Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 11 de septiembre de 2002
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Cultura
REPORTAJE /INVASION ESTADUNIDENSE DE 1847

La toma de la ciudad de México por las tropas yanquis

Dos obeliscos y una historia con significados confrontados

México ha sido uno de los países que ha padecido la política expansionista de EU que, basado en la doctrina Monroe, se ha atribuido el destino de proteger a las nacientes repúblicas desde el siglo XIX

JORGE LEGORRETA ESPECIAL

Como es bien conocido, por lo menos en México, desde principios del siglo XIX Estados Unidos empezó la expansión de sus territorios hacia los confines del mundo. Una parte de esa política expansionista, fundamentada en la doctrina del presidente James Monroe, fue la de atribuirse el destino manifiesto de proteger como guardianes las nacientes repúblicas recién liberadas de las metrópolis española y portuguesa.

Una parte de esa política la practicaron con México, primero anexándose Texas, prácticamente a partir de 1936 y luego mediante una guerra de invasión entre 1846 y 1848, la anexión de Nuevo México, Arizona y California. Producto de esa guerra existen dos monumentos en forma de obeliscos, uno en Nueva York y otro en la ciudad de México. Si bien es cierto, que forman parte de una memoria entrelazada, tienen significados históricos confrontados, que vale la pena recordar en estos tiempos patrios.

El obelisco de Nueva York

En la esquina de la 5ª avenida y la calle 23 se encuentra una desapercibida placita con un obelisco de piedra no mayor de 15 metros de altura, dedicado a Williams Jenkins Worth, llamado en Estado Unidos el héroe de la guerra con México. Enfrente a dicha plaza destaca el parque Madison Square y al lado se alza, en forma por demás visible, el primer "rascacielos" de Nueva York, de 18 pisos, conocido como Flatiron y construido en 1902 por Daniel H. Burnhan, urbanista planificador de la ciudad de Chicago después del incendio de l860, con quien colaboró durante los últimos años del siglo XIX Adamo Boari, constructor del Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México.

El obelisco tiene esculpidas en sus cuatro caras los nombres de 16 ciudades y lugares donde se verificaron las batallas, 11 de las cuales son mexicanas; éstas son: en la cara principal de arriba hacia abajo, Monterrey, Veracruz y la ciudad de México; en la segunda, Perote, Puebla, Cerro Gordo y Chapultepec; en la tercera, Contreras, Churubusco y Molino del Rey; las cinco restantes son: Florida, Chipewa, Fort George, Luny's Lane y West Point. Todas éstas son las más importantes conquistadas por el coronel Jenkins, que formó parte de las guerras anexionistas de Estados Unidos. En la base del obelisco, que resguarda sus restos, se lee:

"Under this monument ties the body of Williams Jenkins Worth, born in Hudson, NY, marck 1/1794, died in Texas, may. 7/1848" (bajo este monumento está el cuerpo de W.J.W., nacido en Hudson, NY, el primero de marzo de 1794 y fallecido en Texas el 7 de mayo de 1848). "By the corporation of the city of New York/ 1857/ honor the brave" (Por la Corporación de la ciudad de Nueva York/1857/honor a la valentía).

¿Quién fue Worth y cuál el premio a su valentía? Simplemente uno de los más feroces, aguerridos y agresivos militares estadunidenses que participaron en las guerras de expansión hacia el Niágara (1812) y Florida. Durante la colonización hacia el sur, se hizo notorio por sus estrategias de exterminio contra las poblaciones indias, suprimiendo todo tipo de abastecimiento, incluso alimentos. A raíz de las primeras batallas contra México, dirigidas por Zachary Taylor, en Palo, en mayo de 1847, fue ascendido a mayor y fue el primero en colocar la bandera de Estados Unidos al traspasar con sus contingentes, el Río Bravo. Posteriormente fue transferido a las órdenes del general Winfield Scott, uno de los generales que comandaron las batallas en Veracruz y Puebla, y particularmente la toma de la ciudad de México. He aquí su paso por la ciudad durante la guerra de 1847.

Probablemente se unió a los contingentes de Winfield Scott que habían entrado a México por Matamoros, para de ahí continuar a Monterrey y Tampico. Sin embargo, su presencia está plenamente documentada como jefe de una de las más modernas divisiones de artillería en Veracruz y Puebla y, a partir de agosto de 1847, en la ciudad de México; su incursión militar en territorios de nuestra ciudad fue compartida con otras divisiones de menor cuantía, como las que dirigieron Twigg, Pillow y Smith, entre las más significativas.

