Arnoldo Kraus
Fanatismos
A la tecnologia, a la ciencia, a la riqueza, al neoliberalismo
y a las mismas culturas se les ha olvidado "algo" en el camino. Han olvidado
que el crecimiento y el conocimiento deben caminar, al menos "un poco",
en forma paralela al grueso de la humanidad. El número de personas
que carece de los elementos mínimos para llevar una vida digna es
inmensamente mayor que quienes usufructan los bienes de la tierra y de
las ciencias. Esas "amnesias" han generado pobrezas y sembrado desesperación.
Entre una y otra germinan terrorismos y fanatismos, que si bien siempre
han existido, en la actualidad han adquirido fuerzas otrora impensables.
A la vera de la creciente intolerancia del siglo XXI,
la pobreza material y moral se ha vinculado con una "espiritualidad" religiosa
que intenta "suavizar" las carencias o darle algún sentido a la
vida, pero que, en grados extremos, deviene terrorismo y fanatismo. A la
modernidad molecular, no hay duda, le falta asomarse a esa masa gigante,
pobre y ávida de sustento para mitigar sus mermas.
La globalización ha olvidado también que
las finanzas no podrán tener éxito si no se crean o fortalecen
las instituciones adecuadas. Instituciones que protejan los derechos humanos,
que se preocupen por el medio ambiente, que promuevan la justicia social
y que distribuyan el mínimo indispensable de los elementos necesarios
para que las mayorías puedan subsistir con el menor número
de vejaciones. Todas esas omisiones son semillas para que terrorismo y
fanatismo florezcan. Los enfermos de sida abandonados por sus naciones,
la ETA, el conflicto entre israelíes y palestinos, la violencia
en Colombia y las querellas de los indios de Chiapas son muestras de la
omnipresencia del sentimiento de humillación, de inferioridad y
del enojo crónico de los sin tierra y sin presente. Esos
destinos hacen patente una de las contradicciones fundamentales e inexplicables
del saber: haber olvidado que la justicia es para todos.
La modernidad y el conocimiento han exprimido los jugos
de la tierra. Han expoliado a pobres y enriquecido a poderosos. Han generado
diferencias inmensas y, seguramente, insuperables. Si es cierto que el
mundo es de todos y todas las personas son el mundo, las consecuencias
de esta inocente tautología son inmensas. Una mínima dosis
de escepticismo es suficiente para entender la trascendencia de dicha tautología.
Buen ejemplo es el 11 de septiembre de 2001 y los exabruptos de Bush. La
sentencia volteriana "el mal está en la Tierra" es otra forma
de decir que entre la amnesia y el odio la distancia es infinitamente pequeña.
Odio y amnesia. Binomio terrible cuya suma rompe los encuentros
entre lo permisible, lo imaginable y lo posible. Binomio que sepulta la
idea de la razón, y la noción entre onírica y romántica
que afirma que la ética es anterior a la ontología. Las fuentes
que han cavilado sobre el odio son muy numerosas. Parecería que
el inventario acerca de los caminos de la inquina y sus brazos son inagotables.
Se ha dicho, mucho antes de la era del genoma, que el mal está determinado
ontogénicamente, afirmación terrible y de difícil
comprobación, pero seguramente cierta.
En los diálogos entre Emmanuel Lévinas y
Philipe Nemo -Etica e infinito- se plantean las siguientes disyuntivas:
"¿Es todo lo posible permitido? ¿Se reduce lo permitido -y
lo obligado- a lo posible?" Renglones adelante se lee: "Todo está
permitido salvo lo imposible". Disyuntiva amarga que lamentablemente se
ha convertido en realidad, pues, en muchos renglones "de lo humano", en
muchos rincones de la Tierra, el odio y el mal rebasan la propuesta del
filósofo francés. Lo imposible supera lo permisible, y lo
imposible, bajo los brazos del odio, carece de límites.
Entre una y otra Tierra la intolerancia ha triunfado.
Entre las moléculas del conocimiento y las muertes por pobreza,
o por ser siempre "el otro", el terrorismo y el fundamentalismo, se reproducen.
Bajo la sombra de la miseria muchas religiones y sus prácticas,
como la intolerancia o el "derecho a matar", crecen sin coto. Es cierto,
la política, además de ser una enfermedad incurable, se opone
a la moral. Y es también veraz que la tecnología, en muchas
de sus caras, se opone al ser humano. Entre una y otra han germinado el
odio, la pobreza, las religiones y las "otras tierras".
La historia y el ser humano (o la historia del ser humano)
han sido implacables: la riqueza de pocos descansa en la pobreza de muchos.
La pregunta ancestral, amén de denunciar la falta de movimiento
del ser humano, continúa siendo la misma: ¿hasta cuándo
seguirá estirándose la liga?