Teresa del Conde
Irma Palacios en la López Quiroga
Escribir. Pintar se titula la exposición que Irma Palacios dedica a su escritor venerado, Juan García Ponce, en la galería López Quiroga (Aristóteles 169, Polanco). El enunciado trae a colación a G.E. Lessing, quien en el siglo XVIII propuso en su Lacoonte una intervención interpretativa acerca de las relaciones entre literatura y artes visuales: ''Tanto en la pintura como en la poesía (el sentimiento de agrado) proviene de una sola y única fuente: la belleza..."
Lo que sucede hoy día es que si bien la belleza sigue ocupando un sitial, existe también la belleza convulsiva de la que habló Breton, o la belleza degenerada, aunque la unión de estas dos palabras implique una paradoja. Digamos que la ''belleza" en Irma Palacios sigue perteneciendo a una cadena que yo llamaría turneriana, en tanto que la luz o la ausencia de la misma es ingrediente principal de su temática.
La exposición de Palacios es congruente con lo que ella hace, pues implica un viraje -cosa importante- respecto de su exposición anterior en la Galería Metropolitana de la UAM y, si se me permite la expresión, es pródiga en varias obras ''preciosistas" que denotan no sólo su incansable afán creativo, sino su respeto amoroso por los materiales que utiliza para dar cuerpo a sus trabajos. Un respeto y una maestría similar a la que ha sido propia de su colega Francisco Toledo. El oficio en la obra de Irma Palacios es por lo común impecable y a esto suma algo que ya poco se ve: buen gusto.
Hace un par de años, Palacios fue invitada especial de una importante colectiva que tuvo lugar en los Emiratos Arabes. Pasó allí un tiempo, pero anteriormente había realizado un viaje a Corea y desde entonces el oriente empezó a calar, ya no de manera ocasional, sino persistente en su imaginario. Los pictogramas egipcios, las escrituras orientales, cuyo contenido ella desconoce, se convirtieron en soportes sensibles que después codificó a su modo; esos son los signos que con mayor frecuencia aparecen en la producción actual que incluye acuarelas, tintas, óleos y algunas esculturas.
Además, la clave del color es mucho más alta y el espectador lo percibe desde que entra en la galería. Ahora gusta de pintar claro sobre claro (ya lo había hecho antes, pero no en forma tan persistente), sin que eso quiera decir que está ensayando nuevas gamas colorísticas. Se mantiene fiel a sus matices predilectos: rosas con tinte siena muy claro, amarillos de nápoles casi blancos, blancos transparentes, ocres modulados, tierras de sombra muy desleídas en aquellos cuadros en los que predominan las distintas calidades de claridad.
Algunos de ellos (se encuentran en la planta baja) me recordaron vivamente a Raúl Herrera, si bien estoy cierta de que ambos artistas son totalmente ajenos uno a la otra y lo que sucede es que hay ahora la convergencia fijada mediante sus respectivos orientalismos. Una de las obras que me pareció más lograda en ese sentido es Signos orientales, óleo ''seco" que parece estrapado de algún muro sometido a una lluvia persistente que desleyó la escritura. Si aquí los signos son sombras de signos, en Alfabeto dividido -mosaico de 16 recuadros que integran retícula- las ''escrituras" son netas, ''legibles", pudiera decirse.
Cuando utiliza óleo sobre papel, logra composiciones finísimas, como en la serie Esquematriz (se trata de una matriz que sirve de esquema a varias composiciones). La mayoría de estos trabajos se encuentran museografiados en el piso superior de la galería. Otra serie la integran las acuarelas y tintas inventarios de luz. En las primeras ha incluido un método gráfico: el diseño es un hueco, un recorte que da lugar a la forma.
Entre los óleos destacan aquellos en los que la autora utilizó las formas que ahora privilegia para connotar una acción ''natural". Así sucede con uno de los más atractivos cuadros de la muestra, Caligrafía aérea, que provoca la asociación con un tupido vuelo de aves diminutas o con una borrasca que levantó al aire miles de delgadísimos papeles recortados.
El intento de cambio, de proponer otra faceta, siempre dentro de sus habituales predilecciones, debe verse como una moción de la artista encaminada a hacer valer las experiencias vividas en el decurso de su trabajo. Es una fase que aún requiere de mayor reflexión y experimentación, pero en todas formas ya se percibe la necesidad de poder calibrar, en conjunto, una retrospectiva antológica de su obra, que reuniera, a través de una selección precisa y bien acotada, los principales hitos de su producción, pongamos por caso de 25 años a la fecha.