El amante japonés, novela de la también ensayista, ya circula en librerías
Fabianne Bradu descubrió la libertad de inventar
RENATO RAVELO
Fabianne Bradu odia los domingos, como muchos. De tal suerte que empezó a escribir literatura esos días, mientras entre semana continuaba con sus ensayos en su cubículo universitario. Pudo entonces cruzar la barrera de la creación y comprobar si mucho de lo que había escuchado de los escritores era verdad. Encontró libertad y ''que la literatura puede a veces servir para agigantar ese misterio que es el otro''.
El amante japonés surgió de un viaje que Bradu hizo en el periodo de huelga en la UNAM hace un par de años. Ella es reconocida por sus libros de crítica, por sus ensayos sobre André Breton o Antonieta Rivas Mercado, por lo que de la investigadora emana un pudor muy singular al hablar sobre su primera novela: ''supongo que desde el cierre de la revista Vuelta, donde colaboraba constantemente, tenía una energía de escritura que quedó pendiente".
A su novela, la editorial Planeta le puso el sugerente subtítulo Una provocadora novela sobre la ambigüedad de la pasión. "No creo que sea una novela trascendental ni complicada. Creo en las novelas en las que se cuenta una historia y no están mal escritas. No tiene pretensión de ser una disquisición sobre las culturas, sus semejanzas o diferencias''.
Hay un juego en la novela, explica Bradu, ''no todo confluye de ese viaje, de las lecturas que he hecho de novelas japonesas. Siempre me intrigó saber si eran literatura realista o imaginaria, sobre todo en cuanto a la perversidad que percibo en estas novelas, sean de Tanizaki o Kawabata. Tampoco tengo un conocimiento especializado".
Pienso, aclara Fabienne, ''en la novela famosa en la que se narra la existencia de un burdel, cuya fuente de placer consiste en dormir a las jóvenes prostitutas, y los clientes suelen ser ancianos, vienen y se acuestan a verlas sin poder tocarlas. Como no soy especialista nunca lo averigüé, entonces decidí bordear por mis vaivenes entre mi propia imaginación y mi ignorancia.
''Después de haber escrito tanto sobre las novelas de los demás, hay cosas que sabes por teoría'', dice la autora de Damas de corazón. ''Pero al pasar a la práctica uno de mis mayores descubrimientos es la libertad gozosa de sentarse a inventar. Creo que lo único difícil fue el arrojo. Siempre se había quedado por falta del tiempo y valentía. Un domingo me dije: 'voy a intentar hacer algo los domingos que odio'. Tenía una vaga idea. Creo que el mayor descubrimiento es que la escritura misma es el motor. Uno tiene vagas ideas".
Guarda silencio cuando se le pregunta sobre lo que ahora hace los domingos, y es fácil adivinar que continúa en el proceso de escritura, aunque como muchos escritores adquirió esa sospecha según la cual si se habla sobre el proyecto ''se sala''. Es más: admite que si alguien le pagara su salario universitario se dedicaría íntegramente a su nuevo gusto, pero inmediatamente reacciona como celada por los volúmenes a su alrededor: ''tampoco me puedo quejar, porque los otros libros que escribo también me interesan y no creo poder dejarlos fácilmente''.
Sobre lo que dicen algunos, de que el novelista se vuelve un ser poderoso, señala: ''no así en el sentido de crear un mundo. No llego a tanto, fue de divertirme más que de otro tipo de embriaguez, a lo mejor me llego a soltar más algún día".
Sin embargo, en la novela hay algo de ella: ''pienso que el hecho de tomar a un protagonista japonés fue una especie de lupa que se pone sobre el otro que siempre representa el otro, que representa la pareja y que es un misterio. El hecho de hacerlo encarnar en una cultura distinta con un código difícil de descifrar, era una manera de hacer una caricatura, con retórica, del misterio que es para una mujer el hombre que está enfrente".