Vilma Fuentes
Inflación novelesca
La grave epidemia literaria que sufre la humanidad, y que no deja de aumentar el número de sus víctimas, sobre todo en los países occidentales, divide las comunidades científicas más avanzadas.
El célebre investigador rumano Franz Margolinusco, dos veces postulado al premio Nobel por sus descubrimientos en el Instituto Británico de Ciencias Físicas -a quien si no se otorga el galardón es sin duda por su conocida posición en incorrecta política-, atribuye la epidemia al efecto de los rayos aleph y rho que emite la televisión y que, al multiplicar su propagación, disocian la imagen de la palabra.
Según el científico, este fenómeno descompone el significado lingüístico y minimiza su sentido. Las primeras víctimas, es decir aquellas que ofrecen el terreno más propicio a los nocivos efectos, son las personas culturalmente malnutridas. En otras palabras, los analfabetas. Seguirían aquellas que, si bien saben leer, no practican sino raramente el ejercicio de la lectura. Esta afección, por ahora incurable, se observa de manera prioritaria en sujetos que han sustituido la propia existencia con las imágenes televisivas y el sentimiento de fama. De ahí, concluye el sabio, el síndrome de la escritura artificial y la sobreabundancia de novelas ilegibles que se publican cada año con el objetivo antiecologista de acabar con los bosques.
Sin embargo, un equipo de científicos del Instituto Pasteur, que coincide con investigaciones de varias universidades estadunidenses, considera que no se trata de rayos alfa, aleph ni gamma, sino de un virus creado en laboratorios clandestinos de ideologías condenables y esparcido a través de Internet. Los afectados, se desconoce por qué, no serían sólo los usuarios. Al contrario, éstos podrían quedar vacunados por el abuso de la navegación, aunque la inmunidad no sea segura y menos aún absoluta.
En efecto, el virus adquiere cada año características novedosas que impiden su erradicación. Las metas de los difusores de esta desastrosa epidemia, según estos equipos, son la pérdida total de interés en la lectura, el analfabetismo mundial y el regreso a una era de tinieblas, en la que dominará un grupúsculo privilegiado aún capaz de descifrar la escritura.
Ni radiaciones fantomáticas ni virus nazis o estalinianos, clama una tercera tendencia que se atribuye el monopolio de la racionalidad. Este grupo de reflexión, formado por pensadores, sociólogos, publicistas y comentaristas políticos, considera que no se necesita de laboratorios para observar una estrategia encaminada a imponer la dictadura del pensamiento único: la llamada política correcta. Que sus estrategas provengan de la CIA, el Ku-klux-klan, el Hu-bo-yin, la chin-ta-ga o de todos juntos es lo de menos. Las consecuencias están ahí. Millares de manuscritos que invaden las editoriales, miles de novelas que se publican mes tras mes, pilas de volúmenes que llegan y se van de las librerías sin ser abiertos por un solo lector. Vacuidad impresa. Lenguaje sin sentido. Cada libro imita a otro y todos hablan de lo mismo sin reflexión ni originalidad.
Estrategia casi infalible cuya meta es la censura.
La censura por prodigalidad. Bajo las montañas de novelas que se copian entre ellas se aplastan, de manera deliberada, los dos o tres libros que aún dicen algo claro y agregan al menos un ápice a la historia del pensamiento.
Jacques Bellefroid lo señaló en su novela Le voleur du temps, aparecida en 1990. Nadie puede hablar de censura cuando todo aparece. Tal es la perfecta censura. Extraviar al posible lector ante la sobreabundancia. ƑCómo encontrar una joya bajo toneladas de lodo, piedras, basura, ruinas y polvo?
Un crítico literario de radio me dijo que recibía cerca de 400 novelas cada septiembre. Sin contar los otros meses. No sabía dónde meterlas ni cuáles abrir. La mayoría quedaban cerradas para siempre.
Los encargados de prensa se pelean los críticos y reseñistas a golpes de invitaciones a comer, a cenar, a beber. Apenas unos cuantos autores, algunas novelas, consiguen emerger de la marejada. Este año, en Francia, se rompe récord con la publicación de 700 novelas al regreso de vacaciones.
Pero la epidemia arrecia, sea por las radiaciones, los virus o la estrategia de un nuevo orden único de la censura. Hoy, la peinadora, un taxista y la señora que limpia las escaleras del edificio me contaron cómo avanzan sus manuscritos.