Carlos Montemayor
Salvador Rodríguez Losa
(1935-2002)
Conocí Yucatán posiblemente en 1969, cuando un pequeño grupo de la Facultad de Filosofía y Letras fuimos invitados a Mérida para montar una obra de teatro llamada Magia roja, que dirigía Enrique Atonal, y para cuya adaptación escribí algunos textos en español antiguo. Estuvimos ahí una semana, imborrable para mí.
Regresé 10 años después, en 1979, para un encuentro nacional de Difusión cultural y extensión universitaria cuando yo colaboraba con Fernando Salmerón en la Universidad Autónoma Metropolitana como director de Difusión Cultural. En esa ocasión, a causa de las numerosas sesiones de trabajo y comidas y cenas oficiales, tuve menos oportunidad de acercarme a la vida cotidiana de Mérida.
Muy poco tiempo después regresé. Cuando Leonel Durán era titular de la Dirección General de Culturas Populares, en 1981, me pidió que revisara diversos relatos de tradición oral que habían recopilado promotores bilingües indígenas de las Unidades Regionales de Oaxaca y Yucatán; acepté y por tal motivo viajé con frecuencia a ambos estados. Gran parte de estos viajes los he narrado en Encuentros en Oaxaca. Pero los recorridos que emprendí en Yucatán durante varios meses de 1981 y 1982 me llevaron no sólo a cancelar mi proyecto de dejar el país por algunos años, sino a iniciar un taller literario en lengua maya que pudiera ser aplicable a otras lenguas indígenas de México, tarea que empecé a vislumbrar en Oaxaca, particularmente al lado de promotores bilingües mixes y chinantecos.
Mi guía en Yucatán fue José Tec Poot, joven antropólogo maya de Ixil. A él y a Cesia Chuc Uc debo mi primer acercamiento a la lengua maya. A ellos debo también mi primera gramática de esa lengua, la preparada por Alfredo Barrera Vázquez y publicada en la Enciclopedia de Yucatán, obra que después me obsequió el editor yucateco Raúl Maldonado. Durante más de 10 años viajé con mucha frecuencia a Yucatán y recorrí las comunidades deslumbrantes de esa península; los primeros cinco, repito, tuve el constante apoyo de José Tec Pot, quien falleció en la ciudad de México en el terremoto de 1985.
Yo había acordado con José Tec que mis tareas durante al menos tres o cuatro años consistirían, al revisar los relatos recopilados por los promotores, primero, en detectar en el maya la influencia de la sintaxis española; segundo, obtener en textos breves, escritos en su lengua, una mayor lógica y claridad; después, que cada uno de los promotores que trabajara conmigo iniciara un proyecto que pudiera convertirse en un libro.
Mi primer encuentro con los promotores mayas de la Unidad Regional de Yucatán tuvo lugar en un auditorio (ahora llamado José Tec Poot) de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán. Al cabo de esa primera reunión conocí a los antropólogos Patricia Fortuny y Francisco Javier Fernández Repetto. Ellos me presentaron con el entonces director de esa Facultad, el antropólogo y arqueólogo Salvador Rodríguez Losa. Empezamos a reunirnos al menos una vez en cada uno de mis viajes para comentar las impresiones y avances en mis tareas, particularmente cuando tuve una comprensión mayor de la lengua maya y comencé a visitar comunidades del centro y de la costa norte del estado. Poco después del fallecimiento de José Tec Poot, Leonel Durán me comunicó que Salvador Rodríguez Losa había aceptado dirigir la Unidad Regional de Yucatán, pues en esas semanas había dejado la dirección de la Facultad de Ciencias Antropológicas.
Salvador fue muy útil a la Unidad Regional, pues supo mantener de manera permanente sus lazos de catedrático y consejero con la Universidad de Yucatán y canalizar su influencia y prestigio con las autoridades educativas del estado en beneficio de las tareas oficiales de Culturas Populares. A partir de ese momento, durante mis estancias en Yucatán me encontré a diario con él y nuestras conversaciones y amistad se fueron modificando y ampliando notablemente. Mucho aprendí con él acerca de la rapidez con que el conocimiento de las elites puede desaparecer de las culturas de los pueblos y de cuán poderoso es el conocimiento que logró tornarse popular y se conserva como tradiciones a lo largo de siglos o milenios.
