Luis Hernández Navarro
Catolicismo y pueblos indígenas
Si la jerarquía de la iglesia católica quiere mantener su influencia espiritual entre los pueblos indios de México necesitará mucho más que canonizar a Juan Diego. El abandono del catolicismo por parte de muchos indígenas, su conversión a distintas denominaciones evangélicas, su recuperación de la religión tradicional y el rechazo a la labor evangelizadora de la iglesia de Roma en sus comunidades no provienen de la ausencia de un santo propio en la bóveda celestial, sino de causas mucho más profundas.
Las comunidades étnicas de nuestro país, como la mayoría de América Latina, han vivido durante las pasadas décadas transformaciones profundas. La reforma agraria, la educación pública, la construcción de vías de comunicación, la presencia de la radio y la televisión, el mercado, la apertura comercial, la militarización, el alcoholismo, la prostitución, el cultivo de estupefacientes y la migración han transformado dramáticamente a las sociedades indias. Los mecanismos tradicionales de cohesión y reproducción social han sido destruidos o erosionados por el avance de la modernidad, que provoca el surgimiento de procesos de reconstitución de nuevas identidades que combinan tradición e innovación.
La iglesia católica ha tenido un papel desigual en estas transformaciones. Mientras que la parte mayoritaria de su jerarquía ha permanecido lejos del cambio, algunos obispos y el bajo clero lo han acompañado y alimentado. Organizada vertical y autoritariamente, etnocéntrica, irrespetuosa de la diversidad cultural, con poca presencia real en las comunidades de regiones pobres y marginadas, preocupada por su sobrevivencia financiera y frecuentemente aliada con los agentes de la dominación, la nomenclatura religiosa ha dedicado más esfuerzos a frenar la labor evangelizadora entre los indígenas efectuada por el clero progresista que a encontrarse con el mundo indio.
En no pocas regiones indígenas los agentes de pastoral que orientan su obra en la teología india han buscado una nueva relación entre el pueblo creyente y la institución. Han ayudado a formar los nuevos liderazgos indígenas, les han enseñado a leer la realidad, los han puesto en contacto con experiencias de otros países, han echado a andar proyectos de salud y abasto en sus comunidades, han promovido la formación de grupos de defensa de los derechos humanos y han estimulado la organización de asociaciones de resistencia. Esta labor ha sido acompañada de una renovación de la misma iglesia con la formación de comunidades de base, el nombramiento de diáconos y catequistas y la transformación del rito. Sin embargo, los obispos más comprometidos con esta vía (desde Arturo Lona hasta Samuel Ruiz) han sido acosados y hostigados y, como acontece ahora en la diócesis de San Cristóbal, el ordenamiento de diáconos ha sido suspendido por el Vaticano.
Con una institución alejada de los problemas de la vida real e incapaz de dar respuesta a una experiencia que desintegra las identidades tradicionales, muchos indígenas han optado por recuperar su religión o integrarse a una iglesia o denominación protestante. Tan sorprendente como el número de evangélicos conversos que registran los censos es la práctica de las religiones indígenas tradicionales dentro las comunidades, que no es contabilizada. El sincretismo que alimenta el catolicismo en muchas comunidades se ha ido despojando de su componente apostólico y romano, conservando de manera dominante su vertiente india.
Este tránsito de fe dista de ser terso y ha provocado múltiples conflictos. Durante la década de los años 90, los wixárricas de San Andrés Cohamiata, Jalisco, rechazaron el intento de los franciscanos de construir en tierras comunales un templo católico similar a un centro ceremonial huichol y de asumir el control de su sistema educativo. Los conflictos entre municipios indígenas y grupos evangélicos que se oponen a cumplir con los compromisos comunitarios en Oaxaca han llegado a saldos trágicos.
A juzgar por su rápido crecimiento, las iglesias y denominaciones protestantes parecen mejor preparadas que la católica para responder a la experiencia de la modernidad de los pueblos originarios. El número de sacerdotes indígenas es precario y menor al de los ministros de las iglesias cristianas y paracristianas. El hecho de que los curas no puedan casarse en el catolicismo es una traba en una sociedad en que la responsabilidad frecuentemente es medida por la capacidad de sacar adelante a la familia. La escasa presencia de curas y sacerdotes en poblados remotos, así como el precio que hay que pagar para que oficien, son una desventaja frente a cultos que tienen ministros dentro de las comunidades. Los protestantes, además, promueven la alfabetización, el ahorro, la superación económica individual, la formación de una nueva comunidad y el combate al alcoholismo, conductas claves para enfrentar los desafíos del mercado. Acompañan sus actividades de evangelización con proyectos de salud y bienestar.
La canonización de Juan Diego es un motivo de júbilo para quienes en México practican el catolicismo. Sin embargo, si no se acompaña de transformaciones de fondo, servirá de poco para mantener la fidelidad de los pueblos indios a la iglesia católica.