Alejandro Nadal
Brasil: los vientos del cambio
El 23 de julio, el candidato a la Presidencia de Brasil por el Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inacio Lula da Silva, dio a conocer su programa económico. Es un programa sensato si se considera la magnitud de los cambios que exige la economía brasileña. En el documento de 72 páginas no se encuentran referencias a un rompimiento con el modelo económico neoliberal. Pero eso no ha sido suficiente para calmar a los mercados. El buen desempeño de Lula en el primer debate televisado el domingo pasado y su consolidación como el primero en las preferencias electorales según las encuestas incrementan la inquietud de los dueños del capital.
Brasil, al igual que todas las economías latinoamericanas, necesita crecer. Su desempeño en este terreno ha sido caótico (parecido al de México). El PIB per cápita actualmente es de 2 mil 922 dólares, comparable al nivel de 1986 (2 mil 761 dólares). El PIB apenas creció 0.8 por ciento en 1999, 4.3 por ciento en 2000 y sólo 1.5 por ciento el año pasado. Este año se espera un crecimiento mediocre, pero la volatilidad en algunas variables macroeconómicas no permite un pronóstico robusto. El último trimestre del año pasado el PIB brasileño cayó 0.69 por ciento y el primer trimestre del año continuó el descenso en 0.73 por ciento. Los datos del segundo trimestre indican que el crecimiento negativo va a continuar.
La inflación se controló en Brasil con un tipo de cambio sobrevaluado y la represión de la demanda a través de las políticas fiscal y monetaria restrictivas. En los últimos tres años la inflación ha sido baja, pero las presiones sobre el real (que perdió 25 por ciento de su valor frente al dólar desde enero, y 19 por ciento en el último mes) indican que el tipo de cambio ya no podrá jugar el papel de ancla para el índice de precios. La inflación este año no podrá acercarse a la meta oficial.
En su programa, Lula se compromete a promover un nuevo acuerdo entre Estado y sociedad para alcanzar un crecimiento más alto y mejorar el nivel de vida de la población. Pero, al mismo tiempo, el programa promete respetar los compromisos derivados de la abultada deuda que dejará el gobierno de Cardoso. En 1982, cuando estalló la crisis de la deuda, el débito público externo de Brasil era de 85 mil millones de dólares. En 1990 rebasaba los 123 mil millones de dólares. Y ahora, después de dos periodos presidenciales de Cardoso, la deuda pública externa alcanza los 250 mil millones de dólares, algo inexplicable en el contexto de la ola de privatizaciones emprendida por Cardoso. Además, la deuda externa privada rebasa los 110 mil millones de dólares, así que aunque prevalece una tasa de interés relativamente baja en los mercados internacionales por el volumen de la deuda externa, el pago del servicio pesa demasiado sobre el saldo de la cuenta corriente.
Además, el perfil de vencimientos es adverso y en el caso de la deuda privada las grandes compañías enfrentan dificultades de refinanciamiento porque el crédito internacional se está cerrando. En julio apenas pudieron refinanciar 22 por ciento de su deuda, en contraste con 58 por ciento en los primeros cinco meses del año. Esto afectará la capacidad exportadora de esas empresas para el segundo semestre, mientras la devaluación del real agrava su posición financiera.
El candidato del PT ofrece mantener la política fiscal restrictiva con el fin de alcanzar un superávit primario (antes del servicio de la deuda pública), aunque se señala que eso sólo se buscará para evitar que la deuda crezca como proporción del PIB. Y para lograr un equilibrio en las cuentas externas Lula y sus amigos plantean promover vigorosamente las exportaciones. No está muy claro cómo va a funcionar esta parte del programa, pero Lula ha evitado enviar señales de que se buscaría restringir la apertura por el lado de las importaciones. Sin embargo, es evidente que las negociaciones para el ALCA (al estilo Bush) no serían vistas con buenos ojos. Dicho sea de paso, mientras la crisis en Argentina no se resuelva y los efectos de contagio se multipliquen, y mientras la economía estadunidense no se recupere, esas negociaciones no tienen futuro.
En el plano regional, una victoria de Lula abriría expectativas inesperadas. La crisis en Argentina y Uruguay, la vulnerabilidad de la economía brasileña, el estancamiento en México y las dificultades en Chile son un claro testimonio de la bancarrota del modelo neoliberal. Urge el cambio y las vías de transformación real (no de maquillaje como en México) podrían comenzar a abrirse con el triunfo de la izquierda en Brasil.