A principios de agosto de 1847, el ejército estadunidense entró por la antigua carretera de Puebla hasta el Peñón Viejo; pero al darse cuenta de su extraordinaria fortificación regresó y se dirigió al sur para bordear el lago de Chalco y el de Xochimilco, y así tomar el mismo camino de Cortés, 328 años antes al frente de soldados españoles; pasó por Mixquic, San Gregorio, Santa Cruz Acalpixca y Xochimilco. En el relato de José Emilio Pacheco titulado Crónicas del 47, editado por Clío, se recuerda que la obra sobre la conquista española de México publicada por Prescott en 1843 fue decisiva para los estadunidenses.

Scott y sus generales, incluyendo a Worth, que a la postre habría de vencer las enormes dificultades para transportar su artillería en terrenos pantanosos azotados por la temporada de lluvias, decidieron, por tanto, no tomar la antigua calzada de Iztapalapa y prefirieron ir sobre tierra más firme. Se encaminaron así hacia Tepepan y Tlalpan.

Manuel Rivera Cambas, uno de los más destacados historiadores y cronistas del siglo XIX escribe al respecto : "(...) el 17 de agosto de 1847, el general norte-americano Mr. Worth, con una brigada de 2 mil ochocientos hombres y con algunas piezas de artillería (...) ocupó el pueblo de Tepepan (...) bajó (...) a Tlalpan (...) venía del pueblo de Ayozingo (...) (pero) (...) se dio la orden por Santa Anna de abandonar el campo, porque su plan de campaña consistía sólo en defender la capital (...) al presenciar este inesperado movimiento, los norteamericanos avanzaron violentamente sobre Tlalpan, cuya plaza ocuparon (...) después de haber flanqueado la fortificación del Peñón Viejo y Mexicaltingo (...) (y se) determinó dirigirse a Peña Pobre, Zacatepec, Padierna y Peña Pobre (...)" (México pintoresco, artístico y monumental, editorial Valle de México, Tomo 11, pág. 440)

Enfrentamiento con las tropas mexicanas

Posesionados de Tlalpan, las fuerzas invasoras tuvieron entre el 18 y 19 de agosto el primer enfrentamiento con las tropas mexicanas, entre las que destacaba la famosa División del Norte, al mando del general Gabriel Valencia. La batalla se escenificó en lo alto de un cerro alrededor del rancho del hacendado llamado José Padierna; los estadunidenses triunfaron, cuenta la historia, por la orden de Santa Anna de seguir retirando los contingentes mexicanos, ante la extrañeza y rebeldía de algunos de sus mandos. Las tropas enemigas se dirigieron hacia Churubusco, un antiguo convento pertrechado con tropas al mando del general Pedro María Anaya. Con ese objetivo, las fuerzas estadunidenses se dividieron en dos; unas se enfilaron hacia allá, pasando por San Angel. Worth, en cambio, avanzó por la actual calzada de Tlalpan, cruzando previamente la Hacienda de Coapa y el centro de Coyoacán. La división de Worth participó el 20 de agosto en Churubusco, con 3 mil artilleros, de un total de 7 mil 900 soldados estadunidenses.

Estos movimientos del ejército estadunidense en la ciudad de México están contenidos en un plano original, firmado en marzo de 1848 por las autoridades militares y que se encuentra disponible en la Biblioteca Pública de la ciudad de Nueva York. También se pueden consultar en The West Point atlas of American Wars, escrito y descrito por el brigadier general Vincent J. Espósito.

Reorganizados en Tacubaya, donde Scott estableció su cuartel general, se preparó entonces el avance hacia Chapultepec. Worth, apoyado por un contingente de rifleros y uno denominado Dragones, continuó por la calzada de Tlalpan, cruzó las aguas de dos ríos: el Churubusco y el de la Piedad, y pasó por los ranchos de Portales y las ladrilleras existentes al lado de la antigua calzada prehispánica de Iztapalapa, por donde siglos antes había entrado Cortés con sus tropas en el siglo XVI.

El 8 de septiembre, Williams Jenkins Worth participó en la gran batalla de Molino del Rey contra el general mexicano Miguel M. Echegaray, al mando de 3 mil 200 soldados, y entre el 12 y el 13 en la del Castillo de Chapultepec, defendido infructuosamente por nuestros jóvenes cadetes del Colegio Militar, conocidos como Los Niños Héroes.

