TOROS
Por primera vez en la historia del toreo un niño se encierra con seis novillos
Joselito Adame, de sólo 12 años de edad, cortó ayer cinco orejas en Aguascalientes
Una hazaña para el libro de récords Guinness La gente lo sacó en hombros
LUMBRERA CHICO ENVIADO
Aguascalientes, Ags. 6 de octubre. Ayer la plaza de toros San Marcos de Aguascalientes fue escenario de una hazaña histórica: el niño Joselito Adame, de sólo 12 años de edad, mató seis novillos del mismo número de ganaderías y cortó un total de cinco orejas, antes de ser sacado en hombros al grito colectivo de "štorero, torero!", que repitió hasta el cansancio la enloquecida afición.
Según las estadísticas disponibles, Joselito Adame es la persona más joven que ha realizado una proeza de esta índole en la vieja historia del mundo taurino. El maestro Fermín Espinosa Armillita se despidió como novillero en El Toreo de la Condesa, matando seis astados cuando tenía 15 años.
Por su parte, el malogrado diestro ibérico Francisco Rivera Paquirri acababa de cumplir 14 años de edad cuando protagonizó su primera encerrona, pero despachando no seis sino cuatro novillos en su pueblo natal. Con su exitosísima actuación de ayer, Joselito Adame no sólo establece una marca mundial, que difícilmente será superada, sino que a la vez implantó un récord que, en justicia, debe quedar registrado en el famoso Libro Guinness.
Una tarde inolvidable
Con una magnífica entrada, que cubrió sin duda las tres cuartas partes de las gradas, y en medio de un ambiente de corrida grande, no exento de una mezcla de morbo y curiosidad, el pequeño fenómeno de los ruedos, patrocinado por el empresario Pepe San Martín, partió plaza arropado por la ternura de las mujeres que le aventaban flores y las palmas de los aficionados que ya ven, en el pequeño artista, al sucesor de Julián López El Juli.
En los chiqueros rumiaban en la sombra seis ejemplares de las ganaderías de Sergio Rojas, El Vergel, Santa Bárbara, San José, Corlomé y San Judas Tadeo, que saltaron a la arena en ese orden con un peso promedio de 310 kilos, siendo los más bravos el quinto y el sexto.
Joselito no se acomodó con el primero, al que terminó pinchando, pero le hizo fiestas con el capote y la muleta, además de banderillearlo con lucimiento. La cosecha triunfal comenzaría con el segundo, al que le corrió la mano por ambos lados, recibiendo un pequeño trompicón al intentar el forzado de pecho y, aunque volvió a pinchar, a petición popular cortó la primera oreja de la tarde.
Desfile de sobresalientes
Pasó dificultades con el tercero, quizá el menos dócil, y no lo quiso adornar con los rehiletes, pero administrándose bien, permitió que los sobresalientes salieran a dejarse ver en distintas suertes de capa. El público, que estaba de dulce, aplaudió fuerte a estos muchachos. Pero Joselito volvió a la guerra durante la lidia del cuarto, al que banderilleó otra vez y, pese a que no lo mató pronto, cortó la segunda oreja de la tarde.
Entonces salió el de Corlomé, quinto del encierro, y el que tenía más empaque. Imperturbable, Joselito le bajó las manos con el percal, ejecutando lentamente las verónicas y después las gaoneras, pero por consejo del callejón se abstuvo de banderillearlo para tomar alientos, coger la muleta y cuajarle un faenón que puso a la gente de pie y alfombró el ruedo de sombreros.
En la cumbre de la apoteosis, entró a matar por derecho pero la espada caló al bicho saliéndole por la panza para dejarlo como mariscal de estatua con su sable por un lado. Ante la visible contrariedad de los tendidos, Joselito volvió a terciar la muleta y a tirarse en busca del hoyo de las agujas, señalando una media estocada que bastó para matar al animal. La gente, de todos modos, sacó los pañuelos y obligó al juez a concederle una oreja, la tercera de la tarde, pero si no hubiese fallado con el acero lo habría recompensado merecidamente con las dos orejas y el rabo.
Incrédulo por los excepcionales resultados, pero sobre todo porque ahora sólo le faltaba enfrentarse a su último enemigo, Joselito echó la casa por la ventana y volvió a prodigarse en todos los tercios para, finalmente, cobrar una buena estocada y cortar las dos orejas, haciendo un gran total de cinco. Los aficionados no esperaron a que el alguacil desprendiera los apéndices del cadáver y se arrojaron al ruedo para alzar al niño prodigio en hombros y llevárselo por las calles de la capital aguascalentense hasta su hotel.