Jorge Camil
Democracia, Ƒpara qué?
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló el fin de la semana pasada que el desempleo afecta a 18 millones de personas en América Latina (La Jornada, 27/07/02) y que las expectativas de crecimiento para la región cayeron de 1.5 a una tasa negativa de menos 3.6 por ciento para 2002. Esta situación, afirmó el director regional de la OIT, Agustín Muñoz Vergara, "pone en peligro la democracia y la gobernabilidad en la zona". ƑO sea que la histórica derrota de las dictaduras militares y los partidos oficiales, la euforia por las comisiones de la verdad y el escarnio sufrido por los Pinochet, los Videla y los Echeverría (porque el clamor por los desaparecidos chilenos, argentinos y mexicanos no se ha traducido aún en otra cosa) no sirvieron para nada? ƑAsí que la cándida receta gringa de las elecciones libres, con la presencia de observadores y medios internacionales, no son garantía contra la pobreza? Entonces, Ƒpara qué sirve la "democracia"? Y escribo democracia con minúscula y entre comillas para incluir en ese vocablo todos los conceptos que entraña la globalización: apertura cultural, hegemonía política y militar, y desregulación económica, que son los factores del nuevo modelo impulsado por Estados Unidos para sustituir a las antiguas dictaduras militares en el Cono Sur.
Lo que sucede es que después de la caída de la antigua Unión Soviética desapareció el alarmante concepto de comunismo concebido por Eugene Rostow y John Foster Dulles en los años 50: un imperio del mal con aspiraciones de dominación internacional. Sin embargo, muerto el perro se acabó la rabia. De pronto ya no era necesario volcar miles de millones de dólares para apaciguar a gorilas sudamericanos que visitaban regularmente la Escuela de las Américas y se ostentaban en Washington como defensores de la "democracia" (esta otra, con mayor razón, también entre comillas).
Ahora la cosa es diferente. La superpotencia, libre de amenazas políticas y militares, por lo menos hasta el 11 de septiembre pasado, optó por promover en todo el continente los beneficios de lo que Stanley Hoffman llama "las tres globalizaciones": económica, cultural y política. La primera, auspiciada por la revolución tecnológica, la informática y el embate de las multinacionales. La segunda, la globalización cultural, consecuencia directa de la invasión internacional del american way of life. Y la tercera, representada por la hegemonía política y militar de una superpotencia confundida que estando comprometida con la apertura y habiendo asumido el papel de policía internacional, amenaza súbitamente con hundirse en el aislamiento total.
Para Hoffman, la globalización no es la solución al problema de la desigualdad. Es una teoría injusta, porque no es un sistema filosófico basado en razones humanitarias o ideológicas. Es, simple y sencillamente, una vez desprovista de todo encanto artificial, "la suma de varias tecnologías (audio y videocasetes, Internet y las comunicaciones instantáneas)". El politólogo harvardiano reconoce en "The clash of globalizations" (Foreign Affairs, agosto, 2002), para enfado de algunos de sus más famosos colegas, que la globalización es básicamente una creación estadunidense, basada en el poderío económico de ese país. Por lo tanto, advirtió que pudiese tener efectos tan devastadores para el resto del mundo como los del crash del 29 si la superpotencia cambia de modelo, decide replegarse o sufre una severa crisis económica. Para muestra un botón: la elusiva "guerra contra el terrorismo" y los recientes escándalos bursátiles, protagonizados por algunas de las más famosas multinacionales estadunidenses, han congelado de golpe y porrazo una buena parte del programa de gobierno de Vicente Fox que descansaba en la ayuda del "amigo Bush". Henos aquí, con un Presidente elegido democráticamente, pero con un futuro incierto por la ausencia de instituciones y tradiciones. Y ahí está el caso de Venezuela, donde la debilidad regional por los políticos mesiánicos instaló en el Palacio de Miraflores a un golpista anacrónico, que diseñó un país a su medida, prorrogando de hecho y de derecho su permanencia en la silla presidencial indefinidamente.
Los estadunidenses recomiendan la panacea de las elecciones libres, pero no revelan el secreto de su propia fórmula de gobierno: It's the economy stupid, le recordó Bill Clinton a Bush padre durante la campaña presidencial de 1992. šEs la economía, estúpido!, porque a la postre todo se traduce en bienestar, que es el verdadero camino hacia una democracia participativa en la cual los votos electorales se convierten en oportunidades para todos. Sin empleos ni seguridad social, sin un sistema educativo moderno ni acceso a las nuevas tecnologías, y sin un medio ambiente saludable, Ƒpara qué demonios sirve la democracia?