Con una ciudad militarmente desprotegida por la huida de Santa Anna hacia la Villa, los fuerzas estadunidenses avanzaron sin ningún obstáculo hacia el Zócalo; nuevamente se dividen en dos grupos; cada uno de ellos toma el camino de los acueductos: uno, el del Salto del Agua, sobre la actual calzada de Chapultepec, en la ruta de su general Quitman y que, una vez venciendo las escasas resistencias en las garitas de Belén (actual cruce de Bucareli con avenida Chapultepec) y las del Niño Perdido, llegaron a la Alameda y de ahí al Zócalo por la actual calle de Madero.

El otro grupo que encabezó Worth tomó el camino del acueducto de La Verónica, que seguía el actual Circuito Interior; al llegar a la fuente de la Tlaxpana, dobló por la calle de Tacuba y encontró una férrea resistencia en la garita de San Cosme, que al vencerla, daría lugar al desalojo militar de la ciudad. Worth mismo relata :

"Como a la una de la madrugada, una comisión de la municipalidad vino con bandera blanca a mis puestos avanzados, anunciando que inmediatamente después de los disparos de mis piezas de sitio, el gobierno y el ejército empezaron a evacuar la ciudad, y que dicha comisión traía encargo de conferenciar con el general en jefe (...)" (La ocupación yanqui en la ciudad de México, 1847-48, María Gayón, compilación INAH, 1997, 230 pág.)

Continuaron por San Cosme

Worth y su división de artillería continuaron sobre San Cosme, Puente de Alvarado y avenida Hidalgo, y al llegar a la Alameda hicieron un alto, seguramente para coordinarse con el contingente de Quitman y con el de Scott la entrada al Zócalo. Era todavía la madrugada del 14 de septiembre. En la citada compilación de María Gayón se da cuenta de un plan de resistencia civil organizado por un coronel de la Guardia Nacional de nombre Carvajal, y de que un ciudadano de apellido Esquivel dispara un tiro fallido a Worth, quien se encontraba en el callejón de López, lo cual dio pie a persecuciones excesivas, cañonazos por doquier y al saqueo de innumerables casas por parte de las tropas estadunidenses.

A las cinco de la mañana Worth continuó por la calle de Tacuba y llegó a la parte posterior de Catedral, para de ahí cruzar la plaza del Zócalo y colocar, junto con Quitman, en lo alto del Palacio Nacional, la bandera de Estados Unidos. Aunque se cuenta con pocas evidencias fidedignas, lo seguro es que Worth acompañó a Scott en la entrada al Palacio y, por tanto, que haya sido testigo del hecho, registrado exactamente a la siete de la mañana del 14 de septiembre de 1847. Según relata Rivera Cambas, "el general Scott ocupó las habitaciones del Presidente de la República", paradójicamente, el día anterior a la celebración del 37 aniversario de nuestra Independencia.

Posterior a la firma del armisticio de rendición y los acuerdos llamados de Guadalupe Hidalgo, por haberse celebrado en la Villa de Guadalupe Hidalgo, en febrero de 1848, y donde se "cede" la mitad de nuestro territorio a Estados Unidos, Winfield Scott fue relevado del cargo y sometido a juicio en la propia ciudad de México por sus desavenencias con Worth y Pillow, quienes lo acusaron de abusos del poder militar. Williams Jenkins Worth fue retirado de México y nombrado jefe militar en dichos territorios, con sede en Dallas, y a sólo ocho meses de la toma del Palacio Nacional murió intempestivamente de cólera, el 7 de mayo de 1848, en la ciudad de San Antonio, Texas. Nueve años después, el 7 de mayo de 1857 en la ciudad de Nueva York, se levantó el monumento aludido en forma de obelisco.

Guillermo Prieto, durante su exilio en esa ciudad en 1877, se negaba a pasar frente a él diciendo a su acompañante guía: "No quieras llevarme por ese lado, Manuel, yo no quiero ir por ese lado ni ver ese gran monumento (...) ni nada; me han dicho que ese monumento es levantado contra mi patria; y mira, quisiera morirme antes que pisar esa tierra; me quema las plantas, me parece que esas barras que tiene la bandera americana están hechas con nuestra sangre, y que las estrellas son la impresión de sus heridas abiertas y entonces (...)"

