Editorial
Compromiso y liderazgo fueron las dos palabras más mencionadas en la cumbre del sida en Barcelona. Y Brasil fue puesto como el ejemplo que mejor conjuga ambos vocablos, no sólo por los éxitos alcanzados en la cobertura de tratamientos y en el freno al número de nuevas infecciones, sino también por su disposición humanitaria de cooperar con los países más necesitados. Lamentablemente no podemos decir lo mismo de la presencia, más bien gris, de nuestro país en esa cumbre. Aunque moleste, la comparación entre ambos países resulta inevitable.
México, como Brasil, es un país de ingreso medio, con una infraestructura sanitaria similar, y en cuanto a la epidemia de sida está en mejor situación que su colega latinoamericano: con seroprevalencias más bajas en la población general, menor número de casos y una epidemia apenas incipiente entre usuarios de drogas inyectables. ¿Por qué, entonces, la falta de compromiso y liderazgo reflejados en la ausencia de verdaderos logros en el control de la epidemia en México?
En el evento más importante sobre el sida, mientras Brasil presentaba datos contundentes sobre sus éxitos en el control del sida, México tenía muy poco de qué ufanarse: ¿dónde están las reducciones de las tasas de prevalencia de la infección en las poblaciones donde se concentra la epidemia?; ¿cuánto se ha logrado abatir el costo de la atención del sida a partir de las "exitosas" negociaciones con las farmacéuticas?; ¿cuánto se han reducido las tasas de mortalidad por sida?; ¿dónde están las cifras del aumento en la distribución y uso de condones?, ¿podemos sentirnos orgullosos de la política de cuenta gotas en la dotación de tratamientos --"este año mil y tal vez el siguiente 800"--, seguida por las autoridades? Como en muchos otros temas, la falta de liderazgo en nuestro país es el gran obstáculo para frenar la epidemia.