José Cueli
Está verde Rafael...
Llegué a la Plaza México, y dejéme caer en una de las últimas filas del tendido, dispuesto como es costumbre a aburrirme. Así permanecí hasta que descubrí a mis pies que pululaba una multitud de hormigas. Una de ellas de corpulenta cabeza llevaba penosamente una hoja que sujetaba con sus antenas.
Curioso decidí entretenerme a falta de emoción en el ruedo. Le obstruí el camino con mi paraguas, y la hormiga, azorada en un principio, detuvo su marcha; pero de pronto dio un rodeo, sin hacer caso del enorme obstáculo y otra vez, siguió con su carga. Volví a cerrarle el paso y volvía ella a darle la vuelta a la punta del paraguas, sin parecer fatigarse.
Decidido a cansarla torné a detenerla y, nada, la himenóptera realizaba la misma operación de regreso hacia atrás y vuelta a ser detenida, hasta que cansado de jugar con la hormiga la dejé seguir su camino imperturbable, hasta meterse en uno de los agujeros de la plaza.
Identificado con la hormiga meditaba que a sabiendas de las dificultades para que surja el toreo clásico, ese de parar, templar y mandar, regreso cada domingo a este coso que, vivo como mi casa, en espera de que gracias a mi obstinación se venzan los obstáculos paragüeros y, como la hormiga, consiga que aparezca el toreo soñado. Por de mientras intentaré, como la hormiga, con más inteligencia y fuerza que yo, una renovación de mis votos de aficionado, signados por la constancia, esa que aprendí y a la que daban importancia mis maestros, los hermanos lasallistas. Tanta que, off course, había seguido la carrera del abuelo Fermín, el padre Curro, y ahora, la de Rafael Rivera... aún verde con novillos de La Joya, débiles, noblotes...