Bernardo Barranco V.
Balance de la visita papal: crisis de una Iglesia aburguesada
El mensaje del Papa fue dirigido a la propia Iglesia mexicana para que se comprometa, de una vez por todas, con los indígenas, que representan el eslabón más frágil de la estructura social. Resulta un tanto irónico que el propio Juan Pablo II haya cerrado su paso por México afirmando en su quinta visita la opción por los indígenas, pobres entre los pobres, forjando su discurso con un planteamiento que recordaba el razonamiento de la Teología de la Liberación de la década de los 60 en América Latina. Irónico, porque en 1979 uno de los objetivos del primer viaje del papa Wojtyla fue precisamente disciplinar dicha corriente eclesial, al grado de que en los años 80 la maquinaria vaticana logró agotar a sus principales exponentes y reducirla a una mínima expresión.
El contexto actual es otro, el socialismo real perdió plausibilidad y el ascenso del conservadurismo ha sido avasallador; iniciado en las administraciones de Thatcher y Reagan, ha configurado rasgos sistémicos de una cultura global individualista y subordinada a los caprichos del mercado. Dicha cultura ha permeado a la propia Iglesia, especialmente a sectores estratégicos de la jerarquía mexicana, que precisamente en los 80, bajo la conducción del entonces delegado apostólico, Girolamo Prigione, encabezó una refinada y persistente persecución contra sectores llamados progresistas y propició el crecimiento de movimientos conservadores como los Legionarios de Cristo, el Opus Dei, Pro Vida, entre otros. Sin embargo, la aportación de Prigione en sus más de 19 años como representante del Papa en México, fue el recambio de cerca de 85 por ciento de los obispos en este país. Personajes como Norberto Rivera, Onésimo Cepeda, Juan Jesús Posadas, Emilio Berlié se deben fundamentalmente al padrinazgo ejercido por Prigione.
Como en muchos otros países del continente americano, la Iglesia ha dado marcha atrás en muchas opciones asumidas. En México la Iglesia se ha aburguesado, los obispos más emblemáticos del Episcopado han privilegiado a los actores del poder como interlocución, perdiendo penetración religiosa y autoridad moral. Los obispos parecen más políticos que pastores, su actitud ha perdido flama espiritual, convirtiéndose en elite alejada de los clamores, preocupaciones y sensibilidades de la gran masa de la población. Estos obispos, hijos y discípulos de Prigione, privilegian las relaciones con los políticos poderosos, con los empresarios acaudalados, con las familias de abolengo y con los líderes de opinión en los medios de comunicación, menospreciando a la gente sencilla y pobre. Por ello los planteamientos y el mensaje de Juan Pablo II en la Basílica son muy agudos, tienen como interlocutor central a la propia jerarquía mexicana y la invitan a mirar que no sólo "México necesita a los indígenas", sino que la Iglesia también necesita a los indígenas.
Habría que cuestionar el modelo de Iglesia que se ha venido forjando en México, basado en el culto por el pontífice, cuyo riesgo es una papolatría alimentada por la manipulación de los medios electrónicos de comunicación. Dicho modelo sustentaría una Iglesia centralista, altamente jerarquizada y paternalista, cuyas formas sustituyen los contenidos propiamente religiosos y espirituales; es decir, el predominio de una Iglesia espectáculo, triunfalista y altamente politizada. Importa más la capacidad de convocar a las masas en actos victoriosos, semejando una iglesia imperial de Estado con alto rating, que la verdadera formación de cristianos y comunidades de creyentes. Por ello, la actitud del presidente Vicente Fox debe ser cuidadosa porque las consecuencias de sus arrebatos religiosos no harían más que robustecer esta tendencia eclesiástica.
Giancarlo Zizola, prestigiado vaticanista, habla de que el problema de fondo que vive hoy la Iglesia a escala mundial no radica en las patologías del anciano pontífice, sino en la patología del sistema burocratizado de la curia vaticana, manejada más por diplomáticos y funcionarios que por personas con sensibilidad pastoral. ƑCómo puede convivir la Iglesia mexicana con la sencilla religiosidad popular? Esta se vive de manera llana, sin grandes mediaciones intelectuales ni mediaciones normativas ni disciplinarias, estimulada por los ritos de ciclos como el bautizo, la primera comunión, la fiesta del santo patrono, las peregrinaciones. Esta sencillez no debe confundirse como aparente ni superficial porque recrea profundos valores comunitarios e identitarios.
Los nuevos movimientos religiosos, los movimientos pentecostales, vienen ganando terreno de manera espectacular entre las comunidades más marginadas e indígenas del país. Ni con el dinero ni con la teología de los ricos, los nuevos estrategas de la Iglesia mexicana pueden revertir la tendencia; el catolicismo light de los nuevos ricos de la Iglesia sólo sirve para la asistencia y para los paliativos, está incapacitado para penetrar con osadía y profetismo la inculturación de las comunidades indígenas y de la cultura de los pobres. Toda esta cortina de humo mediática y fuegos artificiales católicos hacen olvidar los gravísimos problemas de una Iglesia mexicana seducida por las tentaciones del poder. De una jerarquía que privilegia la interlocución del que más tiene y hace populismo con el pobre, cuando más, se conforma con arrebatos. El llamado del papa Juan Pablo II es para que la Iglesia se sacuda los polvos del canto de la sirena, para que tenga más valentía y asuma compromisos con los que menos tienen. De lo contrario, la Iglesia seguirá perdiendo terreno frente a competidores religiosos cada vez más aguerridos. La jerarquía ha perdido talante y no ha sabido construir comunidad cristiana como tampoco ha podido convertirse en un referente de autoridad moral: eso es lo que el Papa quiere revertir.