Emilio Pradilla Cobos
Papolatría
Durante los tres días de la visita pastoral del Papa, la vida cotidiana en la ciudad de México se colapsó: cortes en muchas vialidades primarias, embotellamientos monstruosos del tránsito, pérdida de tiempo en los desplazamientos y ausentismo laboral. Un líder religioso logró la parálisis urbana que no produce ningún acto político o social; los medios de comunicación, que estigmatizan las marchas y plantones por la afectación del funcionamiento de la ciudad, ahora fueron parte protagónica del colapso.
La visita fue montada cuidadosamente por la jerarquía católica como una gran cruzada proselitista, y como un gigantesco espectáculo publicitario por los medios de comunicación, sobre todo los canales de televisión. Los gobiernos federal y capitalino superaron su obligación legal de mantener el orden y dar seguridad a los ciudadanos para ponerse al servicio de los actos religiosos, excediéndose en la publicidad de sus acciones y en las dádivas otorgadas; no querían perder la oportunidad de ganar el reconocimiento político de los fieles. Se privilegió a un culto religioso sobre los demás; los no creyentes, los creyentes de otras religiones, y aun los católicos menos fanáticos, fuimos empapados a la fuerza. Los intereses mercantiles de los medios de comunicación, los comerciantes, los hoteleros, la Iglesia misma y hasta de los contrabandistas fueron bien recompensados.
La reiterada presencia del Presidente, varios gobernadores y muchos funcionarios y políticos en los actos religiosos -la visita no era de un jefe de Estado- y las actitudes -incluyendo el sumiso beso al anillo papal por el Presidente, su esposa y algún otro funcionario- fueron un duro golpe al carácter laico del Estado mexicano y a las leyes que lo garantizan y preservan. En particular, el Presidente aprovechó la ocasión que le brindó la presencia de los medios de comunicación para presentar la imagen de un país inexistente, de un gobierno que pocos reconocen como real, y de una política social poco creíble. Otro rasgo socialmente discutible fue el uso y el abuso religioso, político y publicitario de los indígenas mexicanos, representados supuestamente por las discutidas figuras de Juan Diego y de los mártires cajonos, mientras los indígenas de carne y hueso, los reales, de hoy, son explotados, oprimidos, humillados y usados por las religiones, los gobiernos, los partidos, los políticos y los empresarios. Nuevamente el mensaje fue el de la sumisión humana a la injusticia y la opresión: "Bienaventurados los pobres (indígenas), porque de ellos es el reino de los cielos", que los mismos indígenas han rechazado con su lucha política y social.
Con todo el respeto que nos merece el derecho democrático de cada individuo a profesar la religión católica, imaginaria o realmente mayoritaria en el país (y que defendemos para todos los que profesan otras religiones, o que no creen en ninguna), yendo más allá de los actos individuales de los gobernantes, el montaje y el desarrollo de la visita papal arrojaron por la borda las premisas de la sociedad democrática, republicana y plural, al poner al país entero literalmente a los pies de una figura religiosa casi deificada.
El culto a la personalidad de Juan Pablo II, llamado papolatría por algunos analistas, desplazó totalmente al imaginario religioso, a la llamada fe católica materializada en sus doctrinas y sus figuras simbólicas, incluyendo a la Virgen de Guadalupe, Juan Diego y los beatos recién santificados. Además, se trata de un personaje cuya postura y proselitismo abiertamente conservadores en lo político -se le conoce como uno de los factores activos del debilitamiento del socialismo y del derrumbe de los regímenes comunistas-, lo social -sus posiciones sobre la anticoncepción, el aborto y la lucha contra el sida, entre otras- y lo religioso -el rechazo a la teología de la liberación y otros movimientos progresistas en la Iglesia-, son plenamente conocidos. Los partidos y los movimientos sociales democráticos y de izquierda deberían preocuparse por el movimiento a la derecha de los mexicanos, que se manifestó en esos tres días de despliegue del fervor fetichista hacia ese Papa, muy distinto a la íntima, personal y callada fe en su Dios.
Tenemos también que rechazar el simplismo y oportunismo de quienes quieren hacer aparecer la cancelación de la decisión del gobierno federal de construir el nuevo aeropuerto en Texcoco -o al menos sobre los ejidos de Atenco- como el primer milagro de San Juan Diego, o como resultado de la influencia papal. Esta fue una victoria -aún por consolidar- del sólido movimiento social de resistencia de los ejidatarios y quienes se solidarizaron con ella. Es una victoria de la razón y la movilización, no de la fe. Volveremos luego sobre el tema.