ƑQué es un padre? "No sé, mi mamá lo asesinó"
Violencia, principal testimonio de los niños expulsados del hogar a la calle
KARINA AVILES /I
-ƑQué es una madre?
-No la tuve.
-ƑQué es un padre?
-No puedo contestar porque mi mamá lo asesinó -dice Laura, de 16 años, hija de una madre alcohólica, inquilina de un cuarto de azotea y habitante de la calle. Fue un tiempo en que se vio sin nadie, sin otra opción, a raíz de un hecho de violencia en su hogar.
Cada una de las historias tiene ingredientes similares: pobreza, alcoholismo, violencia, núcleos familiares rotos. Pero bajo el techo de cada una de las casas, origen de los niños de la calle, suceden tragedias cuyos hechos, oscurecidos en silencios, deambulan entre las avenidas.
Para especialistas en infancia vulnerable, pese a que el fenómeno de los niños de la calle es un problema grave que se ha masificado en las últimas dos décadas, no existen investigaciones serias ni datos que den respuesta a una pregunta tan sencilla y compleja a la vez: cuáles son las razones que motivan la expulsión de los menores.
A esa pregunta es común que los menores respondan con testimonios de violencia en su hogar. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en el área metropolitana de la ciudad de México 528 mil 476 niños de cero a cuatro años viven en hogares donde se da uno o varios tipos de maltrato, y de los 2.9 millones de menores del grupo de seis a 14 años, 40.6 por ciento, es decir, más de un millón, vive en hogares con algún tipo de agresión.
La violencia intrafamiliar, sin lugar a dudas, es un elemento presente en la situación de los niños de la calle, pero hay otra serie de condiciones sociales, culturales, educativas y económicas que no podrían dejarse de lado.
Las familias de los niños de la calle -con escasas excepciones- son núcleos que viven en situación límite: "Con cero recursos económicos, educativos, a veces con trastornos sicológicos y con un nivel de desestructuración elevado", indica Elena Azaola, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
De acuerdo con datos de Casa Alianza-México, ciento por ciento de los hogares origen de los niños de la calle presentan condiciones de pobreza o pobreza extrema; las familias de estos menores tienen un ingreso de menos de uno hasta uno y medio salarios mínimos; 90 por ciento de los jefes del núcleo familiar no tiene la primaria terminada, y el 10 por ciento restante tiene la secundaria incompleta. En 20 por ciento de los casos sólo está presente la figura materna y en el resto existe la figura del padrastro. Todo lo anterior en la población que esa ONG atiende.
Esto último es de particular relevancia, pues aunque en el ámbito nacional las familias reconstruidas o compuestas -aquellas en las que hay un padrastro o madrastra- sólo representan 0.92 por ciento del total de los más de 22 millones de hogares, es un factor constante en el caso de los menores callejeros. También son familias que habitan en viviendas de uno y dos cuartos, que aunque algunas cuenten con los servicios básicos indispensables, presentan un alto grado de hacinamiento.
Alcoholismo en 80% de casos
Quienes están en la lucha por erradicar el problema observan elementos que se repiten en las familias expulsoras de niños. En 80 por ciento de los casos el alcoholismo, y en el 20 por ciento restante la farmacodependencia de los jefes o jefas de los hogares de niños de la calle, son factores que se asocian a la violencia intrafamiliar que orilla al menor a su salida, señala el director de Casa Alianza-México, Ricardo Camacho Sanciprián.
Pero más allá de las cifras o los números, es el golpe de la realidad el que muestra el conflicto de la calle. Carmen Cardoso, capitalina de 43 años, se confiesa alcohólica. Pasó un tiempo encarcelada. Es madre de una adolescente de 16 años, Laura, la más pequeña, y de otros dos jóvenes, León, de 18 años, y Luis, de 23.
Cardoso ocupa tres cuartos de azotea de un edificio de paredes escarapeladas en la colonia Doctores. Recuerda: en 1980 el futuro le parecía otro, tenía a su esposo y vivía en una casa grande, donde después empezarían a crecer sus hijos, rodeados de sirvientes que los atendieran, pero sobre todo, de mucho alcohol.