En 1987, cuando Jorge Ezma Bazán dirigía el Instituto de Cultura del Estado; Culturas Populares de México, Martha Turok, y la Unidad de Yucatán, Salvador Rodríguez Losa, acordaron financiar la publicación de un periódico en lengua maya, U jajal maya winiko'ob. Además la Universidad Autónoma de Yucatán, por sugerencia de Salvador, publicó otros cuadernillos con relatos sobre la abeja nativa o Xuunán Kab. El diseño del periódico, la recopilación de materiales, la redacción final, el parado tipográfico y la revisión de galeras, permitió que participaran muchos de los promotores que habían trabajado conmigo desde 1982, aunque desde las primeras semanas dos de ellos, Miguel May May y Santiago Domínguez Aké, comenzaron a conducir realmente las tareas editoriales. Años más tarde surgió otro periódico, U K'ayil Maya T'aan, cuando nos preparábamos para emprender la fase final de la Colección Letras Mayas Contemporáneas, que nos llevó cerca de cuatro años. Esta colección, que después de tres fases alcanzó 50 títulos bilingües, se publicó entre 1993 y 1998 gracias a las aportaciones de The Rockefeller Foundation y del Instituto Nacional Indigenista; en la primera institución, por el apoyo de Alberta Arthurs y Tomás Ybarra Frausto; en la segunda, por el apoyo de Guillermo Espinosa.
Durante los primeros años de trabajo con la Colección Letras Mayas Contemporáneas relaboramos los ejercicios aplicados durante los años anteriores para que Miguel May May iniciara un taller literario en Valladolid, y Santiago Domínguez Aké, otro en Halachó; yo, por mi parte, seguí trabajando en su aplicación a otras lenguas de México.
A partir de entonces conocí otros rasgos de Salvador Rodríguez Losa. Ya había aprendido con él, repito, ciertos aspectos contradictorios de la antropología y la arqueología. Ahora aprendí algo más: el recorrido por generosos aguajes que, en varias zonas, Mérida ofrecía diariamente con cervezas y mariscos estupendos a periodistas, escritores, profesores, funcionarios o parroquianos fieles. En esos itinerarios conocí a muchos amigos suyos y a personajes claves o prototípicos de yucatecos de la vieja y nueva guardia. Meridano de pura cepa, compartía gozoso su conocimiento sobre los mejores enclaves para fortalecerse ante los tórridos calores de Mérida.
Otra dimensión muy importante de Salvador era su conocimiento de la historia de Yucatán. En diciembre de 1990 me obsequió la edición, que él preparó para la Universidad Autónoma de Yucatán, de la obra que antes de leer ya conocía ampliamente por sus conversaciones; me refiero al Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán desde el año de 1840 hasta 1864, de Serapio Baqueiro. Este periodo intenso de la historia de la península es conocido como guerra de castas. Por ese tiempo yo acababa de terminar la novela Guerra en el paraíso y me proponía continuar con otra más sobre los movimientos campesinos armados de la sierra de Chihuahua. Acordé con Salvador iniciar, al terminar esa novela, otra más, ahora sobre la guerra de castas en Yucatán. Se convirtió en un proyecto común; yo contaría con todo su apoyo en documentación historiográfica y en recorridos indispensables por las zonas de la península. Ignorábamos que otros libros retrasarían ese proyecto: varios asuntos de cultura y lenguas indígenas, la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, algunas traducciones y la novela Los informes secretos.
Ahora estoy concentrado en la novela de la sierra de Chihuahua. Al terminarla, retornaré al proyecto que ideamos Salvador y yo. Sacaré adelante el proyecto. Nuestro compromiso sigue.