Presentó temporada en Denver con uno
de sus más exitosos y antiguos programas
Luces y malabares de Cirque du Soleil invitan a burlarse
de la melancolía
"No nos hacemos ilusiones. Nuestros gritos serán
de cólera" por los que no tienen, dicen
ROSA ELVIRA VARGAS ENVIADA
Denver, Colorado. Cuando sin ninguna modestia o
rubor se invoca, se ofrece la alegría para atraer multitudes, sin
duda debe tratarse de un hecho que despierte y expanda los sentidos con
igual y explosiva intensidad. Esa es la oferta del Cirque du Soleil y sólo
viendo su espectáculo Alegría se entiende por qué
lo hace.
Consigue un grito de júbilo irrefrenable. Cada
espectador se lleva un sabor delicioso; las pupilas se quedan para siempre
en las imágenes de la noche, del viento, de la fuerza y la destreza,
el arrojo y la plasticidad. Los oídos guardan, eternos, la música
y el canto que les fueron dados y, por la mera evocación, la piel
siente otra vez la ternura, el intenso placer, la sorpresa, los escalofríos.
Alegría.
El Cirque du Soleil vino aquí para abrir temporada
con ése, uno de sus más exitosos y antiguos programas.
Y en noche estrellada -cercanos e indomables a Denver
estaban entonces los incendios forestales que sumieron en el desazón-
a los habitantes de esta porción del noroeste de Estados Unidos
se les abrió un paréntesis de dicha, dibujaron sus rostros
con sonrisas y despertaron a emociones que agradecieron con interminables
aplausos.
En ese espectáculo, que formaron los propios espectadores,
parecía mentira que todo esto se diera y se viviera precisamente
en el país que inventó el showbiz y el oropel hollywoodense.
Se logró gracias a una genuina manifestación
de arte y de destreza, derroche de elegancia y glamur, y una buena dosis
de bien calculada locura.
Llamado
de unión
¡Pongámonos alegres!, tal era la consigna.
En el llamado por muchos el mejor circo del mundo nada
se regala al azar. Y no sólo porque la vida de un acróbata,
malabarista, hombre fuego o trapecista vayan en juego como en cualquier
hazaña circense. Es porque para el Cirque du Soleil la honestidad,
en este caso, se llama Alegría así, en español.
Pero esa misma atmósfera que estalla en luces, fuego, malabares,
contorsiones, papel picado, cantos y música, lo lleva a asumir una
confesión: "No nos hacemos ilusiones".
Y lo explican: "Los niños de la calle no podrán
ver Alegría. La risa para ellos es un lujo inaccesible. Esta
noche, nuestros gritos de alegría se harán gritos de cólera,
porque millones de jóvenes corazones van a pasar frío una
vez más, allá, en los bajos fondos de nuestra voluntad. Esperamos
que Alegría ayude a aquellos a unirse a nosotros que todavía
tenemos voz''.
Dicho lo cual, esos privilegiados que sí pudieron
aquí pagar entre 65 y 165 dólares por regalarse esta dicha,
asumen el santo y seña de lo que vendrá enseguida: "Si no
tienes voz, grita. Si no tienes piernas, corre. Si no tienes esperanza,
inventa".
No hay tercera llamada. El más pequeño de
cuantos artistas ocuparán el escenario, el ruso Batmunkh Batjargal,
de 11 años, dará la bienvenida a los asistentes. Dictará
algunas sencillas instrucciones de seguridad y expondrá la esencia
del espectáculo. Y su candor y simpatía son un preludio delicioso.