Su esposo, directivo en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, comenzaba su desayuno con dos tequilas dobles. "Pensé que era una costumbre beber en las mañanas porque yo pasé de una familia media a una šrica! Pensé que beber temprano era como el aperitivo que se da antes de comer".
Desde que se conocieron hasta el matrimonio vivieron en un ambiente de alcohol. "El me subió a su ambiente, antes yo no tomaba. Después empecé a beber todo el día en casa. Fue como una educación que él me dio."
Pasaron ocho años, él alcohólico, ella, su compañera de alcohol. Ya ni siquiera podía ponerse delineador en los ojos porque sus manos temblorosas sólo eran capaces de dibujar rayas chuecas en su rostro. "Recuerdo que mi hijo Luis me decía: 'no te ensucies la cara, mamá, ya andas mareada'. Luego llegaba a probar mis jaiboles y me decía: 'esta agua está echada a perder'."
Una noche, ebrios los dos, forcejearon con un arma. De un tiro, Carmen mató a su esposo. "No sabía qué fecha era, ni cómo me llamaba, ni si tenía hijos... Estaba bloqueada cuando me dijeron: 'está acusada de homicidio', me esposaron y me llevaron a Barrientos." Era el 5 de octubre de 1987.
Acusada de homicidio imprudencial, Carmen pasó nueve meses presa. Sus hijos fueron repartidos en casas de su familia. Laura, que tenía entonces un año nueve meses, se quedó con una sobrina de su mamá y los dos niños quedaron a cargo de su abuelita. Al obtener su libertad, "fui a jurar a la Basílica por 10 años. Mi mamá me decía: 'para qué te metes en problemas, nomás jura por seis meses para que no vayas a pecar'".
En los ocho años que siguieron sin beber alcohol, Carmen afirma que trató de recuperar a Laura de la casa de su sobrina, sin embargo, ésta se negó a dársela argumentando el homicidio. "La niña tenía crisis de ausencia, problemas de lenguaje y escritura y de identidad sexual... Después me enteré que mi hija había sufrido abuso sexual en esa casa por parte de un tío que vivía ahí".
No pudo hacer más por miedo a represalias de la familia que cuidó a Laura, pero también reconoce que le faltó decisión para recuperar a sus hijos. "Yo aprendí a callar en mi vida y cuando me dicen habla, šuno no puede hablar!" En 1996 finalmente logró tener a sus hijos con ella: "Yo nada más estaba esperando a cumplir ese objetivo. A los seis meses de tenerlos conmigo volví a tomar y no pude parar".
Para entonces Laura tenía 10 años. "Las borracheras de mi mamá eran de 15 días o a veces desaparecía tres o cuatro días y yo iba a buscarla a Garibaldi o a casa de sus amigas. Viví con ella así tres años, pero me trató del nabo. El amor que le tenía nomás duró tres años porque se lo gastó. Ahora le tengo cariño nada más", dice la adolescente.
A los 13 años salió a la calle y se refugió con un grupo de niños que duermen por el Metro Niños Héroes. Más adelante, con el apoyo de los familiares con los que vivió, Laura interpuso una demanda y su mamá, Carmen, fue acusada de violencia intrafamiliar. Fue detenida el 16 de noviembre de 1999 y salió bajo fianza el mismo día.
A finales de 1999 Carmen dejó el alcohol. Pero faltaba algo por venir. En agosto de 2001 sus hijos Luis y León se pelearon. El primero le dio al segundo siete martillazos y le fracturó el cráneo. "Ese día pensé en el suicidio", dice Carmen.
A causa del proceso penal por violencia intrafamiliar, Carmen asegura que fue despedida de su trabajo de mecanógrafa en el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. Actualmente vive de lavar ropa ajena y de algunas cooperaciones que juntan para ella sus ex compañeros de trabajo.
Su hija Laura, quien defiende el derecho a ser bisexual, pasó el año y medio reciente en instituciones de niños de la calle. Para ella, una familia es un "equipo de futbol donde todos se apoyan", pero desde ahora no contempla formar un equipo.
