Olga Harmony
Mesas de reflexión
La Academia Mexicana de Arte Teatral, AC, nació el año pasado con varios objetivos, entre ellos el muy importante de aglutinar a participantes de todas las ramas del quehacer teatral -lo que nos incluye a los críticos y a los estudiosos- de diferentes tendencias y distintas generaciones con el único presupuesto de que tuvieran una trayectoria en lo que algunos llaman teatro de arte, es decir, utilizando la escena como un medio de expresarse con calidad lejos de lo que, para diferenciarlo, se podría entender como comercial. Otros serían convertirse en interlocutor válido ante las instituciones para defender al gremio, luchar por el derecho social al arte, en este caso el teatral, y hacer propuestas que tiendan a enriquecerlo.
Diversas circunstancias más cercanas a la política cultural que al propio quehacer artístico hicieron que la Academia se involucrara en la lucha que sostuvieron los comodatarios de los teatros del IMSS y el medio teatral en general; para ello se dieron varios pasos comandados por el presidente de esta asociación civil, Germán Castillo, y se formó una comisión de enlace con los comodatarios constituida por Luisa Huertas, Mauricio Jiménez y Jaime Chabaud, quienes junto a la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y la UNAM propiciaron tres mesas redondas acerca de este tema específico. También se intervino para que no desapareciera la Compañía Nacional de Teatro -creada por decreto presidencial- y se emprendieron otras acciones como acudir ante los presidentes de las comisiones de Cultura de las dos cámaras del Poder Legislativo en demanda de que el derecho al arte se convirtiera en ley.
Por fin, a unos meses de que fuera fundada, la Academia pudo encarar lo que constituye su objetivo principal y eje rector de todos sus trabajos: la reflexión pública y conjunta de los que intervienen en las diferentes ramas del fenómeno teatral. Así, se han programado mesas de reflexión, siguiendo el mismo camino que se tiene para una escenificación, de dramaturgos, directores, escenógrafos y vestuaristas, sonorizadores y coreógrafos, y críticos e investigadores. Como el fenómeno efímero que es el teatro al mismo tiempo es un proceso de colaboración, y las tareas de sus hacedores están muy imbricadas unas con otras, en cada mesa, además de los participantes más involucrados con los temas específicos a tratarse, estarán creadores de otras disciplinas escénicas.
El primer ciclo (que vendría a ser la primera actividad pública de la Academia como tal, porque el realizado acerca de los comodatos del IMSS fue convocado por la mencionada comisión de enlace), dedicado a la dramaturgia, estuvo a cargo de Víctor Hugo Rascón Banda, presidente de la Sogem -que junto al INBA y la UNAM dio un apoyo invaluable a su realización- y miembro muy distinguido de nuestra asociación. El ciclo fue inaugurado por Saúl Juárez, director general del INBA, y lo cerró Daniel Leyva, subdirector de este instituto. Ambos funcionarios (Leyva lo hizo durante la conferencia de prensa en la que se dieron a conocer las mesas redondas) afirmaron que este primer ciclo de reflexión en la sala Manuel M. Ponce era simbólicamente el regreso del teatro al Palacio de Bellas Artes, del que no se le excluirá más.
Con tan buenos auspicios pudimos escuchar a los dramaturgos confrontarse con directores, actrices, escenógrafos y estudiosos del teatro. Estuvieron maestros como Emilio Carballido, Vicente Leñero y Luis de Tavira compartiendo con nuevas generaciones y con algunas intermedias, como el propio Rascón Banda o David Olguín, y con teatristas llegados de diferentes estados. Se habló de la creación dramatúrgica, la enseñanza de ésta, su relación con otros hacedores y con el público o cómo la producción incide en el propio dramaturgo. Fue muy rico e incitó una amplia participación del público asistente.
De todo lo escuchado, me gustaría hacer hincapié en dos cuestiones. Una, que la atroz disputa entre autores y directores se ha ido diluyendo para dar lugar a una especie de complicidad. La otra, expresada por Ana Ofelia Murguía, es que los actores y las actrices son creadores porque dan vida a los personajes. Con lo que todos estamos de acuerdo.