lunes 5 de agosto de
2002 |
TAUROMAQUIA Dolores Olmedo, empresaria de toros n Alcalino |
Esta semana fallecía en la capital
del país un personaje legendario, cerebro y alma del
fideicomiso que Diego Rivera destinó a la administración
de su obra, y asimismo cabeza, aunque fuera de modo
fugaz, de una de las empresas taurinas más osadas y
derrochadoras que se recuerden, cuando intentó hacer del
Toreo de Cuatro Caminos el eje de la fiesta en nuestro país. La temporada 196364. Desde luego, el talento y la personalidad de Lola Olmedo (Dolores Olmedo Patiño) trascendería con mucho el ámbito taurino, al que ingresó a principios de la década del 50 del brazo del rejoneador Juan Cañedo (Hugo Olvera), emparentado a la sazón con la esposa del presidente Ruiz Cortines. Había sido musa precoz de Diego, cuya cercana amistad cultivó hasta la muerte del genial muralista, y terminó casada con Howard S. Phillips, editor de la revista Mexican life, excelente apoyo para su permanente actividad de experta corredora de obras de arte. Tal era el panorama, e inmensa ya su fortuna, cuando, a mediados del año 63, decidió distraer algún capital para contratar en alquiler el coso cuatrocaminero y encabezar la organización ahí de la siguiente temporada invernal capitalina. Su propósito era presentar en México a Manuel Benítez "El Cordobés", no sólo la sensación del momento en el escalafón español, sino seguramente el mayor fenómeno de la fiesta desde la muerte de Manolete. Para el efecto, nombró gerente de la empresa a su hijo Alejandro, con instrucciones de no escatimar un solo dólar. Sin embargo, como tantas veces ha sucedido cuando se intenta suplir con dinero la falta de experiencia, las mañas de los taurinos darían al traste con los buenos propósitos de la flamante empresa, y la temporada se saldó de manera decepcionante, ahuyentada prontamente la clientela por el escaso trapío y dudosa procedencia de la mayoría de los encierros anunciados, ya que si por excepción se soltaron un día seis enormes y corraleados pavos de Xajay, azarosamente despachados por Rovira, El Ranchero y El Caracol, lo que Manuel Benítez toreó fue casi puro becerro mocho; y si las seis o siete corridas suyas fueron las únicas en que no se perdió dinero, las restantes tardes fueron de entradas paupérrimas, a medida que se acentuaban la escasa calidad del ganado y el mal momento del elenco de coletas y rejoneadores contratados -Capetillo, Velázquez, Silveti, Córdoba, César Girón, El Caracol, Juan Cañedo y Fermín Bohórquez, entre otros-, a cambio de contadas hazañas, como la del albaceteño Pedrés con una grave cornada en el vientre, perdidas en un mar de mediocridad que se prolongó de diciembre a marzo sin provecho alguno, ni más triunfos resonantes que los representados por tres faenas de Manuel Benítez a sendos bichos de Reyes Huerta, dos muy bravos, en el debut de la divisa poblana -otro más se le fue vivo ese día a Jorge Aguilar-, y uno huidizo y manso -"Conejo", de Soltepec-, al que sujetó asombrosamente el de Palma de Río para terminar por cortarle el rabo. Era su corrida de despedida y se dio con notorios claros en los tendidos. Con Ordóñez, el último intento. Pero no estaba Lola Olmedo hecha al fracaso, y dos años después volvía a la carga, siempre en El Toreo pero ahora con el experimentado Alfonso Gaona como gerente de su empresa. Desde luego, el tema ganadero se cuidó mejor, y como eje de la temporada figuraba el rondeño Antonio Ordóñez -rigurosa contrafigura del sicodélico Benítez-, arropado por José Huerta, unos hermanos Girón ya decadentes, y un puñado de jóvenes promesas entre las cuales sobresalían Finito y Manolo Martínez. De nuevo, los resultados fueron frustrantes, pues si en lo taurino algo se vio -especialmente a Huerta y Finito, porque Ordóñez, que empezó asombrando con su clase, acabaría a cojinazos-, el saldo económico alejó definitivamente de la avispada dama cualquier tentación posterior en torno a asuntos de cuernos y coletas. |