"Error de haber nacido"
"ƑUn padre? No sé qué es. Mis hijos tampoco", confiesa María del Carmen. "Y mi madre siempre nos dijo a mis 11 hermanos y a mí que era un error que hubiéramos nacido. De hecho, regaló a cuatro...
"Eramos 12 hermanos y vivimos muy pobres; aunque hubiera comida, mi mamá la colgaba del techo para que no la alcanzáramos... Yo soy sola, soy como un perrito que echaron a la calle", dice María del Carmen. Ella no es una niña, sino la madre de una niña de la calle.
Cuenta que creció "como un animalito", sin saber leer ni escribir, sin tener apellidos, de la casa a la calle, del abuso a la violación, de la prostitución al vicio, del maltrato de su madre al de su marido, de arrendamiento en arrendamiento.
Rodeada de ocho de sus hijos con los que se hacina en un cuarto, y que por estatura van desde el que mide menos de un metro, Miguel Angel, de dos años, hasta una adolescente de 17, María del Carmen señala que no entiende por qué su hija Marlem, la de 13, se fue a la calle. "A lo mejor ha de pensar que es como un parche que se pegó mal, pero no es así."
Su hija Fabiola, la mayor, deja nadando los trastos en una tina azul que hace las veces de fregadero mientras el más chiquito, Miguel Angel, no para de brincar en el hule espuma amarillo que, como no alcanza para los ahora 10 habitantes del cuarto -el abuelo también vive con ellos-, por las noches deja a la mitad en el suelo de cemento.
Fabiola se seca las manos e interrumpe a su madre: "Mi hermana Marlem se desesperaba mucho de ir de aquí para allá. Nosotros nos hemos cambiado siete veces de casa porque somos muchos y no nos quieren porque hacemos ruido. A veces nos dejan poquito tiempo porque creo que se compadecen de nosotros. Marlem pensaba que si se iba sería un problema menos".
Las pláticas detrás de las paredes del cuarto, el primero de una casa partida para que vivan cinco familias, parece que también estuvieran adentro de la habitación entremezclándose con la intimidad de los López Silva. El apellido materno con el que María del Carmen logró existir legalmente hasta los 18 años y que heredó a sus primeros cuatro hijos, cuyo padre estuvo durante 14 años preso en Santa Marta por homicidio. Los tres niños siguientes son de otro padre y los últimos dos de su compañero actual.
María del Carmen confiesa que sí llegó a pegarle a Marlem, pero no, dice, como para que se fuera a la calle, y afirma que las reprimendas siempre obedecieron a que su hija, en lugar de meterse al salón de primero y segundo de primaria a la vez, se quedaba afuera platicando con "chamacos más grandes" que ella y con "vagos" de esta colonia del Mar, en la delegación Tláhuac.
Trabaja en fondas del mercado de Tasqueña por 100 pesos al día, pero dice que cuando labora de trabajadora doméstica de casas de ricos de San Angel le pagan 200 pesos diarios. Desde que se fue su hija a la calle abandonó su fuente de empleo para buscar a Marlem. "La huida de mi hermana", narra Fabiola, "nos ha afectado mucho porque mis hermanos llegan tarde a la escuela y yo he tenido que faltar mientras mi mamá y mi abuelo van a buscar a Marlem".
De pronto, María del Carmen cuenta la posible causa de la conducta de Marlem. Cuando metieron a su primer marido a la cárcel, dejó a la niña, que entonces era un bebé, bajo cuidado de su madre, porque "no tenía quién me apoyara y mis otros tres hijos ya podían comer solitos. Yo tenía que salir a trabajar. Pero mi mamá -que no la mandó a la escuela ni la registró- empezó a envenenarla en mi contra; le dijo que yo se la había cambiado por un ropero y que su papá no era su papá".
Pero nada de lo anterior le significa tanto como la calle. Si a algo le tiene miedo a sus 34 años es a eso que no tiene paredes ni techo. María del Carmen lo dice quedito, casi hasta el final: "Yo también fui una niña de la calle. Tenía 14 años... Ahí fui violada. Fui vendida, fui prostituta y fui drogadicta".
