miércoles 31 de julio
de 2002 |
Opinión |
Los santos |
Eduardo Merlo n |
Muchas son las religiones que
proponen a feligreses distinguidos como santos, es decir,
gente que siempre vivió bajo las normas y mandamientos
de esa fe y a su muerte son dignos de reconocimiento, los
tienen los budistas, los hindúes, los islámicos,
sintoístas y aun algunas denominaciones protestantes
como los luteranos. Pero quizá sea la iglesia católica
apostólica romana la única que norma los procedimientos
de santificación con estricto apego a sus cánones. Dicha institución reconoce que únicamente dios otorga la gracia de la santidad y él solamente sabe quiénes son santos, cuántos han existido a lo largo de la historia y quiénes lo son en nuestros días; no obstante, haciendo uso de los poderes otorgados al apóstol Pedro, primado de los discípulos de Cristo, el papa -su sucesor directo- tiene las prerrogativas para proclamar a aquellos de quienes hay constancia certera. En la organización de la iglesia católica, existe una institución muy antigua, reputada como de estricta seriedad, se trata de la "Congregación para la Causa de los Santos", un grupo de clérigos expertos profesionales, cuyo trabajo consiste en la investigación exhaustiva y sistemática de la vida y obra de los candidatos a la santidad. Además de los propios congregantes, se puede echar mano de cuantos peritos científicos hagan falta, con la meta muy honesta de llegar a conclusiones válidas e irrefutables. En cada causa, se nombra postuladores, generalmente abogados en derecho canónico, es decir, expertos que buscarán lograr la aprobación de la canonización, aportando todo lo necesario; así como otros que se encargarán de fiscalizar las pruebas ("abogados del diablo") sin misericordia. La Congregación para la Causa de los Santos, una vez concluidas sus indagaciones, si resultan positivas, las entregan al romano pontífice, para que sea él y nadie más que él, quien autorice proponerlo a un "consistorio" o grupo de cardenales, generalmente ajenos al asunto. Dado el visto bueno consistorial, el papa decide la fecha de la ceremonia de canonización. En el caso de Juan Diego, después de 454 años después de su muerte, fue muy difícil recopilar documentos de su tiempo, dado que eran prácticamente los primeros del nuevo país y no eran registrados muchos acontecimientos, o bien, los papeles fueron perdidos por falta de sitios para archivarlos, aunque también por la ignorancia de quienes debieron custodiarlos. No obstante, algunos escritores consignaron al personaje, como es el caso del Nican Mopohua, donde Antonio Valeriano habla de su participación como intermediario entre la Virgen María y el obispo Zumárraga; el Huey Tlamahuizoltica; los Cantares de Azcapotzalco, el Nican Motecpana y algunos otros. Desde el siglo XVII hubo preocupación por certificar los acontecimientos de 1531, así que el obispado de México, en 1666, convocó a algunos ancianos, tanto indígenas como españoles, para que declararan sobre lo que sus abuelos les habían comentado acerca de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe. En el siglo XVIII se incrementó esas investigaciones; investigadores guadalupanistas como Lorenzo Boturini y Fray Servando Teresa de Mier, recopilaron todos los documentos posibles sobre el tema. Lo mismo pasó en el XIX, sobre todo cuando se propuso la coronación pontifica de la Virgen de Guadalupe. No obstante, la investigación exhaustiva y más profesional se dio en la segunda mitad del siglo XX, cuando a la Congregación para la Causa de los Santos, fue llegando infinidad de datos y dictámenes de profesionales, tanto a favor como en contra. Así el fiscal o abogado del diablo, tuvo buen trabajo. A pesar de las impugnaciones, más viscerales o racistas, de algunos clérigos que por años vivieron al amparo del santuario guadalupano, la causa prosiguió y Juan Diego fue beatificado en mayo de 1990, para finalizar todo el proceso, después de tanto tiempo, en el decreto papal que canoniza al indígena. |
El papa El tema
predominante en estos días es la quinta visita del papa
a nuestro país. Y con razón, una visita de esta
categoría no la tenemos siempre. Pensemos que hasta hace
poco los papas no salían del Vaticano, mucho menos desde
que en 1929 se firmó el famoso "Concordato de
Letrán", acuerdo entre el pontífice Pío XI y el
duce Benito Mussolini, por el cual el papa renunciaba a
sus derechos sobre los antiguos Estados Pontificios, y
reconocía a Italia como un país. Por su parte Italia
reconocía la existencia del Estado del Vaticano como
libre y soberano y al papa como jefe de tan minúsculo
-físicamente hablando- territorio de solamente 44
hectáreas. Así, los papas no salían salvo para
vacacionar en la finca no tan lejana de Castell Gandolfo,
perteneciente también al Vaticano. Pío XII jamás
traspuso los límites, su sucesor Juan XXIII, antiguo
Patriarca de Venecia, solamente viajó por Italia y en
ocasiones muy especiales. |