Sergio Ramírez
El viejo alquimista pasado de moda
Leyendo los originales de la estupenda novela Imagen y semejanza del escritor guatemalteco Oswaldo Salazar de León, que tiene como tema central la vida de Miguel Angel Asturias, ha vuelto a mí la vieja pregunta sobre la vigencia de este escritor, el único en Centroamérica en haber ganado el Premio Nobel de Literatura y a quien hoy, por desgracia, muy pocos leen; y si se le recuerda alguna vez es por El señor Presidente, novela inscrita como pionera en la lista de las muchas que luego se escribieron sobre el tema del dictador latinoamericano.
Asturias está fuera de moda y eso tiene muy poco que ver con vigencia. Las librerías se hallan atiborradas de novedades que sobreviven apenas una semana, para pasar al olvido definitivo, y hay otras que causan revuelo porque se ponen de moda, pero luego pasan también al mismo olvido. Al contrario de otros libros que pueden desaparecer de los ojos de los lectores por años, o por décadas, para recuperar luego su lugar. Creo que Asturias volverá alguna vez a estar vigente porque es un clásico, y según enseña Italo Calvino, clásicos son aquellos que siempre tienen algo nuevo que enseñarnos. Ya veremos.
Si se recuerda El señor Presidente porque precedió a El recurso del método, de Alejo Carpentier, su contemporáneo, a Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, y a El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, entre otros, no es una manera de hacerle justicia. Asturias habrá de sobrevivir por todo lo que su obra tiene de invención verbal, y en eso llevan la delantera novelas suyas como Hombres de maíz, para mí la mejor de todas, y Mulata de tal. Puede resultar redundante decir que ambas son novelas verbales, desde luego que toda obra literaria es una construcción de lenguaje. Pero se trata de un lenguaje capaz de descubrir, como demostró Manet en la cumbre de la pintura impresionista, un mundo que siendo el mismo parezca otro y siempre el mismo, con los trazos o con las palabras.
Por esas razones es que tantos años después de haber sido escritas, al volver a leerlas lo que me queda otra vez como seducción es toda su pirotecnia verbal, ese chisporroteo inagotable de pólvora de todos los colores, del azul luciferino al rojo de llamaradas díscolas que va alumbrando con incandescencias sonoras el relato, una reventazón de castillos de luces que arden entre repiques de misa mayor, como en las fiestas de los santos patronos de los pueblos de Centroamérica.
Con Asturias entramos en un territorio que pretende ser la realidad, como en los cuadros de Manet, pero no la realidad tan sólo, sino un espejismo encarnado en una simulación de esplendores, hasta desencadenarse en una construcción paralela donde las palabras son piedras, vigas, argamasa ilusoria pero sustancial. Se trata, entonces, de una realidad exaltada. Nada de eso se consigue en la literatura sino con las palabras.
Este afán de perseguir un universo verbal distinto del verdadero, aparece como una herencia del surrealismo francés que Asturias conoció de primera mano durante su primera temporada en Francia en la década de los 20, y que tanto marcó su obra desde el principio, cuando a través de las enseñanzas del profesor Raynaud fue a encontrarse en La Sorbona con los secretos del mundo maya que, paradójicamente, había dejado atrás en Guatemala. Y fue, curiosamente, un doble descubrimiento, el de la herencia de su propio mundo tradicional, y el del surrealismo, entonces en la vanguardia de los experimentos estéticos europeos.
Como el alquimista que envejece recordando sus primeras cábalas y sus primeros asombros, no dejará de arrastrar nunca esa doble cauda. Y siempre volverá a sus instrumentos primeros de Leyendas de Guatemala, aparecido en 1930 y celebrado por Paul Valéry; y quién duda que a partir de entonces la visión europea de Centroamérica, y sobre todo la francesa, sería definida por ese pequeño libro, un reinado que habría de durar hasta la aparición de Cien años de soledad, casi 40 años después.
La Guatemala que entra en las páginas de Asturias es arcaica, como lo es el mundo indígena; pero es arcaica en su globalidad, y eso incluye lo ladino. De esa separación, o contradicción, entre nuestra idea de modernidad y las imágenes del mundo rural, un mundo anterior que todavía existe aunque pretendemos que ya ha sido enterrado, es que surge esa fascinación mágica que sólo puede ser atraída con imágenes, que a su vez dependen del lenguaje. No hay otro escritor que encarne mejor la cultura ladina de Guatemala que Asturias. Es un ladino letrado, lo que le permite explorar, recrear, y si se quiere reconstruir el mundo indígena desde el lenguaje.
Los ladinos y los indígenas están arraigados en el territorio rural que comparten, y no pueden excluirse en términos culturales, como no podría hacerlo, por supuesto, ni con unos ni con otros, el propio Asturias, enfrentado a la compleja sustancia narrativa de su país, fruto él mismo de esa dualidad que asume con toda pasión, y sin la cual no tendría razón de ser como escritor. El mundo rural es un mundo derrotado, pero vivo, con todos sus rasgos del pasado que van acumulándose hasta dejarle encima una pátina de antigüedad, una costra de lodo, una capa de polvo.
Asturias establece el universo donde se encuentran los textos sagrados indígenas, la lengua colonial, las tradiciones verbales, las leyendas, los cuentos de camino, los bailetes callejeros, los romances memorizados, las oraciones nocturnas y los conjuros, el bullicio sonoro de las plazas y los mercados, junto a la vasta realidad de desamparo, atraso y miserias seculares, opresión y rebeliones.
En la carta que Paul Valéry escribe en 1931 a Francis de Miomandre, el traductor de Leyendas de Guatemala, le dice: ''šQué mezcla esta mezcla de naturaleza tórrida, de botánica confusa, de magia indígena, de teología de Salamanca, donde el Volcán, los frailes, el Hombre-Adormidera, el Mercader de joyas sin precio, las bandas de pericos dominicales, los maestros magos que van a las aldeas a enseñar la fabricación de los tejidos y el valor del Cero, componen el más delirante de los sueños!"
Suficientes razones para pensar que Asturias regresará un día triunfante ante los ojos de los lectores.
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