Cambios revolucionarios para enfrentar la revolución del VIH
En esta ponencia presentada el mes pasado en la XIV Conferencia Internacional de Sida, en Barcelona, el doctor James W. Curran, uno de las primeras figuras en la lucha contra el sida, reflexiona sobre la gravedad de la pandemia del VIH y sus perspectivas sombrías, y también sobre los ejemplos de comunidades y naciones que han sabido enfrentarla exitosamente. Su intervención sugiere las estrategias necesarias y la urgencia de una acción global en el esfuerzo por revertir lo que él denomina la revolución de la pandemia.
James W. Curran
No habría que equivocarse. Tenemos VIH/sida
para rato. El sida es una enfermedad revolucionaria que está cambiando
a las comunidades mundiales y exige cambios revolucionarios a nivel individual,
comunitario, nacional e internacional. El VIH sigue siendo una infección
persistente y progresiva para la cual no hay ni cura ni vacuna. Los modos
de transmisión son conocidos y predecibles. Pero así como
no hay garantía de salvación científica frente al
VIH, tampoco hay receta mágica alguna para una comunidad determinada.
En ausencia de avances científicos importantes, debemos considerar
los casos de comunidades y sociedades con éxitos significativos
en materia de prevención del VIH y estudiar los factores determinantes
en juego. Señalaré dos, muy brevemente.
La comunidad gay y la lección tailandesa
El sida es más que un problema de salud para los hombres gay en todo el mundo. En los años ochenta, la prevalencia de la infección por VIH era, en muchos casos, superior a la de otras comunidades en los países en desarrollo. Por ejemplo, en la Conferencia Internacional de Sida en Amsterdam se predecía que más de 50 por ciento de los adultos gay en San Francisco estarían infectados por el VIH a los 50 años. El estigma y la discriminación se volvieron un estilo de vida para los hombres gay. Debido en parte a la extendida prevalencia del padecimiento, el sida se volvió palpable e inevitable dentro de la comunidad, y debido también en parte a la extendida detección del VIH, la mayoría de las personas infectadas se encuentran en buen estado y miles de ellos se han vuelto líderes en la lucha por la prevención y el tratamiento.
Al sida se le aceptó rápidamente dentro de esta comunidad. A la conciencia de su cercanía, siguió la manera de hacer frente a la enfermedad y a quienes la padecían, y luego los esfuerzos exitosos para evitar la transmisión sexual de las personas infectadas a otras dentro de la comunidad. De modo significativo, la comunidad gay no compartió el problema, más extendido, de la "incapacidad de abordar explícitamente el sexo". Evitar el contacto sexual desprotegido entre parejas discordantes y utilizar de modo consistente el condón con parejas desconocidas, se volvió muy pronto una norma durante los años ochenta. En todo el mundo cambió radicalmente el comportamiento sexual de la comunidad gay. Nunca más serían seguros aquellos modelos de conducta sexual de los años sesenta y setenta, pero la comunidad gay hizo frente al sida y de la prueba salió más fortalecida que nunca. Pero no habría que equivocarse: el sida sigue siendo la causa principal de fallecimientos en hombres gay en todo el mundo, y aún persisten tendencias perturbadoras en modelos de transmisión sexual del VIH entre poblaciones gay juveniles, que requieren de una atención continua. Los cambios drásticos en la comunidad gay no eliminaron al VIH como problema, y habrá que insistir en esfuerzos similares para un éxito más continuo; sin embargo, la comunidad se ha enfrentado al VIH, ha reducido su incidencia, y ha sobrevivido en el intento.
De igual modo, la notable historia de la prevención en Tailandia reserva no pocas lecciones para el mundo. Esta vez se logró reducir considerablemente la incidencia del VIH en todo el país mediante una vigorosa participación y liderazgo gubernamentales, y con el compromiso asumido de facilitar para tal propósito todos los recursos necesarios. Los tailandeses intervinieron desde los primeros casos de la epidemia a través de estudios entre los afectados con el fin de predecir la morbilidad y mortalidad futuras. Toda la sociedad actuó, al estilo de la comunidad gay estadunidense, bajo la convicción de que sencillamente era muy inseguro tener sexo con alguien de estatus VIH desconocido, sin el uso correcto del condón.
Es irónico que los dos mejores ejemplos de prevención
exitosa del VIH --los gays en Estados Unidos y la población tailandesa--
provengan de comunidades/sociedades conocidas, cada una a su modo, por
su libertad sexual. Sin duda esas mismas libertades habrán contribuido
involuntariamente a la rápida expansión del VIH entre los
hombres gay y en la población heterosexual de Tailandia, pero la
misma apertura en materia sexual de ambas comunidades, propició
las condiciones ideales para los radicales cambios de conducta que se imponían.
