Luis Linares Zapata
El laberinto del PRI
Concentrado en su difícil proceso de convivencia interna, el PRI tiene, sin embargo, la urgencia de enfrentar, con una sólida postura, los desafíos que le presenta la reforma eléctrica en curso. Esta es, en efecto, una necesidad imperiosa de la estructura productiva, a la vez que actúa como atracción formidable para las empresas y centros de poder externo que no han dejado de hacer sentir su interés por entrar, con toda prisa y suerte de apoyos, al mercado mexicano de la energía. Tal reforma se coloca así en el mismo centro de las decisiones que determinarán, de aquí en adelante, el rumbo y las características de esta república.
La disyuntiva política es de gran envergadura: se retiene la industria eléctrica bajo propiedad de todos o se le cede a las trasnacionales del ramo. No se trata solamente de privatizarla o de abandonar a la Comisión Federal de Electrcidad (CFE) a una especie de muerte por inanición, lo que habrá de dirimirse en los días por venir, sino de pasar a ser una sociedad dependiente de amos extraños o responsabilizarse del propio destino, al menos en una porción aceptable que permita cierto margen de independencia y soberanía. Conceptos y realidades por demás vigentes, aunque a ciertos personajes de pose globalizada les resulten esquivos, indiferentes o inútiles. Pero el PRI se encuentra sumergido en un verdadero laberinto. Uno que tiene múltiples entradas y, por si ello fuera poco, varios puntos que reclaman ser el centro adonde llegar, hacia donde mirar en busca de algo parecido a la esperanza.
A ese partido lo distraen, de manera cotidiana, las numerosas puertas que se tienen abiertas y por las cuales penetran los más disímbolos intereses que portan sus cuadros y simpatizantes. Esto, que sería un fenómeno normal y hasta apetecible para un partido político con una militancia esparcida por todo el país y que hereda un pasado de gobiernos continuados durante décadas, para el tricolor significa ahora aprender a convivir y a procesar los impulsos de su periferia, que bien pueden ser los determinantes, de encontrar rutas y normas para encauzarlos. En el pasado a todos esos influjos y personas los sometían y encauzaban, de inmediato, los jefes locales, generalmente los gobernadores. De persistir en su presentación original, pasaban por los conductos de sus líderes sectoriales para al final ser atraídos por el coágulo de poder que era el Presidente de la República, su llamado líder nato. La disciplina que entonces se imponía era férrea, con filosos ribetes excluyentes para los rebeldes y castigos que podían ser inmisericordes, para los infractores. La generosidad se guardaba para dispensarla a los sumisos obedientes. Caída en centro de atracción principal, la polidictadura de sectores y jefes locales es una amenaza latente y, aún sin cristalizar como proceso efectivo, ya se introduce a los militantes en calvarios que dispersan sus energías en grillas y pleitos sin fin.
El PRI es hoy una organización de múltiples cabezas y vasto poder que no ejerce a profundidad. Todas ellas están rodeadas de un séquito que se les agolpa en busca de protección y suerte en los disminuidos repartos de prebendas y posiciones. Tienen todas una característica compartida: lo endeble y perentorio de un liderazgo que no encuentra todavía el núcleo para su consolidación, ya sea porque fueron elegidos como coordinadores camarales (Paredes, Jackson), por ser figuras destacadas e influyentes en el priísmo que se han sabido reciclar (Bartlett, Roque, Labastida), porque fueron electos para dirigir el Comité Ejecutivo Nacional (Madrazo, Gordillo), por estar al frente de los sectores tradicionales (Beltrones, Rodríguez Alcaine) o por moverse con ambición y recursos disponibles desde sus provincias (Montiel, Murat).
Lo cierto es que sus figuras como conductores, como centros gravitacionales de ese mundo partidista se mueven sin concitar la enorme fuerza que el PRI alcanza a pergeñar. Tal parece que los priístas vagan dispersos, titubeantes, en busca de una esquiva redención: la que los perdone, les reponga la responsabilidad en mucho extraviada, la que los haga rencontrar su vocación original de enchufe con el electorado y con los avatares de la actualidad nacional.
Pero, más que todo, los priístas requieren definirse, adoptar posturas que los pongan en la senda de reformar a su partido para encontrarse de nueva cuenta con la historia que aspiran a escribir hoy en día los mexicanos. La reforma eléctrica les presenta esa oportunidad. Tienen una alternativa ya bien estudiada. Tienen el mandato de su asamblea y consejo. Tienen la obligación de conjuntar esfuerzos y de imaginar salidas financieras complementarias, que no son fáciles ni agradables a los causantes. Tienen que olvidarse y hacer a un lado las tentaciones de darle un rodeo al presente, de trampear el sentir ya expresado por sus bases, de llevarse por la corriente que se mueve en su interior, tratando de acercarlos a la propuesta de los gerentes entreguistas. Ahora ven con claridad los costos de la cuestionada elección de su dirigente. Madrazo concita suspicacias por doquier, arraigadas, reales, dañinas. Gordillo se les ha atravesado en el cogote y tienen la obligación de exorcizar el espurio liderazgo magisterial que ostenta, su incomprensible postura adoptada ante la administración de Fox que ya la tiene al borde del abismo. Denle el empujón postrero y saquen la reforma que se espera de ustedes.