Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 31 de agosto de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Deportes
¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Mami, ¿por qué no nos quieres?

LA PRIMERA VEZ que fui a España, en la aduana de Barcelona un agente de migración pegó un brinco al ver en mi equipaje una revista "para adultos" y ordenó tajante:

-¡Rompa usted eso!

-¿Por qué, si soy adulto? -le respondí.

-¡Que la rompa aquí mismo, le digo! -insistió.

-Mejor se la regalo -sugerí.

Con un gesto de repulsión el tipo retrocedió como si le ofreciera un alacrán y gritó:

-¡Coño, que rompa esa porquería si quiere entrar a España!

YA SE HABIA acercado un guardia civil y algunos curiosos, por lo que me apresuré a hacer trizas la inconveniente publicación antes de que el celoso funcionario me enviara a la cárcel. "Mugroso Lara -pensé al concluir el trámite-, qué gacha manera de engañarnos con respecto a la madre patria".

PERO ESTO OCURRIO a principios de 1974, cuando el régimen de Franco daba sus últimos coletazos. Después todo empezó a cambiar en la península. Todo, excepto la actitud de los taurinos españoles hacia la torería mexicana. Desde la primera temporada del leonés Rodolfo Gaona en España, en 1908, hasta la esforzada y modesta campaña actual de El Zotoluco en ruedos ibéricos, el público español suele interesarse poco por las versiones mexicanas del toreo, trátese de diestros buenos, regulares o malos. El trasfondo no es sólo su inveterada falta de curiosidad, sino algo más molesto.

EN AÑOS DE mayor dignidad y compromiso consigo mismos, los mexicanos supieron quitarle a la fiesta nacional de España su exclusividad en lo ganadero y en lo torero. Fue una de las muchas consecuencias no previstas del tropezón de Colón, de la Conquista de Cortés y de la sensibilidad de la Malinche.

EL COLMO FUE cuando, tras de Gaona, se plantaron en cosos españoles Armilla, Heriberto, Lorenzo, El Soldado, Licega y otros, y dieron la pelea con valor, técnica, imaginación y arte frente al fiero y fuerte toro español de la preguerra civil. Aquella pesadilla debía terminar, no con una competencia limpia en los ruedos sino con una política de puertas cerradas -a principios de 1936- a aquellos atrevidos que incursionaban con éxito por los caminos de su llamada fiesta nacional.

LO PEOR ES que los taurinos mexicanos, en vez de engrandecer la fiesta de toros, se dedicaron a degradarla, y hoy como nunca rumian los desdenes de una desdeñosa madre patria en la que queríamos reflejarnos y de la que esperábamos apapachos y reconocimiento. Las consecuencias de tan acomplejada actitud han ido en aumento: nula imaginación empresarial, cero competencia entre reliquias consagradas, falta de promoción de nuevos valores y del espectáculo, disminución de la bravura y edad del toro, desinformación severa en los públicos y total dependencia anual de llenaplazas españoles, ello con la complacencia de unas autoridades aleladas y de una crítica acomodaticia, sin voluntad de análisis de los vicios que aquejan a nuestra fiesta, la cual se nos volvió ciencia.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año