Luis Linares Zapata
PRI: la hora del pago
La historia que cuenta el caso Pemex-STPRM-PRI es conocida
y simple: un conjunto de militantes destacados de ese partido, seguramente
coordinados desde Los Pinos, se puso de acuerdo para desviar sumas enormes
de dinero de esa empresa para financiar la costosa y fallida campaña
de Francisco Labastida. Montaron, además, una complicada ruta para
desvanecer las huellas de tal operación incurriendo en lo que se
llama, sin duda ni titubeos, delincuencia organizada. No pudieron evitar,
ni tampoco lo intentaron, que en el camino algo se fuera quedando en los
bolsillos de algunos de los participantes cupulares. La conocida práctica
de siempre. Y todo eso lo hicieron los priístas, acusados ahora
de varios delitos, a contrapelo de específicos mandatos de ley y,
lo más grave, contraviniendo la tendencia hacia donde caminaba la
sociedad en su versión electoral. Desde esas fechas fatídicas
hasta el presente, se han empeñado en ocultar la realidad y se niegan
a pagar los costos de su conducta delictiva. Actuaron de esa errada manera
quizá porque nunca pudieron aceptar la posibilidad de que podían
perder la Presidencia de la República. Más hete aquí
que fueron derrotados en las urnas a pesar de su casi infalible seguridad
en la capacidad del llamado "sistema" para torcer, en la hora decisiva,
la voluntad ciudadana. Quedaron entonces expuestos a la intemperie.
La historia así relatada está, sin duda
alguna, arraigada en la conciencia individual y colectiva de los mexicanos.
Y lo está porque fue sedimentada durante largos años con
una práctica continuada, arrogante y hasta dispendiosa, que ofendió
los valores y creencias de muchos hombres y mujeres que nunca se cansaron
de protestar por ella y denunciarla en los distintos lugares, modos y foros
de que dispusieron. De ese nítido hecho hay que partir para visualizar
correctamente el factible resultado. Resultado medido desde varios puntos
de vista pero, en particular, desde el de los apoyos que otorgará
la sociedad a los distintos actores y a las posturas que se vienen adoptando
en el conflicto que se presenta ahora y que amenaza desembocar en una huelga
en Pemex. Huelga que, a pesar de su cercanía y alegatos para desatarla,
se ve como imposible por las consecuencias que se presentarían de
inmediato. En unos cuantos días, quizá dos o tres, se paralizaría
toda la fábrica nacional y se rondaría el caos generalizado.
Un panorama aciago que no se puede enfrentar y, menos aún, hacerlo
para defender y prolongar un estado de cosas que define y describe al antiguo
régimen y a sus operadores actuales.
El riesgo que la administración de Vicente Fox
adoptó al perseguir las claras huellas de delitos penales, electorales
y administrativos del caso Pemex fue altísimo. Y lo fue porque se
enfrentaría a todo un tinglado, bien afianzado con recursos, ordenamientos
permisivos, costumbres malsanas y mecanismos de poder empeñados
en su continuidad, aun a pesar de implicar, en ese afán, daños
enormes para todos y que ya resiente la marcha del país. Hay necesidad
entonces de prevenir al gobierno, pues de capitular a esta altura de la
disputa desatada puede resultar incapacitado para conducir los asuntos
públicos de aquí en adelante.
La confluencia de intereses, en mucho desviados y hasta
pervertidos, entre líderes sindicales y el PRI para formar el núcleo
de lo que se llamó, con toda su nebulosidad concomitante, el partido
de Estado, no puede ser aceptada como normal, tolerable y, menos aún,
inevitable. Pero sanear el ámbito público de la República,
como dice pretender el gobierno, no es asunto sencillo, rápido y,
sobre todo, directo y exento de penalidades, dudas, errores y retardos.
Por el contrario, conlleva costos elevados que hay necesidad de aceptar
y respaldar con sacrificio y voluntad. Una conducta y reciedumbre que no
es fácil encontrar en la relatoría del quehacer y los modos
nacionales. Permitir el triunfo de la impunidad, mediante negociaciones
oscuras, como una realidad actuante, es intolerable tanto para la vida
organizada de la nación como para la gobernabilidad presente y para
lo que espera después. Tal parece que Fox ha perseverado en esta
ocasión y está decidido a sacar provecho de su estrategia
de combatir la corrupción con apego al derecho. El complemento,
sin embargo, pasará también por ese otro proceso iniciado
contra los Amigos de Fox, que se encuentra empantanado. El PRI, en cambio,
se encamina hacia un callejón sin salida, donde se topará
de frente con el sentir y el juicio condenatorio de la sociedad. Los priístas,
en un malentendido espíritu de cuerpo, vienen respaldando a esos
sus militantes que contrariaron las reglas de la sana competencia que exigen
diversas leyes para acceder al poder. Quieren salir ilesos de sus tropelías
pasadas, y para ello han adoptado decisiones torpes, apoyadas en un discurso
inaceptable e increíble. De persistir en ellas y seguir arriesgando
una huelga en Pemex, tal postura será suicida. Los enfrentaría
con todos los demás. Hasta con el mismo Estado y su indudable fuerza,
que muchas veces usaron en propio provecho.