Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 18 de agosto de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

El crimen del padre Amaro

Primero una precisión: contrariamente a lo que piensa mucha gente, la cinta de Carlos Carrera no ha sido censurada. Se exhibe sin cortes y sin ningún intento previo de enlatarla. Lo que sí ha habido y persiste, en cambio, es un linchamiento moral contra la película por parte de autoridades eclesiásticas y grupos conservadores; un anatema contra guionista, director y productores, incluido Imcine; amenazas de excomunión; incitaciones apenas veladas al vandalismo por parte de un obispo; estigma de pecadores para el público que asista a las funciones, y demandas interpuestas contra Gobernación, y un largo etcétera, por haber autorizado y financiado a la película. Ninguna cinta mexicana, con tema religioso, había despertado antes una virulencia semejante, ni siquiera La viuda negra, de Arturo Ripstein, a pesar de haber sido enlatada algún tiempo. El horror venía siempre del extranjero, y siempre precedido por el escándalo: La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, o Yo te saludo, María, de Godard. El boicot fue entonces exitoso, y las cintas nunca tuvieron corrida comercial en nuestro país. Otra película, la inglesa Sacerdote (Priest, 1994), de Antonia Bird, no logró siquiera una mínima resonancia, pues su distribución se sofocó en México desde Estados Unidos, donde a su vez había sido discretamente boicoteada. Un sacerdote católico, homosexual, que vive el dilema moral de tener que ocultar, por el secreto de confesión, la violencia sexual de un padre de familia contra su propia hija menor, era demasiado para el puritanismo del norte, y algo impensable para las buenas conciencias del sur. El tabú era hasta hace poco inquebrantable. Las películas con temas tan espinosos sencillamente no llegaban a México, y esto agudizó el mal endémico de la autocensura en artistas y productores para realizar algo parecido, sin mencionar el temor de distribuidores y de los exhibidores que temían ver sus salas vacías o incendiadas.

El crimen del padre Amaro es la película que marca, de modo a la vez simbólico y real, el colapso de este sistema de censura comercial y la ineficacia total del boicot eclesiástico. La película expone además, sin proponérselo, los alcances del humor involuntario de grupos conservadores que se declaran ofendidos porque la cinta sugiere que la actriz Ana Claudia Talancón pudiera ser más bella que la propia Virgen María. La cinta de Carrera adapta inteligentemente la novela homónima del XIX portugués, obra de José María Eça de Queiroz, todo un clásico. El guionista, Vicente Leñero, incorpora a la nueva trama el tema del narcotráfico, señalando los nexos entre cierto poder eclesiástico y los capos de la droga, y un tema más -verdadero motivo del escándalo parroquial-, el aborto clandestino y sus incontables saldos fúnebres.

Desde la óptica conservadora, el pecado de la cinta es haber quebrantado la práctica de simulación y engaño que siempre ha buscado imponer, abusivamente, la imagen de un espectador virtual -genética y mayoritariamente católico- sin discernimiento ni madurez suficiente para ver ciertas cosas en la pantalla. ƑY qué ve este espectador en la película de Carrera? El itinerario de una corrupción moral, la del padre Amaro (Gael García Bernal), quien desde su llegada al pueblo de Los Reyes advierte en sus superiores la práctica de una doble moral que tolera la violación del celibato impuesto (a condición de mantenerla secreta); el hostigamiento y la excomunión a un cura disidente, el padre Natalio (un Damián Alcazar notable), que evangélicamente hace suya la causa de los pobres; la complicidad del alto clero local con los poderosos de la región, desde los narcos hasta el presidente municipal (Pedro Armendáriz); la promoción de un fanatismo religioso que una vez desbordado, como en el caso de la loca Dionisia (Luisa Huertas), se vuelve sacrílego y reprobable, y la persistencia del aborto clandestino, práctica solapada que condena a la muerte a miles de mujeres. El esquema narrativo es muy parecido al de La ley de Herodes, de Luis Estrada, con guión también de Leñero: un descenso a la cloaca de la corrupción, encarnada aquí por un cura desorientado (Sancho Gracia) y por un obispo politiquero (Ernesto Gómez Cruz) que goza de impunidad y de fueros celestiales. Un cacicazgo de corte priísta con la protección de un manto púrpura.

La cinta combina con destreza varios niveles narrativos, aunque su limitación principal es el desarrollo algo esquemático de personajes claves -el padre Amaro o el padre Benito- que requerirían en su evolución dramática de mayores matices y de mayor credibilidad. En su conjunto, sin embargo, el trabajo de actores es sobresaliente, y la realización de muy buen nivel. Carlos Carrera permanece fiel a sus obsesiones temáticas, en particular a su visión oscura de una provincia mexicana no muy alejada de la que en 1943 presentaba el escritor Agustín Yáñez en Al filo del agua: una provincia de espaldas al progreso, oscurantista y fiel a sus prejuicios y manías condenatorias, amante de la doble moral y de las buenas costumbres, el territorio elegido de la simulación y de la hipocresía: la patria ideal con la que siguen soñando los censores de El crimen del padre Amaro.

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