa singular manera de organizarse para servir al poder centralizado y no para la defensa de los intereses reales del trabajador, salió herido de muerte del forcejeo petrolero para fortuna de una real y efectiva transición democrática. El papel poco transparente que todavía juega dicho corporativismo, tal como se entendía en el régimen del presidencialismo autoritario en plena decadencia y salida, junto con las debilidades y los excesos mostrados en el forcejeo petrolero, lo dejaron expuesto al escrutinio y a la condena ciudadana. Aparecieron así tal como son: un tigre de papel. No tienen la legitimidad que les daría el respaldo de sus agremiados ni el coraje suficiente para montar una huelga en ciertas industrias clave, léase la eléctrica o la petrolera. Sus organismos cupulares (Congreso del Trabajo) están también erosionados. Les urge renovarse porque no sirven a los fines que se han propuesto, ni tampoco son ya útiles, como instrumentos que atraigan votos partidarios, para la conquista del poder.
La estrategia de hacer un corte con el pasado, de sobra discutida tanto fuera como dentro de la administración de Fox, debe continuar. Una vez derrotada, por sus propios compañeros de ruta, la postura que adelantó Porfirio Muñoz Ledo, de hacer la diferenciación de manera tajante y a fondo hasta llegar a formular una nueva Constitución, queda por precisar lo que permanecerá como constante para hoy y mañana. Está la otra posición, sostenida por el canciller, de distinguirse del antiguo régimen mediante la lucha contra la corrupción. Pero ésta ya había sido sobrepasada por la influyente opinión (de Santiago Creel) de ver hacia el futuro, olvidar el pasado y construir los consensos requeridos por un gobierno dividido. Tal conseja dio pésimos resultados a Fox, así como sus promesas de un cambio real. Afortunadamente el secretario de la Gobernación mudó de discurso, se unió a la dureza mostrada por el Presidente en la puja contra los indiciados del caso Pemex y salvó la cara.
Las nuevas órdenes de arresto contra varios personajes que fueron altos funcionarios durante la campaña de Labastida por la Presidencia de la República es la última fase de la ecuación planteada de origen. Con ello se completa el círculo que la administración debía trazar para asegurar la confianza ciudadana. Queda por ver el desempeño de los jueces y la opinión que de ello extraiga la población, pero nada regular se espera de ello.