Ilán Semo
Sobre la historia (étnica) de la Independencia
Es costumbre afirmar que el movimiento de independencia que se inicia en 1810 tiene una historia doble: de un lado, fue una lucha por separar de España al virreinato de la Nueva España, para formar una nueva nación; del otro, una revolución social, política y cultural que transformó -o que quería transformar- a la sociedad que la Colonia heredó al siglo XIX. Si algo distinguió a la rebelión de los insurgentes mexicanos de los otros movimientos de independencia en América Latina fue su radicalidad: O'Higgins o Bolívar representaron fuerzas de reducidas elites criollas que apenas conmovieron a sus sociedades; en cambio Hidalgo, ya en noviembre de 1810, no sabía qué hacer con esa vastísima fuerza de indígenas, mestizos y mulatos que estuvieron a punto de ocupar la ciudad de México y que aparece en escena desde el mismo 16 de septiembre. Todos los testimonios sobre las cruzadas insurgentes abundan en la misma impresión: una guerra civil y cruel, que devasta a las más disímbolas regiones del país y que se prolonga durante más de una década.
El término "revolución" aparece desde las versiones más tempranas sobre la Independencia, que datan de los años 20 del siglo XIX. En general, quieren equiparar, así sea con la fuerza de la imaginación, a la guerra de Independencia con lo acontecido en las revoluciones de Estados Unidos y Francia varias décadas atrás; pero terminan casi siempre describiendo turbas urbanas y populares (Hidalgo todavía emplea el término peyorativo de "plebe") que linchan peninsulares en nombre de Fernando VII, comunidades indígenas que arrasan con autoridades criollas en la sierra de Atlixco, pueblos de mulatos que expulsan o matan a comerciantes y usureros mestizos en Guerrero, mulatos que se alían con mestizos en Veracruz para combatir españoles, criollos que se alían con indígenas en contra de los mestizos en Oaxaca, y así sucesivamente.
Si nos atenemos a los modestos significados que se le confieren a la palabra "revolución" en la época (y prescindimos de los que se derivaron de ese sintagma casi teológico que pobló el imaginario radical del siglo XX), la noción no es del todo imprecisa: la sustitución violenta de un orden por otro. La Independencia cifró el paradigma político que dominó al país hasta la República restaurada 60 años después: Ƒmonarquía o república?, según la inmejorable definición de Edmundo O'Gorman. Fijó el imaginario económico de una nación constituida utópicamente por pequeños propietarios privados; postuló la primera Constitución cuasiliberal, de alguna manera democrática (y afamadamente fallida), otra gran utopía nacional. Pero sobre todo, antes que una conflagración política y social, la guerra de Independencia fue un conflicto esencialmente étnico. O más precisamente: un conflicto social y político que se desarrolló a lo largo del correlato de un mosaico identitario, es decir, étnico. Al menos esa es la imagen que se entrevé en los dos estudios recientes más meticulosos y logrados sobre la microfísica de la Independencia (Peter F. Guardino, Peasants, politics, and the formation of Mexico's national state, 1996, y Eric van Young, The other rebellion: popular violence, ideology, and a Mexican struggle for Independence, 2001). En cierta manera, se trata de una imagen, digamos, "lógica".
En 1810, la sociedad novohispana era un orden que regulaba sus relaciones, percepciones y contradicciones por medio de un régimen basado en correlatos étnicos: las castas. Españoles, criollos, indígenas, mestizos, negros, mulatos (y las más de 30 posibles combinaciones entre ellos) se percibían a sí mismos en un orden de sujeciones y atribuciones cromáticas. Así se representaban también los mundos de la "economía", la "política" y la religión. Es natural que al plantearse la pregunta por la construcción de una nueva sociedad, la Independencia haya partido de ese mosaico étnico, incluso para abolirlo, como en el caso del programa confeccionado por las fuerzas radicales de Morelos.
Sin embargo, en la historiografía mexicana tradicional no hay un solo vestigio de la dimensión étnica de la Independencia como uno de los centros de su conflictividad. La disputa por la etnicidad conforma en ella una suerte de punto ciego o de terra incognita o non grata. Es una ausencia también comprensible. Si el siglo XIX puede ser entendido como un cúmulo de cruzadas por desindigenizar al país, no es casual que la escritura de la "historia nacional" se desarrolle como un cúmulo de intentos por desindigenizar la escritura de la historia.
Una historia de la Independencia basada en la pregunta por la dimensión étnica de su incendiaria conflictividad podría revelar universos inéditos y esenciales. Uno evidente es el tema de los orígenes del nacionalismo mexicano. Una visión que se ha constituido en una suerte de doxa histórica es la de atribuir los orígenes de la producción del imaginario nacional al exclusivo mundo de los criollos. Según esta divulgada visión, fueron las elites criollas quienes cifraron el inventario de sentimientos y relatos que habrían de codificar a la emergente nación. ƑDónde queda entonces la historia de las versiones de la nación confeccionadas por alianzas tan vastas y populares como las de Morelos o Guerrero, que responden a fuerzas indígenas, mestizas, mulatas, y cuya trama está enfrentada al criollismo de herencia novohispana? ƑDónde queda en general lo que Hobsbawm llamó alguna vez "el protonacionalismo popular", ingrediente esencial en la formación de cualquier Estado nación? ƑBasta con referirlo a la Virgen de Guadalupe? ƑY cuáles son los orígenes del nacionalismo mestizo, ese grupo étnico y social pequeñísimo en 1810 que acabó hegemonizando la conformación de la nación entera después de las catástrofes provocadas por el "nacionalismo" criollo?
Es imposible prever los pasados que nos aguardan. Pero la pregunta por la naturaleza étnica del conflicto iniciado por los insurgentes en 1810 podría revelar una historia que apenas podemos intuir.