TOROS
Oreja para Manolo Lizardo; aceptable presentación del hijo de Curro Rivera
Exitoso debut de La Joya, con diez novillos españoles nacidos en México
Mariano del Olmo gustó en Arroyo Injusta decisión de Balderas
LUMBRERA CHICO
Entre el magnífico sol de verano que tostaba el aire a la hora del paseíllo, y la furia de la implacable granizada que azotó el rumbo de Mixcoac tras la muerte del último del encierro, transcurrió ayer el tercer festejo de la Feria Nacional del Novillero, organizado por Telmex, en el cual triunfaron tanto el jalisciense Manolo Lizardo como la hidalguense ganadería de La Joya, que debutó en Insurgentes con seis ejemplares de la sangre española de Parladé nacidos en México.
Pero el imán de la taquilla -que registró la mejor venta en lo que va de la temporada aún más chica- era la presentación del joven potosino Rafael Rivera, hijo de Curro y nieto de Fermín, que salió a hacer lo suyo con mucha decisión y no exento de clase, pero con una melancolía en el cuerpo y en el rostro que le valió, de parte de un aficionado conocedor, el descriptivo mote de Angel sin Alas.
Por su parte, el tlaxcalteca Rubén Ortega estuvo enjundioso y perseverante, sobre todo ante su segundo enemigo, quinto de la tarde, que fue alegre y repetidor, al que se hartó de torearlo con la muleta pero sin cuajar la faena y mucho menos alborotar al respetable, debido probablemente a su falta de transmisión.
Diez novillos, 30 horas
José González Dorantes y José Antonio González Esnaurrízar, propietarios de La Joya, tuvieron un fin de semana envidiable como criadores de toros bravos. El sábado a mediodía corrieron cuatro de sus astados en la placita del chicharronero Jesús Arroyo, en Tlalpan, para Ismael Rodríguez, Raúl Rocha, El Duende, Oscar Rodríguez y Mariano del Olmo, hermano de Mario, el matador, e hijo de Mario, el arquitecto taurino.
El ganado, con muchos kilos y buena presencia, en general fue bravo pero no pudo con la altura de la capital del país y terminó parado en el último tercio. Del Olmo buscó el triunfo a toda costa, logrando un vistoso quite por caleserinas, y estirándose y quedándose quieto con la muleta, en una faena a base de derechazos que le valió más de una cálida ovación. Para su desventura, enterró insuficientemente el estoque y falló con la cruceta en repetidos descabellos. No obstante, fue llamado a saludar al tercio.
Mejor le fue a Ismael Rodríguez, que cortó la única oreja en recompensa por un apretado quite por gaoneras y un variado trasteo con la muleta que remató con un espadazo en buen sitio. El Duende, en cambio, se esmeró al cubrir el segundo tercio, revelándose como un apreciable banderillero, pero falló a la hora de matar y no lo consiguió sino después de escuchar un aviso. Otro que se llevó un aviso fue Oscar Rodríguez, que también banderilleó, además de mostrar empeño con el percal y la franela.
ƑSe ablanda Balderas?
A quien habría que tocarle un clarinazo de advertencia sería al juez Ricardo Balderas, cuya designación fue tan aplaudida por esta página. Ayer de plano se equivocó lamentablemente al concederle una oreja a Manolo Lizardo, quien se la jugó ante el primero de la tarde en el coso de Mixcoac, apenas repuesto de una dolorosa cornada que lo envió al hule hace tres semanas. Lizardo mostró valor, clase y buen gusto, pero coronó su actuación con un bajonazo asesino que, no obstante, fue premiado por el juez.
De los seis toretes de La Joya, todos con linda estampa y un promedio de 460 kilos, destacaron el primero, el segundo, el quinto y el sexto, Brillante de nombre, bravísimo con el caballo, alegre en las banderillas, emotivo con la muleta, que mereció, atinadamente, aquí sí, el homenaje del arrastre lento.
Rafael Rivera, que había estado tímido, melancólico, en suma gris con el primero de su lote, recompuso el ánimo ante Brillante, y después de brindar la faena a la memoria de su padre, comenzó a torear con emoción por la derecha, bajando la mano y alargando la suerte sin dejar de templar, gozando la buena calidad del novillo. Si lo hubiera matado mejor, suya habría sido asimismo la oreja. Y entonces apareció el granizo.