Margo Glantz
Noche de gala en el teatro Colón
Estoy ahora en Buenos Aires, acabo de llegar; me han invitado a escuchar en el teatro Colón un concierto de Daniel Barenboim. Es uno de los ocho en los que interpretará todas las sonatas de Beethoven. Hace tiempo que el pianista nacido en Argentina no venía a Buenos Aires: entra al escenario, el público se pone de pie y aplaude con entusiasmo, largamente, ''parecía, parecía noche de gala en el Colón", canta el tango.
Barenboim no es muy alto, es calvo, rubio, ha adelgazado. Baja con cuidado, pero con agilidad, un pequeño estrado pintado de rojo (escalón que subraya y a la vez revela la belleza dilapidada de la madera que recubre el escenario); viste un traje negro, es casi un smoking, sus gestos son cordiales, conmovidos y, si uno lo compara con las fotos de sus discos anteriores, se percibe que ha envejecido, mucho, sobre todo en la foto en la que aparece, feliz, recién casado, con la chelista Jacqueline Duprez; los dos con la cabeza aureolada de cabellos, a la moda de finales de los años sesenta, época en que se prefería hacer el amor y no la guerra (aunque aún la hubiese en Vietnam): él la mira, embelesado, ella sonríe con una felicidad tan desmesurada que de antemano sabemos que no podrá durar (''Ƒpor qué tanto šy tanto! amor se acaba?").
El teatro Colón está repleto, no cabe ni un alfiler, hay muchas personas de pie, sentadas en las escaleras, recargadas en las paredes de los palcos de la planta principal y ocupan todos los espacios vacíos del recinto: en la cazuela, en la tertulia, en el paraíso y aun en el último piso donde también hay muchos de pie apoyados sobre los barandales, a lo largo de un trayecto semicircular que colinda con las nubes, pintadas en el plafón, donde al fresco se ven figuras anticuadas, vestidas con trajes de gala y aureoladas por un cielo azul, muy azul, tan azul como el de los cuentos de hadas. Los espectadores asisten al concierto con gran unción, como si estuviesen en la iglesia, en una ceremonia de gran solemnidad para la cual han sacado sus trajes de gala: un tufo a naftalina invade el aire, sobre todo cuando la gente aplaude.
Encima del piano de cola (Ƒun Steinway? ƑViajará Barenboim con su piano, como lo hacían también Sviatoslav Richter y Michelangelo Benedetti?), casi del mismo tamaño que él, cuelga una lámpara redonda de terciopelo rojo, idéntica a las lámparas que en los años veinte iluminaban los comedores de los interiores burgueses o, mejor dicho, los rostros de quienes sentados alrededor de la mesa comían en hermosas vajillas art decó.
La lámpara que corona el escenario del teatro Colón parece haber sido confeccionada con el mismo terciopelo de las cortinas de la mansión familiar con el que, después de la Guerra Civil entre el norte y el sur de Estados Unidos, Scarlett O'Hara se confeccionara un suntuoso vestido rojo para seducir a Reth Butler: ''estamos tan pobres'', dice el hombre que recibe los billetes, mientras hacemos fila para tomar el ascensor que nos conducirá al quinto piso (es un hombre blanco, alto, elegante, con el pelo canoso, el rostro varonil: Ƒun príncipe descabalgado?) ''que no hemos podido comprar ni papel para los baños". En la calle, cumpliendo con una ceremonia que en poco tiempo se ha vuelto indispensable, los basureros y los cartoneros recogen la basura, es un basurero protegido por una cerca, parecida a las que protegerán al día siguiente -reforzadas por vallas imponentes de policías- las calles aledañas a la Plaza de Mayo para impedir que acampen los piqueteros, reunidos para protestar por la visita de O'Neill, representante del Fondo Monetario Internacional, quien en una foto se retrata, amoroso y solícito, con niños indigentes. El pie de foto dice: ''šQué dientes tan grandes tienes, abuelito!"
En un enorme letrero se anuncia en el hospital Alemán un simposio dedicado a los sicoanalistas que tratarán ''casos de depresión en un país en estado de crisis". En cambio, en un encabezado del periódico Página 12 se lee:
''La crisis rompió la barrera entre la clase media y los excluidos", un reportaje que analiza las diversas formas de organización ciudadana que los últimos acontecimientos han generado, admirables y abundantes: magníficas exposiciones, películas excelentes, obras de teatro y toda suerte de happenings.