Casi al mismo tiempo, la orquesta saldrá a mezclarse
entre el público e irá preparándolo con una música
de cuerdas, viento y percusiones que no se parece a ninguna otra (y que
mezcla las marchas de circo, con algo de tango y un poco de fado, además
de otros ritmos indefinibles), para que sepa que ya, en ese momento, la
bóveda de la gran carpa tendrá los más extraños
tonos de azul, mientras el bufón, que servirá como hilo conductor
a la trama de Alegría, alterna con otros personajes bufos,
caricaturas con máscaras de grotesco porte aristocrático
y lujosos vestidos, que explicarán, sólo con mímica,
el sentido de una historia que lleva a la Alegría:
"¿Y si todo fuera posible? ¿Y si fuera el
bufón del rey quien tenía razón? ¿Y si la carpa
se transformara en un mundo fantástico en el que los viejos volvieran
a ser jóvenes, y los reyes fueran bufones? ¿Y si usted pudiera
ser rey durante algunas horas? ¿Y si la Alegría fuera
esto, qué le parecería?''... es la invitación para
entrar a la corte del palacio y ver lo divertido y mágico que puede
ser, "burlarse de la melancolía".
Danza, canto, teatro serán, por casi dos horas,
piezas de un espectáculo de circo que cuenta un cuento. Elementos
de un todo que alegra, asusta, emociona e incluso puede ubicar en la tristeza
que traerá consigo, cómo no, un payaso.
El inicio de muchos sobresaltos
Y entonces, surge la acrobacia con el trapecio sincronizado
que lleva hasta alturas insospechadas, como para cortar la respiración
y que será apenas el inicio de los muchos sobresaltos que estos
gimnastas, cirqueros, trapecistas, artistas a los que el Cirque du Soleil
recluta de entre los mejores del mundo y que antes de dar un primer paso
frente el público se entrenan durante seis meses en Canadá.
Sin transición o tiempos muertos para el reposo,
las pistas del fondo se mueven en una danza acrobática frenética,
de interminables saltos, mortales a cargo de una especie de guerreros dorados
que apenas serán el puente para que el "hombre volador" recorra
en su alegoría de pájaro todos los confines de la carpa,
y más adelante la tribal danza del fuego y luego la niña
de 15 años, Maria Silaeva, nacida en Rusia, quien se encarga de
la "manipulación" de listones y aros con una dulzura y elegancia
que impiden siquiera pestañear.
Y así irán transcurriendo, sin dar tiempo
al respiro o a reponerse del asombro, los números de un circo que
ha prescindido de los animales, que es capaz de establecer un diálogo
colectivo con los 2 mil 500 asistentes, sin más palabras que la
fuerza del "hombre fuerte", la mímica elocuente de los payasos y
el montaje de uno de ellos, uno de los más viejos del circo, Yuri
Medvedev, también ruso, que cierra la primera parte y logra estrujar
y obtener todas las emociones con el largo recorrido de un hombre y su
maleta por las más frías e inhóspitas regiones del
mundo.
El final de la primera parte es apoteósico. Entre
una tormenta de nieve y una luz blanca, catártica, intensa, que
transporta a confines que nadie hasta ese momento podría imaginar
que un mero espectáculo circense podría llevarlo.
Y la segunda parte también. Alegría
prosigue con la maestría de las barras aéreas, la contorsión,
el trapecio, nuevos números de payasos... la música, la voz
de ¿Nathalie Noël?, es como un río inagotable que lleva
por recodos misteriosos a ratos turbulentos y otros todo mansedumbre.
Es por las vías de esa perfecta sincronía
entre circo y teatro, que al final sólo queda la Alegría,
y suscribir, sin reticencia, las mismas gracias que Cirque du Soleil expresa
a los cuatro vientos:
"Gracias a ustedes, los que hacen las reglas.
"A los que rompen espaldas. A los autócratas sinceros.
"A los falsos demócratas. A los constructores de
muros.
"A los pintores de líneas. Gracias. Gracias una
vez más.
"A los que tatúan números. A los que culpan
a otros.
"A los que acumulan ambiciones. A los que separan según
el color.
"A los que sonríen cuando mienten. Gracias. Muchísimas
gracias.
"Por favor, pónganse bajo el reflector. Dejen que
les tomemos una foto.
"Para inmortalizarlos. Para agradecerles. Dejen que
"Grabemos sus nombres en nuestro álbum de la infamia,
para que
"Nunca podamos olvidar. Para que nunca aceptemos.