lunes 26 de agosto de
2002 |
Perfil | ||
Alfabetización BUAP 2002 |
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Alumnos-maestros, maestros-alumnos |
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Aurelio Fernández n |
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Las camionetas y los autobuses de la universidad fueron y vinieron en una operación que parecía imposible. De los cerca de 800 participantes en la ceremonia, unos 500 fueron transportados por los vehículos conseguidos gracias a los alfabetizadores. El techo de lámina que cubre el llamado auditorio de San Antonio Rayón fue apenas suficiente para proteger a las personas que acudieron a la fiesta de clausura de la segunda campaña de enseñanza de adultos y trabajo comunitario de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP). 175 universitarios, entre alfabetizadores, coordinadores, médicos, estomatólogos, investigadores y personas de apoyo, acudieron a realizar estos trabajos. Campesinos y habitantes con otras ocupaciones de 13 comunidades de la Sierra Norte poblana se vieron beneficiadas por el esfuerzo de la UAP, que duró en esta ocasión nueve semanas, más las tareas complementarias que se llevarán a cabo durante lo que resta del año. Fue muy sorprendente ver la cantidad de indígenas que recibieron los cursos y que acudieron a la clausura vestidos con sus trajes típicos -que es su atuendo cotidiano, por otro lado- perfectamente limpios, como corresponde a un día de fiesta. "Tuvimos mucho cuidado en nuestro trabajo", comentó Jorge Pedrajo, coordinador del proyecto, "en exaltar la cultura y el idioma de ellos para no contribuir a la aculturación de los pueblos serranos". En efecto, sus maestros procuraron aprender el mexicano a cambio de las enseñanzas del español; conocer las formas de vida y pensamiento de las indígenas que se inscribieron a los cursos. "De todas maneras -estima también Pedrajo- es necesario que nos planteemos contar con la capacitación y los apoyos para enfrentar mejor los casos de enseñanza del castellano en comunidades bilingües". A pesar del exitoso desplazamiento de usuarios del programa el día de la clausura -si se les hubiera ofrecido una torta y una pecsi sería una operación exacta del PRI, cotorreó el padre de una alfabetizadora-, el acto se retrasó una hora debido a que no había electricidad en el pueblo (lo que ocurre últimamente el 80 por ciento del tiempo) y la planta generadora de los alfabetizadores se había descompuesto. Hubo que echar mano de un recurso de última hora: una potente voz. Recurrieron a la mejor, a un viejo fundador de este proyecto que acudió a la celebración, el Chale. También conocido como Jorge Martínez Almaraz, empleó su conocimiento del programa y sus dotes frente a multitudes para que el amplio auditorio recibiera el mensaje de los organizadores y el contenido de las cartas de los campesinos que no pudieron ser leídas por ellos. Pero también pudieron intervenir miembros del presidium. El presidente municipal auxiliar de Rayón, León Cabrera, agradeció, emocionado, la participación de los jóvenes profesores y de los médicos y dentistas, quienes peinaron las comunidades para atender a la gente. Los pasantes y estudiantes de la Facultad de Medicina de la UAP le hicieron la historia clínica a cerca de 450 personas que conforman las cinco localidades en las que prestaron los servicios, con la misma eficacia y pasión del año anterior. Georgina Maldonado, puntal del proyecto, directora de la preparatoria Lázaro Cárdenas y con la representación institucional, agradeció el trato dado por los lugareños a los muchachos y prometió que, de quererlo, el año entrante se regresaría a continuar con el trabajo en la zona. Varias intervenciones de los alumnos de estos maestros bachilleres destacaron una de las claves de la forma de trabajo de los jóvenes: enseñaron a leer y escribir, a hacer cuentas, dieron clases de primaria y secundaria, es cierto, pero también aprendieron lo que la gente les enseñó: a pescar en el río los camarones, los burritos, los macaquigüis y una que otra acamaya de las que han sobrevivido a las crecidas de los ríos Apulco y Zempoala del año 1999; a sembrar y ver la tragedia que ese año se cernió sobre la zona por la falta de lluvias arruinando el maíz, la pimienta, la vainilla, el ganado...; a echar tortillas y hacer chilposon; a ver la vida, esa vida de pobreza del 53 o el 67 por ciento de los mexicanos, según la fuente de referencia. Siempre hay una discusión frente a este tipo de esfuerzos. ¿Quién aprende más, los "maestros" o los "alumnos"? Discusión de Bizancio, sin duda, para un esfuerzo que no tiene como meta la cuantificación. Lo cierto es que después de muchos años de haberse aplicado, los que enseñan y los que aprenden suelen volver a encontrase con la misma emoción de los días del trabajo; los cambios de ambos son evidentes, siempre para bien. Lo cierto es que los muchachos se ganan indefectiblemente la confianza de la gente, a pesar de experiencias muy desalentadoras de algunas dependencias oficiales, como ocurrió este año en particular con el rechazo inicial de mucha gente a los alfabetizadores porque creían "que eran del INEA" y que, por lo tanto, no iban a cumplir. Otro debate que se desarrolla entre este proceso en los círculos intelectuales y universitarios es el carácter de actividad social que tiene. "No cumple sus objetivos porque no contribuye a hacer la revolución", dijo una vieja militante del Partido Comunista, como si alguien pudiera caracterizar lo que es hoy una revolución. "Estos güeyes quieren hacer su revolucioncita", comentó, en sentido contrario, un funcionario ligado a las preparatorias de la UAP, cumplido opositor al proyecto. "Es pura terapia para los chavos, no sirve de nada", apuntó otro; "están más clavados que cuando íbamos a la célula del partido", comentó alguien más. Una curiosidad verdadera es que algunos de los críticos que se preocuparon en su primera juventud por actuar social y políticamente (el "compromiso social de la universidad", la "universidad-pueblo", la "universidad crítica, científica y popular") ahora niegan la validez de esta experiencia, que se propone únicamente lo que se propone: establecer un intercambio de conocimientos y experiencias entre dos de los muchos Méxicos que hay, en beneficio, pequeño o gran beneficio, de ambos lados. Eso sí, algunos de estos críticos, feligreses sin igual en su momento de la iglesia socialista burocrática más ortodoxa, ahora exaltan el fatalismo globalizador, la imposibilidad de cambiar algo, el sometimiento a las leyes del mercado y por lo tanto a los dictados gringos (lagrimitas por el horror del 11 de septiembre en las twin towers), la excelencia per se, la preminencia del productivismo, la eficacia y la eficiencia (mucho cuidado con la diferencia) y la exclusión de quienes no acrediten los puntajes de un College Board darwiniano. En el fondo siguen siendo lo mismo: faltos de un pensamiento propio y arrendadores de una ideología ("no ideología", se diría ahora) de uso corriente. Pero los hechos se meten menos en esos vericuetos. La experiencia de estos dos primeros años en la UAP y de los 20 que se ha aplicado el programa indican que hay un componente de aprendizaje en ambos lados, de información obtenida y de, especialmente, formación conseguida que no dejan lugar a dudas de su utilidad. Dentro de un par de meses habrá un encuentro con los alfabetizadores y alfabetizandos de dos décadas, y allí se evaluará el éxito del tipo de vivencias.
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