Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 30 de agosto de 2002
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Política

Gilberto López y Rivas

Contrainsurgencia y subordinación militar

La estrategia de conflicto o guerra de baja intensidad, adoptada por el Pentágono después de la guerra de Vietnam, transforma las formas bélicas, los modelos de intervención de las potencias y, a largo plazo, va a significar cambios importantes en la relación de Estados Unidos con las naciones de su periferia, en particular con México.

El origen de esos cambios surge de la conjugación de dos elementos: el planteamiento de posguerra fría, que ubicaría a nuestro país en mayor grado en la órbita de la seguridad imperial de Washington, y una transformación de la actitud de la alta oficialidad mexicana con respecto a Estados Unidos, que va de una profunda desconfianza, e incluso xenofobia, a una percepción favorable del Ejército y el país del norte.

Los intentos de Estados Unidos por reformular sus relaciones con México datan de 1989 y tienen conexión directa con la comprensión que tienen del TLC las elites políticas y militares estadunidenses. Dicho tratado nunca se ciñó solamente a lo comercial, esto es, Estados Unidos lo considera como un asunto de seguridad nacional y, en consecuencia, brega por alcanzar una integración militar a la que han denominado de las más diversas formas, a saber, "régimen de seguridad", "alianza estratégica" o bien "brazo armado multinacional".

Con Ernesto Zedillo se profundiza la dependencia militar de México a Estados Unidos. De hecho, el Programa de Desarrollo del Ejército y la Fuerza Aérea Mexicanos es una demostración de cómo los presidentes mexicanos han adoptado las pautas impuestas por los militares estadunidenses desde 1993. En estas imposiciones se ven incluidos varios conceptos de los manuales de guerra estadunidense, como son los llamados a construir "el ejército del siglo xxi", basado en comandos altamente tecnificados, la relevancia de la inteligencia militar, las fuerzas especiales, entre otras.

Con el foxismo este proceso de integración militar de México a Estados Unidos se ha profundizado aún más. Las reuniones que las cúpulas militares mexicanas han tenido con las estadunidenses en la dirección de conformar el Comando del Norte con las fuerzas armadas de los tres países del hemisferio (Canadá. Estados Unidos y México), y la claudicación de los milites mexicanos, pueden ser un hecho que, de consumarse, cuestione la viabilidad de México como nación independiente.

Estos procesos de "modernización" en materia de defensa pretenden, asimismo, mejorar la imagen de las fuerzas armadas mexicanas y restañar, particularmente, la del ejército en Chiapas, muy castigada por las violaciones sistemáticas a los derechos humanos de las comunidades indígenas zapatistas. Sobre todo porque el gobierno de Estados Unidos ha hecho de la promoción de los derechos humanos y de la democracia formal una bandera para encubrir sus intentos hegemónicos. Es entonces cuando mueve a reflexión si la democracia -según la concepción estadunidense- no es un nuevo totalitarismo. Cuando los pueblos encuentran formas novedosas de democracia participativa, como hacen los municipios autónomos zapatistas por ejemplo, parecen transgredir esta idea de democracia que ha devenido en teleología del capitalismo.

En esta dirección se pretende poner las fuerzas armadas al servicio de esa "democracia", como se transparenta en la tesis del "alargamiento" que propugna Anthony Lake, director del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, que no es otra cosa que la extensión de los sistemas democráticos vinculados a las economías de mercado por la vía del cambio de las misiones y características de las fuerzas armadas nacionales.

Esta nueva estrategia imperial data de 1987, ocasión en que el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Elliot Abrams, impulsa en la región del norte del continente el Proyecto Democracia, que pretende sustituir la "doctrina de la seguridad nacional" por una nueva de "estabilidad nacional", la cual plantea un cambio significativo en las fuerzas armadas locales: de custodias de la soberanía nacional a agentes de disuasión y control internos.

Para el caso de México se va sustituyendo la idea de soberanía nacional, tan arraigada en sectores de las fuerzas armadas mexicanas, por un sistema de defensa hemisférico. Así, desde los prolegómenos de la firma del TLC se da un cambio de relación en materia de seguridad entre México y Estados Unidos, que daría pie a la aplicación sistemática de tácticas y estrategias del conflicto de baja intensidad o guerra de desgaste para cuando el levantamiento zapatista estalla en 1994. En suma, contrainsurgencia y dependencia militar con respecto a Estados Unidos son las dos facetas de un mismo fenómeno. En la medida que se acentúa el papel represivo de las fuerzas armadas, se acrecienta la subordinación de la elite militar mexicana a los planes estratégicos imperiales.

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