Su acompañante responde: "es un gran monumento al general Worth (...) Prieto agrega: "¿Cómo en la patria de Washington se levantan monumentos al robo, a la brutal ostentación de la fuerza? ¿Cómo se enseña la inviolabilidad del derecho y se construyen columnas de honor a la más villana de todas las violaciones? (...) quédate en tu plaza y resígnate, y déjame a mí con mis pelados maldecir hasta la quinta generación a todos los piratas y a todos los conquistadores (...)" (Viaje a los Estados Unidos, editorial Dubán y Chávez, Tomo II, 1877: 403)

A los héroes de Padierna

Guardando una similitud histórica con la memoria de Worth en Nueva York, aquí en México, en 1947, a cien años de la guerra contra Estados Unidos y en tiempos del presidente Manuel Avila Camacho, se levantó un monumento similar en forma, pero obviamente con un sentido histórico distinto : recordar la primera batalla que tuvo lugar en la ciudad de México contra las fuerzas de ocupación estadunidenses.

Aquí, en lo más alto de uno de los cerros de la sierra del Ajusco, hoy totalmente urbanizado con el nombre de colonia Héroes de Padierna, (cruce de las calles Oaxaca, Fortín y Sonora, de la delegación Magdalena Contreras) existe un modesto obelisco de llamativo color anaranjado, que recuerda la heroica defensa del país por parte del ejército mexicano al mando de general Gabriel Valencia. En la base de dicho obelisco existen dos placas; en la primera dice: "En homenaje a los heroicos mexicanos que sucumbieron en este lugar el 19 de agosto de 1847 en defensa de la Patria. 19 agosto de 1947". En la segunda se lee: "Del pueblo y Gobierno de la República, a la defensa de la nación. CL aniversario de la defensa de la patria. 1847-1997. Padierna, 19 de agosto de 1997".

A diferencia del de Nueva York, el de la ciudad de México no guarda resto alguno de los participantes mexicanos en esa batalla.

Existen otros sitios en la ciudad que resguardan la memoria de aquella intervención estadunidense. Por ejemplo, el Museo de las Intervenciones, en el Ex Convento de Churubusco; la placa alusiva con los nombres del Batallón de San Patricio que luchó del lado mexicano, colocada en el parque de San Jacinto de San Angel; un monumento alusivo a la batalla del Molino del Rey, y el gran monumento a los Niños Héroes, ambos en Chapultepec. Sin embargo, todos estos no completan la memoria histórica de la intervención. Falta uno: monumento a los héroes anónimos.

Defensa ciudadana

La defensa de la ciudad de México frente a las tropas estadunidenses no fue sólo militar, sino también ciudadana. Son innumerables las crónicas de esos tiempos sobre la actitud patriótica del pueblo, incluyendo niños y mujeres que reclamaban iracundos una actitud más valerosa del ejército mexicano, que al final se recluyó en la Villa de Guadalupe. Baste citar aquí, las narraciones que Guillermo Prieto hace, basadas en cartas recibidas por gente común y corriente:

"Scott estaba en el balcón (...) como quien predica en el desierto. Un grupo de mujeres desde abajo le gritaban, ¡cállate costalón (...)! En la plaza del Volador y subido como en alto, estaba un hombre (...) que hablaba muy al alma; su voz como que tenía lágrimas (...) era don Próspero Pérez, orador de la plebe de mucho brío y muy despabilado, como otros. Las mujeres nos dan el ejemplo, ¿qué ya no hay hombres?, ¿qué no nos hablan esas piedras de las azoteas?

"En la calle Santa Teresa (hoy Guatemala) un yanqui hirió, con la culata de su fusil y le destrozó el cráneo a una niña que a nadie ofendía; don Pomposo Gómez, segundo jefe de alumbrado, se lanzó sobre el yanqui, le derribó y le plantó un pie en el pescuezo. ¡Viva México! gritaba la multitud (...) sobre Gómez estaban montones de soldados, las mujeres los herían por donde podían (...) de las azoteas llovían piedras, ladrillos y hasta muebles... Gómez cayó peleando como un héroe (...) (María Gayón, op.cit. pág. 268-269).

En Padierna, por ejemplo, un olvidado oficial de nombre Chauvilla arrancó de un asta la bandera de Estados Unidos y la sustituyó por la nacional en un acto heroico que le costó la vida.

A éstos y otros personajes anónimos habría que levantarles hoy en estos tiempos de globalidades un digno monumento que fortaleciera nuestro nacionalismo. Los sitios apropiados para esos monumentos podrían ser la Alameda Central o bien la Plaza de San Jacinto, ahí mismo donde cayeron varios irlandeses del Batallón de San Patricio, muchos de ellos olvidados protagonistas de la guerra contra Estados Unidos.

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