Bárbara Jacobs
Lunas en aprietos
Nunca vi a Lunas tan desencajado como cuando nos habló de Georges Perec. "Al genio --nos decía--, al artista genio, no lo detiene la ceja alzada de la crítica." ƑQué nos quería decir? Caminaba desorientado de un extremo de la tarima al otro; en una o dos ocasiones, se detuvo delante de su escritorio y dio un manotazo sobre la tapa; después, distraído, se lo dio en la frente. Aunque estábamos acostumbrados a sus rarezas, ahora llegaron a inquietarnos. Al compañero listo que ensayó diferentes formas de alzar la ceja, no lo respaldaron las risas de la totalidad del resto de nosotros.
Lunas no encontraba la compostura. ƑQué le sucede, profesor? Buscaba en la expresión de nuestro rostro una respuesta que tampoco encontraba. "Hablo en el vacío", parecía lamentarse. Tras anunciarnos que en aquélla, la última clase del año, nos daría una lista de "Instrumentos" que, por lo menos a quienes nos convirtiéramos en escritores, nos serían de utilidad, anotaba en el pizarrón unos cuantos términos, les abría llaves a los lados y, no bien empezaba a dar forma al esquema, Lunas cogía el borrador y, con un enérgico movimiento que describía una parábola, lo borraba.
Entre intentos renovados de concluir la lista y pasar a explicarnos uno por uno los puntos que la constituían, nos hablaba de Perec, a quien oíamos mencionar por primera vez. Era a finales de los sesentas. Georges Perec, que tendría 34 o 35 años, como Lunas, había publicado su primera novela y ganado con ella un premio en su país, Francia. A juzgar por los comentarios de Lunas, se trataba de un autor inclinado a entender el mundo mediante la manía de clasificarlo, pero, a la vez, a considerar su método exasperante pues, si con él lograba ordenarlo todo, sin olvidar nada, él dejaría de ser útil, ya que no habría nada que tratar de explicarse.
"El arte es inútil", exclamaba Lunas. Conocíamos de sobra sus principios. "Las Bellas Artes son inútiles -corría su silogismo--; la literatura es arte; luego, la literatura es inútil." Como preparatorianos menores de edad que éramos, el conflicto del tal Perec, si no era un juego, nos parecía tan absurdo como su aporte clasificador; pero, sin duda, no nos lo parecía tanto como el aprieto en el que tenía atrapado a nuestro profesor.
Que anotara algo en el pizarrón y de inmediato lo borrara, era más significativo de lo que podía parecer a simple vista, sobre todo si, para interpretarlo, nos referíamos a la frase concluyente, aunque sesgada, que Lunas repetía, como una obsesión. "Al artista genio no lo detiene la ceja alzada de la crítica." Es decir, ƑPerec invadió el mundo con su arte clasificador porque era genio? ƑLunas no era genio, pues no acababa de invadir ni siquiera el pizarrón con una muestra de su propio arte clasificador? En cuanto a sus alumnos, Ƒrepresentábamos para él la crítica? ƑTemía Lunas que nosotros alzáramos la ceja ante sus enseñanzas? O, por otra parte, Ƒel problema era que le parecía inútil proporcionarnos instrumentos para construir nuestra literatura que, según el indudable bromista Perec, de construirla no haría más que enfrentarnos a la inutilidad misma?
ƑCuál era el problema? Ese dar y, de inmediato, arrepentirse y retener; Ƒqué denotaba de Lunas? ƑInseguridad y, en consecuencia, conciencia de no ser como Perec, es decir, genio, que da lo que tiene, en su caso, de enumeraciones, textos, sin que lo detuviera la ceja alzada de la crítica? Entiéndase como se entienda, la cosa es que, tras un nuevo intento de plasmar en el pizarrón su esquema de "Instrumentos", Lunas lo borró una vez más y, sin mirarnos, salió intempestivamente del salón en forma definitiva.
Util o inútil, con frecuencia necesitaría echar mano del esquema que Lunas no logró proporcionarnos. Con el ánimo de dar con él, contacté a su viuda. Me recibió con la atención con que acostumbraba hacerlo, orientándome, apenas me apersoné, hacia la pila de papeles adecuada. No tardé en localizar un fajo de hojas encabezadas con el título Los instrumentos del escritor. Estaba por despedirme de mi anfitriona, con el legajo bajo el brazo, cuando de pronto, en un apagón momentáneo, alguien, brusca y decididamente, me lo arrebató.