El estudio de niñas, niños y jóvenes trabajadores en el Distrito Federal da cuenta de cómo las familias reconstituidas aparecen "como particularmente hostiles a las oportunidades de desarrollo y a las condiciones de vida de los menores". Aunque los datos que se ofrecen se refieren a los niños que no viven en las calles, sino a los que ocupan éstas para desempeñar una actividad, los resultados son significativos:
Mientras 80.9 por ciento de los menores trabajadores entre seis y nueve años pertenecientes a familias reconstituidas, colatelares y no parentales, ya se habían incorporado al trabajo, en contraste sólo 18.5 por ciento de los niños de familias nucleares, uniparentales y extensas había comenzado a trabajar. Siete y seis niños y niñas de cada 10 de las familias nuclear, extensa y uniparental asisten a la escuela, mientras que la asistencia baja a 4.3 de cada 10 en el caso de los que pertenecen a una familia reconstituida y hasta 1.9 por cada 10 entre los que viven fuera de sus familias. En el ámbito de la salud, los niños de las familias reconstituidas tuvieron los resultados negativos más altos: se enferman hasta tres veces por mes.
"ƑAdónde vino a parar María Elena?"
La familia en la que finalmente cayó estaba comandada por la tía Toña, quien tuvo varios maridos; unos, al igual que ella, fueron alcohólicos, y otros eran lenones. La tía Toña tuvo seis hijos. "Primero mataron a puñaladas al más chico, Antonio, quien asesinó a un agente policiaco; luego los amigos de ese agente balearon en la calle a su hijo Oscar; su otro hijo, Omar, está en el reclusorio por asesinato, Moi anda en la calle de vicioso; su hija Alejandra fue muy destrampada y tuvo cinco hijos de diferentes papás, y a otro de sus hijos lo bajaron de un mecate porque se ahorcó en un hotel."
Con los pies juntos, sentada en un angosto sillón desde donde se alcanzan a ver pasar las cucarachas, en un cuarto por donde la luz de este barrio de Tepito apenas puede meterse, Andrea, otra de las tías de María Elena, cuenta lo que ella cree que orilló a su sobrina a irse a la calle.
María Elena fue a dar a la casa de la tía Toña después de que desde bebé anduvo en cinco casas diferentes de la misma familia. "Mi abuela la recogió en una estación donde sus verdaderos papás la abandonaron. Varias mujeres de la familia se la llevaron a sus casas, pero siempre la mandaban de regreso con mi abuela porque sus esposos no la querían".
Después "mi abuela murió y la niña se quedó sola. Una vez le dije a mi hermano: 'María Elena no tiene familia, nadie la quiere'. Finalmente la niña llegó a vivir a la casa de la tía Toña con "todos sus hijos que le salieron drogadictos y que de todos no se hizo nada".
Ahí empezaron sus problemas: "En esa casa le decían que era una criada, adoptada y arrimada. La tía Toña decía que María Elena se metía con cualquier chamaco, que la sacaba de los cuartos, y la acusaba de prostituta, borracha, ratera y mentirosa".
La señora Andrea cuida un puesto en Tepito por 300 pesos a la semana pero de lo que se mantiene es de peinar 100 muñecas diarias; por cada una cobra un peso. Ella afirma que las consecuencias de la desintegración de su familia "han sido la muerte y el vicio", pero por otro lado, "lo económico también ha afectado a los problemas de la casa. Las familias, al ver las carencias, empiezan con las drogas, con el robo, y si uno lo acepta, peor tantito".
Reconoce que la adolescente "sintió el rechazo de nosotros" y eso fue lo que la orilló a irse, pero dice estar dispuesta a ayudar a su sobrina, aunque su madre le diga que ni de la familia es. "ƑAdónde vino a parar María Elena?", se lamenta. La niña se fue a la calle a los 14 años y es madre de un bebé...
En estas historias diarias, el silencio es otro de los males. De las 25 mil 452 denuncias de maltrato infantil recibidas por el DIF durante 2001, sólo 2 mil 392, es decir, 9 por ciento, fueron presentadas ante el Ministerio Público.