lunes 26 de agosto de
2002 |
Tauromaquia Manolete: LV aniversario luctuoso n Alcalino |
Este miércoles 28 se cumplen 55
años del trágico encuentro -en los tercios de sombra de
la placita jienense de Linares- de Manuel Rodríguez
"Manolete" con "Islero", quinto de
una vareada corrida de Miura. La vida de aquel Monstruo
del toreo -destinado a morir matando- se apagaría al
filo de las 5 de la madrugada siguiente, pero su leyenda,
que crece sin cesar, no ha conocido par en los anales de
la tauromaquia. Todavía andarán por aquí, para dar
cumplida fe, muchos viejos aficionados que sintieron en
la garganta, los ojos y la piel, la emoción de alguna
faena izquierdista del coloso cordobés, de su media
verónica incopiable, del viaje corto e rotundo de sus
estocadas. Y la hipnótica atracción de aquella figura
señorialmente enhiesta, aurada de imperturbable
melancolía. Camará. Pero Manolete no reinó en el toreo solamente por su clase imperial, su permanente entrega y su formidable espada: detrás tenía a José Flores "Camará", taimado paisano suyo, extorero sin fortuna que terminaría por convertirse en el prototipo del apoderado moderno. A una orden de "Camará" cualquier novillada sin trapío valía para corrida, cualquier mamarracho podía convenir como alternante, y el serrucho de cercenar pitones se tornó en herramienta tan indispensable como el estoque. Nada de eso evitó la desgracia de Linares ni las nueve cornadas graves que a lo largo de ocho temporadas su sobreprotegido poderdante recibió. No había torpeza, sino una honradez estremecedora en el mítico torero cordobés, herido de gravedad al presentarse en México (9.12.45) "porque si hubiera dado un paso atrás no sería Manolete", según declaró a la prensa con la misma convicción que lo haría tirarse sobre el morrillo del resabiado "Islero" con la inevitable rectitud de siempre, lentamente remarcados los tiempos clásicos del volapié. De Puebla a Linares. Aquel trágico 1947 lo inició Manolete toreando en Puebla -con Armillita y Felipe González, ganado soso de La Punta- una lluviosa y deslucida corrida Año Nuevo. Regresaría a nuestro extinto Toreo para dar, mano a mano con Garza, una tarde memorable. Y dejaría sin descifrar el aviso presagioso de cierta extraña cogida, la penúltima, en la corrida de Beneficencia de Madrid, julio 16, y del cornadón que un toro de Concha y Sierra le infligió en Valdepeñas a Pepín Martín Vázquez, su más aventajado alternante de aquel verano, en el despuntar del mismo agosto que inexorablemente lo conduciría hasta Linares como base del cartel más esperado de la feria de San Agustín, donde el jueves 28 partió plaza al lado de Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín para despachar sin novedad a su primer miura y cortar el rabo del quinto, "Islero", el toro huesudo, querencioso y girón que habría de matarlo. La fuerza simbólica de Manolete. Bien analizado, Manuel Rodríguez Sánchez no aportó a la técnica taurina ningún rasgo revolucionario, ni siquiera practicó el mejor toreo de su tiempo -aquí, por lo menos, la réplica que le dieron los Armilla, Garza, Silverio o Procuna lo demuestra de sobra-; se limitó a elegir como consecuencia obligada del hecho de ser y sentirse torero un invariable respeto a sí mismo y a todos los públicos ante los que alguna vez compareció. Su tauromaquia fue más una búsqueda obsesiva de la dualidad quietud-belleza que una acabada exposición de logros originales. Y ese camino sin torceduras no lo ha vuelto a recorrer nadie desde hace 55 años, pese a las esperanzas despertadas en diversos momentos por otros toreros, cuya grandeza careció, sin embargo, del soporte de una personalidad tan rotunda -fundía elevados valores éticos y estéticos en una pieza humana y torera excepcional-, y una leyenda donde voluntad, sangre y gloria quedaron entretejidas por el destino con tan misteriosa perfección que ni la evidencia de todas las triquiñuelas de baja ley del apoderado ha conseguido enturbiarla. |