La incapacidad de manejar con franqueza y consistencia la sexualidad y
el uso del condón, y la prevalencia generalmente baja del VIH en
la población heterosexual, entorpecieron muchos esfuerzos de prevención
en Estados Unidos. Por desgracia, la mayor parte del mundo se muestra incapacitada
o renuente a abordar la sexualidad con franqueza, y esto a pesar de los
riesgos nada desdeñables de infección por VIH. Existe a nivel
mundial una enorme cruda sexual que obstaculiza los esfuerzos de prevención.
No basta con que líderes en el gobierno o en la comunidad sanitaria
promuevan una conciencia frente al sida, si no se habla abiertamente de
educación sexual y del acceso universal a los condones. Y es que
en miles de comunidades a lo largo del planeta, sencillamente no es seguro
tener sexo sin un condón.
El impacto de las cifras
Según estimaciones del Onusida, más de 5 millones de personas se infectan cada año, y sólo 700 mil siguen a nivel mundial una terapia antirretroviral de largo plazo. Cada día que fallamos en la prevención perdemos terreno en nuestra capacidad de atender a quienes viven con VIH en el mundo. A la larga veremos que así como la prevención efectiva es imposible sin atención a los tratamientos y cuidados, de igual modo serán inútiles los tratamientos sin una prevención efectiva.
A pesar de las similitudes, las epidemias del VIH difieren
en todo el mundo en un aspecto crucial: en la capacidad económica
de las naciones más pobres para enfrentar la epidemia. En muchos
países, la inmensa mayoría de personas con VIH desconocen
aún que están infectadas, debido a que el examen de detección
no está disponible, o que por su precio los condones también
están fuera del alcance. Resultó muy perturbador escuchar
la semana pasada el informe del Onusida sobre "la brecha en la distribución
del condón" en todo el mundo, citando el déficit actual de
2 mil millones de condones al año solamente en África. ¿Por
qué no promover una intervención más enérgica
en este terreno? Los condones no están bajo patente ni son de fabricación
costosa, y no debieran por ello estar en desabasto en el mundo. Si ya contemplamos
el posible acceso libre a los fármacos, ¿por qué no
pensar en un mecanismo que proporcione condones gratuitos a nivel mundial?
En los países pobres, las personas con VIH no tienen acceso a una
atención médica básica, y esto incluye el tratamiento
de las complicaciones infecciosas del VIH y la terapia antirretroviral.
En muchos de estos mismos países, y de modo particular en África,
tanto políticos como ciudadanos están conscientes de que
el VIH no es la única amenaza para su supervivencia como sociedades,
aunque sí un contribuyente de talla. Las naciones ricas deben hacer
mucho más para asistir a estos países en su lucha contra
la epidemia del VIH, y el compromiso debe ser de largo plazo, como corresponde
al problema también de largo plazo que representa la epidemia.
El liderazgo internacional
Sin una vacuna o sin una terapia curativa, el VIH no se habrá ido para el año 2031, aniversario número 50 de su aparición. Pero incluso sin estos avances tecnológicos, espero y ruego que el mundo podrá hacerle frente exitosamente a la pandemia revolucionaria del VIH y revertirla. Esto requerirá de un liderazgo también revolucionario a todos los niveles:
Primeramente, en la comunidad internacional. Un compromiso para brindar recursos amplios y consistentes, así como asistencia técnica para la prevención y el cuidado, a las naciones más pobres afectadas por la pandemia. Las cantidades que recomienda el Secretario General de la ONU parecen ser un buen punto de partida. Los organismos internacionales deberían prohibir la discriminación en la contratación y empleo de las personas infectadas con VIH y garantizarle la atención médica a los empleados y a sus familiares. Esto se llama liderazgo internacional. Los compromisos de apoyo financiero deberían hacerse por décadas, tomando en cuenta el largo periodo de incubación del VIH y los cambios de largo plazo que se requieren. Dichos recursos deberían facilitar el liderazgo en las naciones y comunidades involucradas y enfatizar tanto la prevención como la atención médica.
Mi temor más grande es que nuestros esfuerzos y empeños permanezcan en el nivel actual y que la revolución la gane el VIH y no nosotros. De ser así, para el año 2031 veremos como mínimo 150 millones más de personas infectadas en el mundo, a menos que esto sea, también, algo subestimado.
Esto no tendría que suceder, y realmente espero
que podamos seguir las pautas marcadas por la comunidad gay internacional,
por el gobierno de Brasil, por los éxitos en Tailandia y Uganda,
y promovamos estos esfuerzos al tiempo que aprendemos a lidiar con el VIH
y a revertir la revolución de la pandemia. Todos podemos colaborar
para acabar con el rechazo y quitarle el estigma a la infección
por VIH. La comunidad internacional debe prepararse a reconocer la revolución
actual y futura que representa el VIH, en tanto problema actual y amenaza
futura. Con un compromiso serio, de largo alcance, podemos sin duda echar
atrás la revolución de esta pandemia
Versión editada de su ponencia presentada el 11 de julio del 2002, en la Conferencia Internacional de Sida, en Barcelona.
Traducción: Carlos Bonfil.