¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Mami, ¿por qué no nos quieres?
LA PRIMERA VEZ que fui a España, en la aduana
de Barcelona un agente de migración pegó un brinco al ver
en mi equipaje una revista "para adultos" y ordenó tajante:
-¡Rompa usted eso!
-¿Por qué, si soy adulto? -le respondí.
-¡Que la rompa aquí mismo, le digo! -insistió.
-Mejor se la regalo -sugerí.
Con
un gesto de repulsión el tipo retrocedió como si le ofreciera
un alacrán y gritó:
-¡Coño, que rompa esa porquería si
quiere entrar a España!
YA SE HABIA acercado un guardia civil y algunos
curiosos, por lo que me apresuré a hacer trizas la inconveniente
publicación antes de que el celoso funcionario me enviara a la cárcel.
"Mugroso Lara -pensé al concluir el trámite-, qué
gacha manera de engañarnos con respecto a la madre patria".
PERO ESTO OCURRIO a principios de 1974, cuando
el régimen de Franco daba sus últimos coletazos. Después
todo empezó a cambiar en la península. Todo, excepto la actitud
de los taurinos españoles hacia la torería mexicana. Desde
la primera temporada del leonés Rodolfo Gaona en España,
en 1908, hasta la esforzada y modesta campaña actual de El Zotoluco
en ruedos ibéricos, el público español suele interesarse
poco por las versiones mexicanas del toreo, trátese de diestros
buenos, regulares o malos. El trasfondo no es sólo su inveterada
falta de curiosidad, sino algo más molesto.
EN AÑOS DE mayor dignidad y compromiso consigo
mismos, los mexicanos supieron quitarle a la fiesta nacional de España
su exclusividad en lo ganadero y en lo torero. Fue una de las muchas consecuencias
no previstas del tropezón de Colón, de la Conquista de Cortés
y de la sensibilidad de la Malinche.
EL COLMO FUE cuando, tras de Gaona, se plantaron
en cosos españoles Armilla, Heriberto, Lorenzo, El Soldado,
Licega y otros, y dieron la pelea con valor, técnica, imaginación
y arte frente al fiero y fuerte toro español de la preguerra civil.
Aquella pesadilla debía terminar, no con una competencia limpia
en los ruedos sino con una política de puertas cerradas -a principios
de 1936- a aquellos atrevidos que incursionaban con éxito por los
caminos de su llamada fiesta nacional.
LO PEOR ES que los taurinos mexicanos, en vez de
engrandecer la fiesta de toros, se dedicaron a degradarla, y hoy como nunca
rumian los desdenes de una desdeñosa madre patria en la que queríamos
reflejarnos y de la que esperábamos apapachos y reconocimiento.
Las consecuencias de tan acomplejada actitud han ido en aumento: nula imaginación
empresarial, cero competencia entre reliquias consagradas, falta de promoción
de nuevos valores y del espectáculo, disminución de la bravura
y edad del toro, desinformación severa en los públicos y
total dependencia anual de llenaplazas españoles, ello con la complacencia
de unas autoridades aleladas y de una crítica acomodaticia, sin
voluntad de análisis de los vicios que aquejan a nuestra fiesta,
la cual se nos volvió ciencia.