Carlos Bonfil
Ciudades oscuras
Se ha señalado con insistencia que luego de la incursión de Fernando Sariñana en el terreno de la comedia light con El segundo aire --experiencia tan fallida como taquillera--, su nueva propuesta, Ciudades oscuras, representa su regreso a un cine más personal y, en definitiva, más estimulante, no sólo para las casas productoras sino para un público de exigencias mayores. Un retorno, en suma, a las atmósferas oscuras de Hasta morir, a las intensidades del relato y a la discreción en el cálculo comercial. Su nueva cinta marca efectivamente distancias saludables con su película inmediatamente anterior, pero su vinculación más directa es con otro éxito suyo de taquilla, Todo el poder, escrita por el mismo guionista de Ciudades oscuras, Enrique Rentería, en colaboración con el cineasta. Esta nueva radiografía de la ciudad de México y sus peligros y paranoias colectivas, reúne doce relatos, mismos que se entrelazan continuamente, sin confusión para el espectador, con un trazo narrativo limpio, aunque con el lastre de personajes demasiado estereotipados, a los que sólo salva de la caricatura la solvencia profesional del reparto.
Nueva miseria mexicana. Las historias de violencia urbana que cuentan Rentería y Sariñana tendrían como modelo (inalcanzable) los relatos sulfurosos de Gerardo Lara (Diamante, Lili), la sordidez que exhibe Víctor Saca (En el paraíso no existe el dolor), y la abigarrada galería de personajes derrotados que retrata Rafael Montero en su reciente Corazones rotos. Relatos fragmentados, cruce de historias y viñetas, algunas muy logradas en su concisión y fuerza, otras previsibles y reiterativas, casi todas plagadas de clichés y situaciones melodramáticas. Existe un claro desfase entre la voluntad de innovación estética que manifiesta el director y lo convencional del relato, inspirado en la novela Crónicas del Madrid oscuro, de Juan Madrid. El resultado semeja una antología (Ƒinvoluntaria?) de situaciones clásicas del cine de arrabaleras de los años cincuenta, con la madre prostituta que se empeña en ocultar, de modo inverosímil, su oficio a su hijo, chavo banda, con borrachines y teporochos, con seres fracasados vueltos guiñapos, figuras prescindibles, como un eco de las miserias retratadas en Los mediocres (Servando González, 1962), con arquetipos similares (allá, el guajolote, el sapo, el alacrán; aquí, el pollo, el Satanás, el Javo). Si el espectador aprecia mucho lo que cada actor y actriz de este reparto ha venido haciendo en su carrera, podrá entonces apreciar todavía más esta cinta donde cada uno sigue haciendo exactamente lo mismo. La mayor limitación de la cinta -su desfile de estereotipos, de personajes de lotería-- no impide, con todo, apreciar actuaciones estupendas, que ocasionalmente convierten lo convencional del primer trazo en una parodia más elaborada. Alonso Echánove, Demián Bichir, Zaide Silvia Gutiérrez, Ximena Ayala, Guillermo Gil, Diego Luna, son dueños de las situaciones, y gracias a ellos la cinta consigue ser algo más que un repertorio complaciente de calamidades urbanas.
Ciudades oscuras, una cinta formalmente muy ambiciosa, no propone nada particularmente novedoso en su manera de abordar los temas que interesan al director (inseguridad urbana, persistencia de la corrupción, impunidad a todos los niveles, en fin, lo señalado antes en Todo el poder en tono de una comedia del caos), en tanto la dispersión en el mosaico de historias da pie a una pasarela de lucimientos individuales ("Por primera vez reunidos los más destacados actores del cine mexicano", pregona la publicidad del filme). Ante una evidente falta de originalidad en la propuesta argumental, algunos detractores de la película señalarán como reparo principal la violencia extrema de ciertas situaciones, sin que este mismo reparo lo apliquen a obras más exitosas, como Amores perros. El problema radica menos en la violencia de Ciudades oscuras, y más en la naturaleza misma de las historias relatadas, sin mayor relieve en sus situaciones y personajes que el que le prestan actuaciones de calidad y un manejo arriesgado de los recursos técnicos al alcance. El apego excesivo a los clichés de un viejo cine nacional hace que pierda coherencia y sentido la búsqueda formal de Sariñana. Hacer coexistir de tal manera imaginación técnica y relato trillado, modernidad y anacronismo, difícilmente podría representar un avance en el trabajo del realizador de Hasta morir.