martes 3 de septiembre
de 2002 |
Marcos a la medida Bergson-Sartre-Althusser-Foucault n Marcos Winocur |
Cada nación que se tiene por culta
-Francia, la primera- presenta al mundo su equipo de
intelectuales. Uno de ellos, por propia gravitación y
una ayudita de los medios, queda colocado de capitán de
equipo. Por ejemplo, para la segunda mitad de los años
cuarenta y los cincuenta, el filósofo JeanPaul Sartre.
¿Quién no ha oído hablar de él? Pero vale la pena retroceder un poco más. En la primera mitad de los cuarenta -Francia bajo la ocupación alemana- se crea un vacío, mientras el relevo queda esperando el fin de la guerra. Y antes, en los años treinta ¿quién marchaba al frente de los intelectuales franceses? Varios lo merecían, vamos a pasar lista. André Gide en novela era el número uno. Paul Valéry, poeta y ensayista, reinaba en los salones. Romain Rolland, tempranamente premio Nobel, despertaba admiración en los jóvenes. Henri Barbusse, quien muere en 1935, autor de populares novelas, socialista, hacía sentir su presencia en la calle. Henri Bergson, premio Nobel de literatura -sólo otorgado a dos filósofos, él y Bertrand Russell-, era la figura en la universidad, atrayendo multitudes a sus cursos. Un alumno, el biólogo Jacques Monod, lo recuerda así: "Su filosofía tuvo un éxito extraordinario (...) en mi juventud no se tenía la menor posibilidad de aprobar el bachillerato de no leer La evolución creadora", su obra capital. ¿Quién, entonces, marchaba al frente entre los intelectuales franceses de los años treinta? Me inclino por Henri Bergson, cuyas ideas siguen influyendo el pensamiento contemporáneo. Vino la Segunda Guerra Mundial y todo cambió. Para empezar, en su curso murieron Bergson, Rolland y Valéry y, tiempo después, Gide. Habían vivido una época, y la acompañaban en su cierre. No sólo se requería nuevas respuestas, sino que las preguntas mismas habían cambiado. La guerra, la ocupación alemana, la resistencia, los campos nazis de exterminio, la bomba atómica. El mundo de los años treinta necesitaba reconceptualizarse. Una respuesta la dio el marxismo; otra, las posiciones existencialistas, con JeanPaul Sartre a la cabeza, quien representa un nuevo tipo de intelectual, no limitado a las letras sino opinando un poco de todo y firmando manifiestos. Y así, hombre de vocación filosófica, autor de ensayos, teatro y narrativa, director de una publicación memorable, Les temps modernes, Sartre, político, llegó a ser fundador de un partido de breve existencia, sin contar su también corto romance con el marxismo. En fin, siempre inclinado a opinar, a definir posiciones, y si no lo hacía se sentía mal: traicionaba su misión de intelectual comprometido. Junto a Sartre, y a la vez polemizando con él, se destaca otro escritor, Albert Camus. A la época, no llega a eclipsar a Sartre; sin embargo, el futuro será más generoso con Camus y lo salvará del olvido: lleva vendidas más de siete millones de copias de su novela El extranjero. Sartre, en cambio a pesar de actitudes teatrales como renunciar al premio Nobel o vender periódicos maoístas en la calle, se fue opacando en beneficio de... ...Althusser! Claro, para los años sesenta y parte de los setenta, tiempo de revoluciones tercermundistas y del mayo francés, el intelectual de punta debía ser marxista. Con un toque heterodoxo, desde luego; sí, con algo del estructuralismo. ¿Que pertenece al Partido Comunista Francés? Bien, eso no es del todo malo; lo vacuna contra los desbordes gauchistes (de ultraizquierda). Y por otro lado, no se siente que sea un intelectual atado a la disciplina partidaria. El intento de Althusser, entre otros como Gramsci y Lukas, es renovar al marxismo, darle una dinámica acorde con los tiempos. Y la Francia que ve desmoronarse su imperio colonial, que viene de ser golpeada en el Dien BienPhu de Indochina y en la batalla de Argel, no pudo impedir que el consenso colocara a Althusser al frente del equipo. El paso hacia el marxismo -ni el propio Sartre dejó de darlo- remonta el sentimiento de angustia padecido como secuela de la guerra. Las caves, el underground parisino, albergaron por la segunda mitad de los cuarenta y por los cincuenta a jóvenes llamados existencialistas. Sus padres, antes de la guerra y de la ocupación alemana, habían creído en los valores consecuentes a la idea del progreso ilimitado. Después de la guerra, los hijos, decepcionados de todo, se refugiaron en las caves hasta que el marxismo llamó a las puertas y, regresando a la superficie, de él solicitaron una borrachera que los librara de la angustia; sería la acción social, y ya despuntaban los años sesenta; motivos para la lucha y para la solidaridad no faltaban en el mundo, sin contar el propio mayo francés. Fue entonces cuando el filósofo marxista Althusser, sin proponérselo, pasó a capitán de un equipo de intelectuales donde se contó notables figuras: Lacan, el psicoanalista; LéviStrauss, el antropólogo; Braudel, el historiador; Barthes, el semiólogo; Piaget, el educador. Y donde se encontraba quien tomaría el relevo y se llamó... ...Foucault! Estamos ya en los años setenta y Althusser -aun antes de la crisis personal que lo llevó a ahorcar a su mujer, realizando así el anhelo de todos los maridos del mundo- resiente los embates. Junto al reflujo del marxismo, llega la hora de un filósofo de lectura amena y cuya homosexualidad favorece su imagen; más aun: parece encarnarla, pues Foucault surge como el intelectual de los marginados. Y con él estamos a las puertas de la posmodernidad. Y ante ellas muere en los ochenta, dejando vacante el trono que desde entonces así permanece. Nadie es hoy un Bergson, un Sartre, un Althusser, un Foucault, los cuatro filósofos, los cuatro consumados maestros de la polémica y de las frases brillantes. Claro, hay pretendientes... me luce que pierden el tiempo: el trono mismo tal vez esté de más y dejarlo vacante es riesgoso, puede, en un descuido, aposentarse una computadora; por ejemplo, de las que juegan ajedrez y derrotan a los campeones. En cuanto a mí, me he quedado huérfano, sin intelectual de guía. Y entonces, ¿cómo haré para pensar? |