El hábito evita enfermedades relacionadas
con el cerebro, dice científico brasileño
La lectura, auxiliar contra el Alzheimer: experto
Nutrida asistencia a la decena de actos que ofreció
ayer la Feria del Libro en el Zócalo
RENATO RAVELO
''Las personas que practican la lectura tienen menos posibilidades
de sufrir Alzheimer que quienes realizan la lectura pasiva que proponen
los medios visuales". Los lectores usan sus neuronas, y de acuerdo con
las observaciones del científico brasileño Iván Izquierdo,
en personas de tercera edad esa práctica ayuda en otro tipo de enfermedades
relacionados con el cerebro.
El especialista brasileño Armando Trevisam citó
ese estudio en su participación en la segunda Feria del Libro en
el Zócalo, para ilustrar su conferencia La lectura en nuestra
sociedad teconológica-informatizada, uno de los actos centrales
de entre la decena de actividades que este fin de semana se desarrollaron
en ocho recintos del Centro de la ciudad y que convocaron a casi 200 mil
personas.
Aunque
es domingo hay menos asistencia que el día anterior, comentan los
organizadores: "en el primer día llegaron entre 100 y 150 mil personas",
atraídas por las carpas, por la casi permanente oferta musical que
la Secretaría de Cultura ofrece, o por completar la lista escolar
a destiempo.
Es difícil tomar el Centro, lamenta José
Angel Leyva, de la Secretaría de Cultura, al referirse a las dificultades
que implica lograr que los asistentes se trasladen del Zócalo a
los otro siete recintos que ofrecen actividades en los 10 días que
durará la feria.
Si bien el Zócalo se ve concurrido, en la Plaza
Santo Domingo, área dedicada a vendedores de libros viejos o de
editoriales pequeñas, como Verdehalago o El Tucán de Virginia,
la falta de asistencia se nota en la mirada de quienes quisieran culpar
a alguien.
Aun así la profesión del librero es la de
alguien vocacionalmente preparado para esperar, para no estar en la lista
de prioridades, en la convicción de que se hace algo importante.
El librero espera que uno sea sorprendido por la edición
del Diccionario de la vida práctica o la edición rústica
de La vida inútil de Pito Pérez. El librero no desespera:
"¿tiene algo de Max Aub?", le preguntan, y reponde: "sí,
pero no lo traje, venga la próxima semana", y sabe que su cliente
regresará.
De regreso al Zócalo, en varios estantes dominan
la nueva fórmula: la de editoriales que fusionaron nombres como
Joaquín Mortiz o Grijalbo, con otros más eficientes y corporativos.
Ahí no hay libreros que saben esperar, sino vendedores que preguntan
por el requerimiento, por el producto que se va a comprar. Como alternativa,
la oferta del Fondo de Cultura Económica, que permitió a
los niños mexicanos conocer a Anthony Browne y sus gorilas, entre
otros muchos autores.
El módulo de la Comisión Nacional del Libros
de Textos Gratuitos es centro de distribución de folletos informativos
y del libro Las aventuras de Liborio y Analfaberto. Esta
instancia editó este año 7 millones de libros para el reciente
ciclo escolar.
Pero esa es la lectura obligatoria, no de la que habla
el director de la Biblioteca Nacional José Martí, Elíades
Acosta, quien en el Palacio de San Ildefonso, durante el seminario ''En
busca de sentidos", explica cómo la demanda en Cuba actualmente
rebasa su capacidad de oferta: "tenemos 6 mil bibliotecas escolares, 392
públicas... En 12 bibliotecas de barrio para 5 mil personas tenemos
un acervo de 10 mil volúmenes".
Ochoa revela que el programa de convocatorias a distintos
concursos, que surgió apenas en 1998, funciona con 10 mil dólares
e involucra a más de 400 mil niños y jóvenes: "todos
sobre la base de que la lectura es un placer".
En el módulo del Faro de Oriente se venden sus
productos, se anuncia un taller de papel hecho a mano el martes, cuando
también asistirá El Gritón a un performance,
en tanto Thelma Dorantes, Norma Barrosa y Silvia Mejía leen en voz
alta Humor de amor, de Gabriela Inclan, en un improvisado café,
y dos jóvenes promueven la revista Ad Livitum, que ya cumplió
un año y tiene un poco de poesía, comic, arenga...
El alfabeto se inventó 3 mil 500 años antes
de Cristo, sostiene Trevisam, para algo que antes solamente algunos privilegiados
podían hacer: "poder acceder a la memoria de lo que somos".