Dejo pendiente la obra Eros club privado y su biografía como bailarín
Entre cánticos y aplausos el último adiós a Calambres; ausentes las luminarias
GABRIEL LEON ZARAGOZA
Muy peinadito y cremoso, con su metro ochenta de estatura, vestido con traje príncipe de Gales color gris, camisa blanca, corbata vino de seda, zapatos italianos y un calcetín verde y otro morado, Roberto Cobo, Calambres, recibió desde temprana hora de ayer y hasta las 18 horas, un homenaje de cuerpo presente por parte de su familia, amigos entrañables, cinéfilos y el en pleno de la cúpula de la ANDA.
Dejó un departamento y algunas posesiones, como el dinero que entregará la ANDA y la ANDI, mismos que se repartirán tres sobrinos del actor, sus hijos, decía él.
Su vasto archivo personal de fotografías e imágenes que guardaba con gran fervor, como todas las de Marilyn Monroe, que tapizaban sus habitaciones, serán entregadas en custodia al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
El cuerpo de Roberto Cobo fue incinerado la misma tarde de ayer, como lo había pedido, y sus cenizas serán esparcidas en las azules aguas del Puerto de Acapulco, que atestiguó sus reventones y grandes cotorreos acompañado de Ana Luisa Peluffo, Evangelina Elizondo y otras amistades de la farándula.
En punto de las 12 horas se ofició la misa y se le despidió con un minuto de aplausos, mismos que se repitieron una docena de veces en el transcurso de la tarde. Se fue con los festejos que reciben los grandes y verdaderos artistas, entre cánticos y aplausos.
No asistieron las estrellas de Televisa, sí algunas personalidades que le acompañaron en sus películas. Entre los presentes estaban el director de cine Oscar Blancarte, el director de Imcine, Alfredo Joskowicz. Algunos, según registró una larga lista de personas que
habían llamado para ofrecer sus condolencias a la familia de Calambres, ni se molestaron en marcar, como sucedió con Ana Martin y Gonzalo Vega, quienes en 1977 actuaron a su lado en la multipremiada cinta El Lugar sin límites. Tampoco llamó Arturo Ripstein, director del filme.
Otros, sin embargo, como el compositor José Angel Espinoza Aragón, Ferrusquilla, acudió aún y cuando apenas lo trató sólo en un par de ocasiones.
La ceremonia luctuosa concluyó con la lectura del texto de su sobrino Gustavo Cobo: "con Un boleto para soñar Beto partió al Lugar sin límites. Un ángel de barrio le da la bienvenida, ahora está con Dulces compañías, bailando con La reina del mambo siempre lo recordaremos como El Jaibo inolvidable de Los olvidados."
Se fue y dejó pendiente el montaje de su obra Eros, club privado e inconclusa su biografía como bailarín, que le redactaba su amigo, coreógrafo y director de teatro Gustavo Adolfo.
Desde temprana hora aparecieron en la agencia de Félix Cuevas los arreglos florales de amigos y familiares. En el transcurso de la mañana el CNCA y la Cineteca Nacional mandaron sus coronas. Y los de su gremio de actores sí llegaron, pero hasta después de la misa, precedidos por su comité en pleno.
Muchas fueron las anécdotas vividas con él, y pocos las que las recordaron. Tina Cobo, su hermana, citó: "él decía que mi mamá era la ociosidad, porque era la madre de todos los vicios, siete hijos, cada uno con lo suyo".
Pilar Carrasco, amiga de la familia, dijo: "hace años me operaron en un hospital del Seguro en la ciudad de Puebla. Cobo fue a verme fuera del horario de visita y como no le permitieron entrar se fue. Pero regresó con un inmenso ramo de nardos blancos y entró diciendo, muy serio y propio, 'mi esposa está enferma y yo soy el diputado Orihuelas y vengo a visitarla'. Así llegó al seguro, vestido con un chaleco, morral y sombrero de cuero. Tirando nardos en el piso entró a mi habitación y me cantó la canción Vendedora de nardos".
Pasadas las 18 horas el féretro se cerró y la ovación de los presentes estalló. Entonaron las Golondrinas y las lágrimas reprimidas brotaron. El resto del tiempo se fue en abrazos y parabienes hacia Calambres: "adiós actorazo, adiós amigo Cobo".