Noam Chomsky
¿Hacia dónde se dirige el mundo? /y II
En La televisión en tiempos de guerra,
libro de Gedisa que ya circula en librerías, se abre un debate a
muchas voces, entre las que destaca la de Noam Chomsky, colaborador de
La Jornada, quien llama la atención hacia las fatwas
del ''hiperpoder'' estadunidense lanzadas a los ''depravados que se
oponen a la civilización'' mediante el ''terrorismo''.
Por lo menos fueron usadas hace 20 años por
Ronald Reagan, quien con esos slogans multiplicó las guerras
terroristas y económicas, y ordenó atacar blancos fáciles
e indefensos. La reflexión de Chomsky retumba en el eje Bush-Blair,
quienes hoy publicitan renovados "ejes del mal". Ofrecemos este texto en
exclusiva para nuestros lectores.
Los crímenes del 11 de septiembre son, de hecho,
un punto de inflexión histórico, y no por su magnitud, sino
por su objetivo. Es la primera vez desde que los británicos quemaron
Washington en 1814, que Estados Unidos ha sido atacado, o incluso amenazado,
en territorio nacional. No debería ser necesario revisar lo que
les ha sucedido a los que se cruzaron en su camino o les desobedecieron
en los siglos transcurridos desde entonces. El número de víctimas
es enorme. Por primera vez, las armas han apuntado en sentido opuesto.
Es un cambio histórico.
Lo mismo se puede decir, de manera más dramática,
de Europa, que ha sufrido destrucción asesina, pero por guerras
internas. Mientras tanto, las potencias europeas conquistaban buena parte
del mundo de manera no muy cortés. Con raras y limitadas excepciones,
no fueron atacadas por sus víctimas extranjeras. El Congo no atacó
ni devastó Bélgica, ni las Indias Orientales, Holanda, ni
Argelia, Francia. La lista es larga, y los crímenes, horrendos.
No sorprende, pues, que Europa se horrorizase ante las atrocidades terroristas
del 11 de septiembre.
Pero,
si bien éstas señalan un cambio drástico en los asuntos
mundiales, la respuesta no representa cambio alguno. Los líderes
estadunidenses y de otros países han señalado correctamente
que enfrentarse al monstruo terrorista no es una tarea a corto plazo, sino
de larga duración. Por tanto, deberíamos considerar atentamente
las medidas a tomar para mitigar lo que que se ha denominado, en las altas
instalaciones, "el maligno azote del terrorismo", una plaga extendida por
"depravados que se oponen a la civilización" en "una vuelta a la
barbarie en plena edad contemporánea".
Deberíamos comenzar por identificar la plaga y
los elementos depravados que están haciendo que el mundo vuelva
a la barbarie. La acusación no es nueva. Las frases que acabo de
citar son del presidente Reagan y su secretario de Estado, Shultz. El gobierno
de Reagan llegó al poder hace 20 años y proclamó que
la lucha contra el terrorismo internacional sería el elemento central
de la política exterior estadunidense. Respondieron a la plaga organizando
campañas de terrorismo internacional de una escala y violencia sin
precedentes, que provocaron incluso que el Tribunal de Justicia Internacional
condenara a Estados Unidos por "uso indebido de la fuerza" y que una resolución
del Consejo de Seguridad hiciera un llamamiento a todos los países
a observar el derecho internacional, resolución vetada por Estados
Unidos, que votó también en solitario, con Israel (y en un
caso, El Salvador), contra resoluciones similares de la Asamblea General.
La orden emitida por el Tribunal Superior de Justicia de que se pusiese
fin al terrorismo internacional y se pagasen sustanciales indemnizaciones
fue rechazada con desdén en todo el espectro de opinión;
los votos de la ONU prácticamente no recibieron cobertura informativa.
Washington reaccionó multiplicando las guerras
económicas y terroristas. También dio órdenes oficiales
a las tropas mercenarias de que atacasen "objetivos fáciles" -objetivos
civiles indefensos- y evitasen el combate, algo que podían hacer
gracias a que Estados Unidos controlaba el espacio aéreo y proporcionaba
un complejo equipo de comunicación al ejército terrorista
que atacaba desde los países vecinos.
