Performance del actor mexicano en el
Centro Nacional de las Artes
Las sanas locuras de Gómez Peña llegaron
con escasa claridad a los espectadores
Defender una tercera nacionalidad, apuesta del artista
radicado en Estados Unidos
El abigarramiento de datos y de conceptos produjo un
resultado rococó
CESAR GÜEMES
El trabajo de Guillermo Gómez Peña vale
por el concepto que de identidad mexicano-americana tiene y desde
luego por la fuerza de seres como el Mad-Mex, el Mariachi Liberachi
o el propio Mexterminator, título del libro (publicado por
Océano, Citru, CCNCA-INBA y el Fideicomiso para la Cultura México-Estados
Unidos), que la noche de este lunes presentó con un performance
en el Centro Nacional de las Artes (CNA).
La apuesta de Gómez Peña es por la defensa
de una especie de tercera nacionalidad que justamente representan sus creaciones,
nacidas de la condición híbrida por naturaleza. Por ello
es posible verlo, ya caracterizado, cómodamente sentado en la silla
del Capitán Kirk (el de la nave Enterprise) o mirarlo sobre
el cuadrilátero, guantes de box y hombreras de por medio, mientras
recibe una dosis de cuero digna de mejor peletería.
La propuesta del performancero mexicano radicado
en Estados Unidos es provocar, tanto desde los repetidos videos que de
sí mismo se proyectan en una manta de considerables dimensiones
y que bien pueden clasificarse en la corriente antiMTV, como desde el desnudo
de sus acompañantes, varón y mujer, que le harán contrapeso
y le aligerarán el trabajo.
Noche alucinógena
Hasta ahí todo bien, incluida la respuesta del
público, en su mayoría estudiantes del propio CNA, que motivó
que este martes el performancero repita el espectáculo. Sin
embargo, resta una duda sobre la teatralidad de un performance que
no es un acto ni una serie de ellos sino una obra en la que se incluye
prácticamente todo lo que el actor ha hecho a lo largo de su carrera.
A ello sumemos la pantalla con un discurso visual y otro
auditivo, la música realizada para el espectáculo, las largas
parrafadas de Gómez Peña y las varias actuaciones a las que
se sumaron algunos asistentes.
El resultado, por decir lo menos, es rococó. El
abigarramiento de datos, conceptos e incluso sanas locuras no colaboró
nunca a que un mensaje tan nítido y bien forjado como el del actor
llegara claramente a sus receptores.
Salvo ese ligero aspecto, sin duda la noche fue una de
las más alucinógenas que haya vivido el Centro Nacional de
las Artes.