Ugo Pipitone
Todo el poder a Berlusconi
Italia ha sido una anomalía social y política europea, por lo menos a lo largo de todo el siglo XX. Rememoremos lo esencial: en la primera mitad del siglo, la "cuestion meridional" y el fascismo; en la segunda mitad, el poder omnímodo de la democracia cristiana y la presencia del principal partido comunista de occidente. Y, ahora, con Berlusconi en el gobierno, la anomalía italiana sigue.
El punto, naturalmente, no es que la derecha llegue al gobierno del país, sino que el Ejecutivo esté hoy en manos de un magnate mediático que, en nombre de la inevitable (y necesaria) modernización del país, muestra una preocupante proclividad a confundir sus propios intereses con los de la nación entera.
Los líos legales del empresario Berlusconi (sobre el origen de cuyas fortunas persiste una maraña de dudas) han sido poco a poco removidos por la mayoría parlamentaria del primer ministro Berlusconi. Antes, una ley sobre conflicto de intereses, que es un precioso monumento a la mejor tradición carnavalesca itálica; después, la despenalización de la falsedad en los libros contables de las empresas; y, ahora, la aprobación de una parte del Senado de una ley que permitirá a Berlusconi liberarse del proceso en curso, en Milán, acerca de ilegalidades cometidas en la compra de varias empresas. Y, cada vez, frente a las protesta de la oposicion de centroizquierda, el gobierno levanta los tonos de una batalla de "libertad" que tiende a convertir la oposición en una especie de armada comunista que avanza amenazadora desde las estepas rusas. Lo cual sería para morirse de risa si no fuera dramáticamente serio.
ƑCuáles son los peligros? Limitémonos a mencionar tres: el primero es el más evidente, la concentración de la vida política italiana alrededor de los problemas legales del primer ministro. La búsqueda de impunidad de Berlusconi supone la construcción, de parte del gobierno, de mayores márgenes de poder del Ejecutivo frente a los otros poderes del Estado, la magistratura y el Parlamento. Segundo peligro: obligando a su mayoría parlamentaria a funcionar como un colegio de abogados para sus propios intereses, Berlusconi establece las condiciones para un sistema de intercambio de favores, que podría crear una poderosa red de impunidades cruzadas.
Es inevitable que, si el primer ministro obtiene el apoyo de su mayoría para tutelar intereses particulares, varios sectores de esa misma mayoría le exigirán que cierre un ojo (o los dos) frente a los posibles casos de corrupción que surjan de sus aliados. O sea, la política convertida en una red de intercambio de favores y complicidades. Dicho en plata: el gobierno como garantía de impunidad de los amigos y los amigos de los amigos. Todo lo cual, obviamente, en nombre de la "modernidad".
Tercer peligro: llevar el país al clima de guerra civil incipiente, en el cual el centroizquierda se verá obligado al uso creciente de la protesta callejera para contrarrestar un uso privado de las instituciones públicas.
En el estado actual de cosas, el mayor problema del país no es que el gobierno esté en manos de la derecha, sino de un personaje que confunde sistémicamente sus intereses con los de la colectividad. Italia se acerca peligrosamente a una situación de deslegitimación institucional, de creciente enfrentamiento entre el Ejecutivo convertido en corte real y una parte de la sociedad que comienza a cansarse de la manipulación mediática y el uso desfachatado de la mayoría parlamentaria, y mejor ni hablemos de la vulgaridad de un hombre de negocios que no puede ver el mundo sino en terminos de pesos y centavos, y que hace de toda oposición una "amenaza comunista".
Entre todos sus atrasos, a Italia sólo le faltaba ver las frágiles instituciones democráticas bajo control de una derecha presidencialista, populista, plebiscitaria y con la permanente tentación de organizar cruzadas en nombre del uso cínico de las palabras sagradas: Occidente, mercado, liberalismo y demás.
Giovanni Sartori, que puede ser acusado de cualquier cosa menos de hombre de izquierda, plantea las cosas en una forma inequívoca: "Berlusconi está transformando un Estado democrático en un régimen con fines privados". Eso era lo que le faltaba a Italia para refrendar su tradición de anomalía europea. Como para tener envidia de la España de Aznar y la Francia de Chirac.