Esas órdenes se consideraban legítimas siempre
que cumpliesen criterios pragmáticos. Un importante analista, Michael
Kinsley, considerado el portavoz de la izquierda en el debate general,
sostuvo que no bastaba con rechazar las justificaciones del Departamento
de Estado acerca de los ataques terroristas a "objetivos fáciles":
"Una política sensata debe soportar la prueba del análisis
de costes y beneficios", escribió, un análisis de "la cantidad
de sangre y miseria que se va a producir, así como las probabilidades
de que allí emerja la democracia" ("democracia" tal como la entienden
las elites occidentales, una interpretación que los países
de la región ilustran muy bien).
Se da por sentado que se tiene derecho a realizar el análisis
y emprender el proyecto si se aprueban los exámenes. Y se aprobaron.
Cuando Nicaragua cayó por fin ante el asalto de la superpotencia,
los expertos de todo el abanico de opinión respetable aplaudieron
el éxito de los métodos adoptados para "hundir la economía
y llevar a cabo una guerra a través de intermediarios hasta que
los exhaustos nativos depongan al gobierno que se desea derrocar", con
un coste "mínimo" para nosotros, dejar a las víctimas "con
puentes destruidos, centrales eléctricas saboteadas y explotaciones
agrícolas arruinadas", proporcionando así al candidato estadunidense
"una posibilidad de ganar": poniendo fin al "empobrecimiento del pueblo
nicaraguense" (Time). Estamos "unidos en el gozo" por ese resultado,
proclamó el New York Times, orgulloso de esta "victoria del
juego limpio estadunidense", según un titular del periódico.
El mundo civilizado volvió a sentirse "unido en
el gozo" hace unas semanas cuando el candidato de Estados Unidos ganó
las elecciones en Nicaragua después de que Washington advirtiera
seriamente sobre lo que pasaría si no ganaba. The Washington
Post explicó que el ganador "había basado su campaña
en recordar al electorado las dificultades económicas y militares
de la era sandinista", es decir, la guerra terrorista y la estrangulación
económica fomentadas por Estados Unidos y que devastaron el país.
Entretanto, el presidente nos instruyó sobre la única "ley
universal": todas las variedades de terror y asesinato "son malignas" (a
no ser, claro, que nosotros seamos los causantes).
Las actitudes que prevalecen en Occidente respecto al
terrorismo se revelan con gran claridad en la reacción provocada
por el nombramiento de John Negroponte como embajador ante la ONU para
dirigir la "guerra contra el terrorismo". El currículo de Negroponte
incluye su servicio como "procónsul" en Honduras en los ochenta,
donde fue supervisor local de la campaña terrorista internacional
por la que el Tribunal Internacional de Justicia y el Consejo de Seguridad
condenaron a su gobierno. No se detecta ninguna reacción. Hasta
Jonathan Swift se quedaría sin habla.
Menciono el caso de Nicaragua sólo porque no es
polémico, dadas las sentencias emitidas por los más altos
organismos internacionales. Es decir, no es polémico entre aquellos
que están mínimamente comprometidos con los derechos humanos
y las leyes internacionales. Podemos calcular el tamaño de dicha
categoría determinando con qué frecuencia se mencionan siquiera
estas cuestiones elementales. Y a partir de este sencillo ejercicio se
pueden sacar sombrías conclusiones sobre lo que se nos avecina si
los centros de poder de ideología existentes se salen con la suya.
El caso nicaragüense dista mucho de ser el más
extremo. Sólo en la era Reagan, terroristas de Estado patrocinados
por Estados Unidos dejaron en Centroamérica cientos de miles de
cadáveres torturados y mutilados, millones de lisiados y huérfanos
y cuatro países en ruinas. En los mismos años, las depredaciones
sudafricanas respaldadas por Occidente causaron un millón y medio
de muertos y daños por valor de 60 mil millones de dólares.
Por no hablar del oeste y el sudeste asiáticos, de Sudamérica
o de tantos otros lugares. Y no fue una década especial.
Es un grave error analítico describir el terrorismo
como un "arma de los débiles", como se suele hacer. En la práctica,
el terrorismo es la violencia que Ellos cometen contra Nosotros, independientemente
de quién sea ese Nosotros. Sería difícil encontrar
una excepción histórica. Y, dado que los poderosos determinan
qué es historia y que no lo es, lo que pasa los filtros es el terrorismo
de los débiles contra los fuertes y sus clientes.