Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 4 de agosto de 2002
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Política
Rolando Cordera Campos

Estampas, estampitas, estampados

Se fue el Papa y con él voló también el proyecto del aeropuerto internacional en Texcoco. Se fue el presente y volvemos a un futuro inamistoso, desencantados y ya sin el consuelo de que el cambio significará algo más que la ratificación de nuestro atraso y del retraso cultural y mental de la clase política postulante. Peor que cuando empezamos esta nueva ronda por el país de nunca jamás.

Habrá tiempo para entrar en este futuro osco y díscolo que no admite más juegos infantiles con cifras imaginarias ni actos de fe sostenidos en el descrédito de un pasado cada día más imaginado. Por lo pronto, quedémonos con algunas estampas de estos días fervorosos.

En su crónica inicial sobre los medios electrónicos y la llegada del Papa a México, Jenaro Villamil consignaba: "Cinco horas ininterrumpidas de transmisión y enlaces en vivo (...) (tuvieron un) mensaje coincidente: 'Se acabó la simulación'. La condición laica de la República Mexicana se convirtió por obra y gracia de la saturación y del exceso telegénico en una simple simulación. (...) Recordar la separación entre las iglesias y el Estado se volvió religiosamente incorrecto en los medios electrónicos" (La Jornada, 31/07/02, p. 6).

Tiempo hubo para pasar de esta incorrección al descubrimiento de una nueva virtud cardinal. A juzgar por las caras y los gestos, el lenguaje corporal y la gritería en pro de la sinceridad, estamos cerca del sacro imperio de lo celestial y políticamente correcto: someter al olvido cualquier consideración política sobre el valor del laicismo en tierra de indios, sobre su importancia para un país de más de cien millones, con la mitad o más empobrecida pero instalada en ciudades y "multialambrada" con la cultura global que seculariza a medida que incluye, pero manda a los peores momentos fundamentalistas y terroristas a medida que repele y erige barreras a la entrada y el disfrute de sus bienes terrenales.

Aquí, las enseñanzas de la fe se tornan amenazas de la creencia y del rencor, que sin durar cien años se empeña en soñarse milenario.

La celebración del fin de la simulación alcanzó una cima inesperada: se inicia una era en la que todos pueden tener la religión o creencia que quieran, decretó el secretario Creel en respuesta a las primeras reacciones provocadas por la genuflexión presidencial ante el jefe del Estado Vaticano.

Presa de sus propios fervores, los tiempos se le escaparon al responsable de vigilar que la Constitución en materia de población, migración y cultos se cumpla. De una parrafada, el secretario de Gobernación, atildadamente auxiliado por su subsecretario for all seasons, nada más reinauguró la era de Juárez, cuando se separaron los poderes y cada quien pudo divorciarse, creer o no creer y asistir o no al templo de su elección.

La estampa delineada por el cronista de La Jornada, se trocó en estampita, de la doctrina del sábado por la tarde, pero con un anuncio ominoso: que por esas jugarretas con que nos suele castigar la historia, el país entero se ponga al borde de nuevas y nefastas confrontaciones, donde el laicismo se vuelve víctima de Humpty Dumpty: lo que importa es saber quién manda.

Mucho se ha dicho en páginas ejemplares de crítica y reflexión, renuentes a rendirse al espectáculo del bochorno y la sumisión que montaron al alimón el gobierno, los medios electrónicos y la jerarquía guiada por el cardenal Rivera. Pero esto apenas empieza, porque los partidos, tan lentos y siempre corriendo para llegar tarde a donde sea, tendrán que aprender (y pronto) que lo laico no es ceremonia ni bravata, mucho menos el recitar cansino de lo aprendido mal en la primaria o en el café de al lado. Que es condición esencial e insustituible de una vida pública (y privada) civilizada y moderna, que no admite concesiones ni posposiciones para salir en la foto o lograr la comprensión del poderoso y sus confesores.

El eterno retorno bien puede no ser un mito en estos lares. Tierra espinuda, la mexicana inspira lo mismo a Neruda que a quienes buscan la reconquista mediante el catecismo y el uso del poder político, sin que en esa empresa interminable en pos de su propia victoria cultural cuenten demasiado consideraciones de orden histórico o científico, o simplemente racional.

No es el jacobinismo ni la memoria contrahecha lo que se ha puesto en juego, y aludir a ellos es una forma sibilina de eludir el compromiso que supuestamente nos une: con la pluralidad y la diversidad, con la tolerancia y la democracia, que son inconcebibles en una sociedad cerrada donde la libertad de elección se reduzca al Big Brother o a la urna cada tres o seis años. Camino largo el que nos espera: además de sinuoso, ahora más que empedrado por la penuria que se agrava.

Después de las estampas y las estampitas vienen los que al final se estamparon en Atenco: ante el muro de sus propias torpezas, el gobierno; ante la contemplación interesada de unos y el delirio de otros, los pobladores fantasmales de los páramos de Texcoco, que en triste contraste no celebran victoria cultural alguna, sino el triunfo de la sinrazón que ahora, por lo visto, también reclama ser canonizada. 

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